Casta Política vs. Clases Medias Productvas

Lucha de clases en la Argentina

“Los ricos son nuestros enemigos” disparó Hebe Bonafini. El Chino Navarro intentó emprolijarla: “Lo que dice Hebe, aunque lo dice de una manera muy absoluta, es que los más ricos tienen recursos a costa de los más pobres”. Por cierto, un  cabal merecedor del dicho campero: “No aclare, amigo,  que oscurece…”.  En cualquier caso ya sabemos a qué atenernos. Esta es la versión subyacente al discurso del actual Gobierno, sea en su declinación moderada o en la más radical: el problema de la Argentina radica en los económicamente exitosos, que sólo pueden ser tales porque despojan a los pobres. Una versión ideológicamente menos sofisticada pero, en el fondo, básicamente coincidente con las elucubraciones de Marx sobre la plusvalía.

    La cuestión no es espantarnos, ni menos darnos por satisfechos por haber detectado la concepción socioeconómica nuclear del kirchnerismo. De lo que se trata es de saber si tal descripción es correcta; si en un enfrentamiento de suma cero entre la burguesía y el proletariado radica el fondo de los males de la convivencia argentina y de la persistente decadencia del país como comunidad de destino.

    Sospechamos que no. Que otra es la madre del borrego.  Y que el discurso antes referido tiene por objeto, precisamente, ocultarla. Existe una dominación estructural en la Argentina, como en otros países. Existe, consecuentemente, un potencial conflicto de clases, pero ni una ni otro son los que Bonafini y Navarro mentan. Probablemente no sean los textos de Marx y Engels los que echen más luz sobre nuestra realidad, sino la tradición europea del Realismo Político (Mosca, Pareto, Monnerot, Miglio), coinvergente en este punto con algunos análisis de la Escuela Austríaca de Economía (Mises, Hayek, Rothbard).

    El verdadero enfrentamiento que marca a nuestra sociedad nacional y que obsta al pleno desarrollo de sus  potencialidades, potencialidades de las que tuvimos destellos en la época del Primer Centenario, es el que opone a la Clase Política con las Clases Medias Productivas del país.  Por la primera entendemos a la gran mayoría de los que “hacen política” entre nosotros. Más allá de su natural fragmentación partidaria ellos tienen intereses esencialmente comunes.  Las ideologías, las consignas y los slogans estatizantes no son otra cosa que el discurso funcional a la preservación, crecimiento y reproducción de su poder.  De esto se trata cada vez que se reclama, en el ámbito económico, un Estado presente, cada vez que se proponen nuevos campos para el asistencialismo, cada vez que se demoniza la posibilidad de disminuir el peso del aparato público sobre las espaldas de la sociedad.  De allí la importancia políticamente crucial de que exista y prolifere una intelligentsia legitimadora, encargada de proveer y articular tales ideologías, slogans  y consignas. No hace falta evocar a Gramsci para comprender el mecanismo.

    Las capas marginales de esta la sociedad –aquello que los americanos denominan underclass- constituyen el cliente cautivo de la Clase Política, y el empeño de ésta consiste en aumentar progresivamente su número, en camino hacia una sociedad totalmente administrada, reconozca o no su categorización como socialista. Cada miembro de los estratos medios que se convierte en un “Estado-dependiente” es un peldaño en la consolidación de dicho plan

    Al margen de esta simbiosis quedan, progresivamente agredidas y limitadas en sus oportunidades de expansión, hechas sandwich por las anteriores, toda la variedad de las Clases Medias Productivas: empresarios de sectores per se  competitivos, productores agropecuarios, profesionales, técnicos, generadores de bienes, de servicios y  de conocimiento con capacidad exportadora, etc.

    ¿Y el establishment? se preguntarán algunos. ¿Cuál resulta el papel de aquellos que serían –según cierta vulgarización periodística- “los dueños de la Argentina”? Creemos que bastante limitado. El carácter prebendarlo de la mayoría de las fuentes de su poder les quita iniciativa estrat;egica y, por ello, limita su relevancia desde la perspectiva de la Macropolítica.

INSTRUMENTOS DE SUBORDINACION   

Los instrumentos de la subordinación vigentes son claros: el impuesto y el subsidio. El primero cumple un doble papel: por un lado disciplinar a los sectores que pudieran intentar su propia vía hacia la movilidad social ascendente, y, por otro, alimentar al segundo. Este último refuerza el carácter clientelar de la underclass, convirtiéndola en aliada objetiva de sus propios dominadores.

    Pero ya los clásicos sabían que la corrupción y quiebra final de los regímenes políticos se produce por el abuso de su propio principio generador.  En el caso que analizamos, la continua exacción de los productores por los políticos tiene límites. Ni el impuesto ni el subsidio pueden crecer indefinidamente. Un comentarista apuntó hace algunas semanas que al actual oficialismo  “ le votó en contra el 85 % del PBI”.  Aseveración incomprobable pero significativa, en cuanto pretende revelar numéricamente la desafección del grueso de los productores más competitivos hacia la fracción dominante de la Clase Política.

    Es prematuro intentar anticipar qué caminos concretos tomará dicha desafección.
Desde una paralización judicial del expansionismo tributario –no imposible pero improbable- hasta la rebelión fiscal propiamente dicha, pasando por la que sería más conveniente para la República, es decir la asunción del reclamo vigente por parte de secciones significativas –quizás victoriosas- de la Clase Política.  Esto aún no resulta visible en el horizonte próximo.  Conviene, en cualquier caso, recordar que Robin Hood no se hizo famoso por quitarle a los ricos para distribuir entre los pobres, sino por sublevarse contra los impuestos arbitrarios.