Mirador político

Un plan muy simple

La presentación de Martín Guzmán en el Congreso fue desoladora. No encontró hasta ahora ninguna solución para la crisis, que es lo que se suele reclamar a los gobiernos, y además agregó problemas. El más obvio es el del default, que antes de agosto pasado no estaba en la agenda.­

Alberto Fernández ha hecho de la deuda, que distaba de ser un problema terminal, el eje de su discurso y de su inacción. Su táctica en este terreno representa un éxito comunicacional y una tragedia económica.­

En porcentaje del PBI la deuda argentina es inferior a la de Brasil. Tampoco hay una acumulación extraordinaria de vencimientos. El problema es que la desconfianza que genera el peronismo impide su refinanciamiento. Son otros factores negativos el insólito zigzag de Axel Kicillof y las opiniones de Guzmán, alumno de Joseph Stiglitz y partidario de la idea de que la mejor solución para la deuda de países como la Argentina es no pagarla.

Pero el default es una mala alternativa. Con déficit persistente el Estado tendrá que emitir para cubrir la brecha, lo que generará más inflación. Además, no sólo se quedará sin crédito el sector público, sino también el privado. Para conseguirlo deberá endeudarse a tasas más altas lo que significará un obstáculo para la inversión y el crecimiento. Decir como Guzmán que los acreedores no le van imponer condiciones es jueguito para la tribuna, que pueden aplaudir los irresponsables como hicieron en 2001. Es retórica nacional y popular que hace 70 años que termina mal. Infaliblemente.­

Sin embargo, el ministro no se ha limitado a la retórica. Dice no creer en la austeridad fiscal, pero aplicó medidas draconianas. Aumentó las retenciones, inventó un nuevo impuesto al dólar, triplicó el impuesto a los bienes personales, volvió a gravar con IVA a los alimentos, recortó las jubilaciones y dejó de pagar deuda. Todo esto sin ninguna mejoría a la vista, porque hasta él mismo admite que esas medidas resultarán ineficaces para eliminar el déficit. A lo que hay que agregar que son recesivas, porque transfieren recursos del sector privado al público. El reparto clientelístico de tarjetas y subsidios tiene un efecto reactivador escaso, por no decir nulo. Al final reduce el consumo y demora el crecimiento. Dicen que el Gobierno no tiene un plan económico, pero sí lo tiene y es muy simple: no pagarle a nadie y usar lo que pueda recaudar para distribuir entre sus votantes, ese 50% que ocupa la base de la pirámide social. Cree que es el camino para no perder en 2021. Sabe que lo demás es literatura. Esa es la respuesta para los que se preguntan cómo Macri bajó el déficit primario un 4,5% en tres años y Fernández no puede reducir el 0,4% actual en los cuatro años que tiene de mandato.­

De todas maneras los pobres resultados actuales y la paralizante incertidumbre no son atribuibles a Guzmán o a Stiglitz. El problema es de desconfianza porque los que piden un plan ya saben lo que se viene y nunca creyeron en el kirchnerismo `distinto' de Fernández. A lo que hay que añadir que el Presidente a la hora de resolver consulta a la ex presidenta cuyos últimos cuatro años de gestión fueron el fracaso económico que llevó en 2015 a la derrota del peronismo. Las elecciones de 2019 restablecieron al kirchnerismo en el poder y el ministro de Economía se llama Guzmán, pero no hará cosas muy distintas a las de Kicillof.­