Siete días de política

Fernández plantea una antinomia ficticia: la vida o la economía

El presidente dijo que puesto a elegir entre la economía y la vida, él elegía la vida. Pero si no se quiere que el remedio mate al paciente, ambas crisis deben ser atacadas de manera simultánea.

El miércoles en una de sus múltiples apariciones el presidente Alberto Fernández sostuvo que “hoy la elección es cuidar la economía o cuidar la vida y yo elegí cuidar la vida”. El eslogan es persuasivo, pero también inexactoy puede ser interpretado como una excusa para desentenderse de la crisis económica que seprofundizó en el inicio de su mandato con índices alarmantes. Según Orlando Ferreres, el nivel general de actividad cayó el 3,6% anual en febrero y 3,3% de promedioen el primer bimestre. Esto ocurrió antes del coronavirus.

Bajo la actual circunstancia la frase del presidente representa, sin embargo, algo más que una excusa. Esboza el primer intentodeuna estrategia política para enfrentar un desafío del que se ignora los verdaderos alcances. No faltará seguramente quien la considere primaria y de muy corto plazo, pero es la primera reacción después del desconcierto y los titubeos iniciales sobre la adopción de medidas drástica.

La antinomia entre el cuidado de la vida y el de la economía constituye un argumento que ignora una realidad compleja y divide la opinión popular en dos.Un recurso usado históricamente con malos resultados: patria o colonia, liberación o dependencia, patria o buitres, estado o mercado, campo o industria, etcétera. Un recurso que el mentor político del actual presidente manejaba con destreza. Su resultado habitual se llama grieta. “Divide et impera”.

El problema que enfrenta el gobierno es mucho más acuciante y arduo. Tiene dos frentes que están convergiendo en un movimiento de pinzas. La decisión de aplicar un confinamiento riguroso a la población económicamente activa amenaza con derrumbar la actividad, disparar la pobreza y el desempleo y es caldo de cultivo para las alteraciones de la paz. Como le dijeron los denominados “curas villeros” a Alberto Fernández ese mismo día en Olivos: “Lo social va por encima de la salud, por más que vayan de la mano”.

Lo que no le dijeron los sacerdotes, pero que no se necesita ningún académico de Columbia para descubrir es que los alimentos, las medicinas y el dinero que el gobierno piensa repartir entre los sectores más empobrecidos tienen límites. Son apenas paliativos para mantener en sus lugares de origen a los sectores más empobrecidos del conurbano. Además, deben ser producidos lo que serádifícil, si las empresas quiebran, el desempleo se descontrola y la infraestructura se deteriora como consecuencia de un confinamiento general y prolongado. El 70% del sistema de salud es privado; se ignora cómo se enfrentaría al virus si obras sociales y prepagas colapsan. El estado no está en condiciones de reemplazarlas.

Lo único que el presidente, el oficialismo y la clase política en términos más amplio pueden asegurar es la impresión de billetes: pesos, patacones y otras formas fugaces de papelería monetaria.

Como se señaló en esta columna hace una semana, la pandemia es desde el punto de vista político una oportunidad para que Alberto Fernández demuestre que tiene el control y lidera al país. La sobresaturación de su presencia en los medios, sus paseos en helicóptero y la reaparición de sus partidarios en las redes sociales pidiendo que se lo aplauda son indicios de que el gobierno cree firmemente que este es el camino.

Debe de todas maneras debetenerse presente que las encuestas que lo muestran en un pico de popularidad, también le dicen que el 75% de los consultados temen más a la depresión económica que al virus y que el temor a la inflación también supera al que suscita el virus.

Desde el punto de vista sanitario, en tanto, las noticias tampoco son brillantes. En un principio Fernández relativizó el problema, pero las catástrofes de Italia y España lo hicieron reaccionar. Con el confinamiento colectivo buscó ganar tiempo para armar una estructura de contención, lo que lo llevó a imponer un nuevo cepo esta vez no sólo cambiario, sino total, lo que amenaza con derrumbe de la actividad. Una posible solución sanitaria que aliviaría la economía es la de aumentar los testeos y confinar sólo a los que den positivo, pero Fernández parece lejos de llegar a esa conclusión.

Para el gobierno la política va bien hasta ahora, la salud pública es por el momento también manejable, pero la economía ya cruje. A los hoteles, espectáculos, gastronomía y actividades turísticas que están parados se sumó el cierre de más de 200 supermercados chinos. Los cheques rechazados se multiplicaron por tres, los empresarios de todos los rubros están en alerta roja, mientras el país va camino del default y se calcula una caída del PBI entre el 4 y el 6% para 2020. Si estos pronósticos agoreros se cumplen, la crisis tendrá un magnitud cercana a la de 2002.