Cuando la epidemia azotó Buenos Aires

 

El amor y la peste
Por Juan Basterra
El guardián literario. 152 páginas

Se ha dicho ya que la actual epidemia que se extiende por el mundo trasladó el interés desde la realidad hasta la ficción. Desde La peste, de Albert Camus, hasta Némesis, de Philip Roth, se ha observado una renovada curiosidad por libros que reflejan episodios similares, reales o inventados. Con esa misma expectación puede leerse El amor y la peste, novela de Juan Basterra sobre la gran epidemia mortal que azotó Buenos Aires en el siglo XIX, que publicó poco antes de que el coronavirus se conociera.

Hoy ofrece un eco distinto recorrer las páginas de este libro, que tiene como telón de fondo esa epidemia de fiebre amarilla que cubrió con su sombra tenebrosa la ciudad durante seis meses, y llevó a la muerte a unas 14 mil personas, sobre una población de 200 mil habitantes.

La novela nos presenta la historia de amor que une a un exponente de la burguesía ilustrada de la época, Carlos Mendiguren, con una joven de familia también acomodada, Felicitas Matheu.

Mendiguren, hacendado y comerciante, consejero del entonces presidente Sarmiento, recibe en la biblioteca de su casa, situada sobre la calle Balcarce, a tres cuadras del convento de los franciscanos, a un amplio abanico de personajes reconocibles, desde José María Gutiérrez y los médicos Adolfo Argerich o Eduardo Wilde, hasta Carlos Guido y Spano y José Hernández. Una galería de figuras que busca dar la idea de una edad dorada en el país, como reconoció el propio autor en una entrevista.

Es en esas reuniones que va asomando la preocupación por la emergencia sanitaria, hasta que el drama cobra tal magnitud que los cuerpos se amontonan sin sepultura.

Las discusiones reflejan cómo todavía se ignoraba que un mosquito pudiera estar detrás de todo, y a la vez muestran la intranquilidad que originaba la falta de higiene en los conventillos de San Telmo, la basura acumulada y los olores nauseabundos provenientes del Cementerio del Sur y de los mataderos y saladeros de Barracas. La xenofobia despunta en algunos personajes, con ese instinto primario que es fácil de advertir también en nuestros días.

Basterra (La Plata, 1959), que vuelve a tratar un hecho histórico después de su novela Tata Dios, delínea muy bien esa ciudad de calles aún de tierra o adoquinadas, que pronto se convertiría en "una postal premonitoria del purgatorio". Sigue el recorrido de los protagonistas, sus paseos por las quintas de Belgrano, por los barrios de la Boca y de Barracas, y también las andanzas parisinas de Mendiguren y su amigo Bordaberry, cuando todavía reinaba "esa felicidad que precede a las grandes desgracias".

Un narrador omnisciente cuenta desde el presente aquellos aciagos días, con ligeros saltos atrás y algún intervalo para el género epistolar. El relato está perlado de ricas descripciones sobre los carruajes, vestidos y la arquitectura del momento, así como de referencias literarias (Dickens, Proust, Balzac, Echeverría) o artísticas, que ayudan a situar el contexto.

El amor y la peste es un retrato de las clases acomodadas. Es también una tragedia casi teatral, que adolece de una cierta falta de temperatura, tal vez debido a su narración episódica, con capítulos y diálogos brevísimos. Las escenas que lo componen, fugaces, son casi estampas, y resumen lo que ocurría entonces más que contar, privando de algo de espesor a los personajes.

La novela permite así asomarse al infortunio pero deja con ganas de recorrer más paisajes de esa antigua ciudad, y de explorar más en detalle la angustia, el pánico y el horror que acompañaron a aquella epidemia, todo lo cual trístemente hoy cobra una inesperada actualidad.