Nuestro default y las quiebras de Felipe II

En 1557, el Rey Felipe II de España, arruinó, de un saque él solito, a la banca alemana que debió tragarse una pérdida de 4 millones de florines, una quita del 40% y un plan de pagos diseñado por el mismo Felipe. De esta espectacular manera comienza, a gran escala, el despropósito de las deudas soberanas basadas nada más ni nada menos que en la imposibilidad de los Estados de bancar sus propios gastos. 

“Las quiebras de Felipe II” se hicieron famosas mundialmente debido a los reiterados incumplimientos de los compromisos de pago de la deuda pública del Rey, que agarraba y suspendía pagos pero….no era una bancarrota común y corriente porque era adicto a los préstamos y no podía quedar reverendamente mal. Así que Don Felipe no podía hacerse el vivo y declarar un impago total de la deuda. ¿Qué hacía entonces? Sí señores: reperfilaba. 

Siglos después, en el recinto de nuestro Congreso Nacional y como en aquellos célebres discursos de Cantinflas en donde, a índice alzado el cómico hablaba sin decir absolutamente nada, el señor ministro de economía Martín Guzmán no ahorró en esfuerzos para confundir a quienes lo escucharon explicar su PLAN para afrontar la (inserte aquí su adjetivo preferido) deuda soberana argentina. 

Injusto sería decir que el ministro no se esmeró, se esmeró en tirar culpas a la bartola, sobre todo a los mismísimos acreedores: tanto al FMI como a los tenedores de bonos. Esto parece ser una exótica forma de seducción del sensual Guzmán, tal vez en su vida personal estas formas den resultados, no sabemos. En el mundo real, negociar es perder un poco, tratar de que sea lo menos, pero raramente es amenazar. 

UN COSTO DESMESURADO

Los problemas hacendísticos de Felipe II y de Guzmán son básicamente los mismos: el costo extraordinario de sus administraciones. Claro que Felipe debía mantener al Imperio donde no se ponía el Sol. En cambio Guzmán debe mantener un Estado Presente, reventado e ineficaz, que hace demasiado tiempo dejó de cumplir con sus funciones más elementales. 

Los gastos del Rey Felipe no podían ser cubiertos ni siquiera con la llegada de los metales preciosos que traía la Flota de Indias, y los gastos del Estado argentino no pueden ser cubiertos ni con la presión fiscal más alta del mundo sumada al préstamo del FMI récord Guinness del mundo mundial. 

De allí la gelatinosa exposición que el Ministro Guzmán hizo, en la que no escatimó en maniqueísmo demagógico propio de quienes se saben contra la pared. Tiró un "es un proceso en el que hay que definir de qué lado estamos. Nosotros lo tenemos definido: estamos del lado de la gente”. ¿Perdón? ¿Los jubilados no son gente, serán cebras? ¿Los monotributistas qué son, tomates cherry? El resto del discurso fue bien tribunero: “No vamos a permitir que ningún fondo de inversión extranjero nos marque la pauta de política económica del país”, Ajá, mirá vos. 

¿La plata la pedimos o no? ¿Los diputados votaron estas deudas o no? Qué soberanía defienden los políticos si para sostener el nivel suntuario de gasto viven yendo al extranjero a rogar que nos presten? 

Aparentemente nuestras deudas le crecen a las macetas y nosotros no tenemos responsabilidad por ellas. Son, al decir del Señor Ministro “una carga insostenible, que no se puede pagar”. Y con estas floridas palabras Martín Guzmán zafaba de explicar a los suyos y a los otros cuál es el PLAN.

Lo cierto es que el “no plan” obedece a que el pobre ministro no sabe a quién debe obedecer y mientras tanto, como para que los argentinos no nos aburramos, afirmó que el Gobierno ni por casualidad piensa hacer los ajustes necesarios para alcanzar el equilibrio fiscal que permitiría afrontar los pagos antes de 2023. O sea que lo tenedores de bonos escucharon de primera mano que por lo menos en esta gestión no deben peinarse porque en la foto no van a salir. Salvo que acepten alta quita, cosa que al FMI no se le puede pedir (no señora Vice, no insista).

Ni el oficialismo ni la oposición se tomaron el trabajo de explicar de dónde sale esa deuda. La teoría de las macetas es rotundamente más efectiva que explicar que hay que rascar de algún lado plata para sostener lo insostenible: el delincuencial gasto público. La Argentina es un país que gasta más de lo que produce desde hace mucho tiempo. Esta deuda son préstamos que pidió la Argentina y es mendaz exculpar a la dirigencia política de un problema muy largo en nuestra historia que no nace ni con Macri, ni Cristina, ni Néstor Kirchner.

La austeridad es mala en tiempos de crisis, explicó Guzmán sin vergüenza, para esquivar lo innombrable, lo que no se puede decir ni tocar: es ese gasto, ese escandaloso despilfarro, ese monumento al fracaso del que todos son responsables. Años y años de gasto infinanciable votado por legisladores irresponsables, sumado a los impuestos asfixiantes y la emisión descontrolada necesarios para cubrir un balance deficitario tras otro.

El Gobierno propone ahora un “Nunca Más del endeudamiento” llevado adelante por la inefable: “Comisión Permanente de Seguimiento de la Deuda” para (esto es de no creer) que el Congreso se involucre!

¿Pero acaso no fue el Congreso el que la votó, papasfritas!!?. El endeudamiento es una atribución constitucional del Congreso, ese mismo Congreso que, la semana pasada, le cedió al Poder Ejecutivo sus poderes.

Lo del FMI da para hacerse un festín. Así como un día te aprieta, al día siguiente entrega un préstamo basado en los análisis de capacidad de pago del Mago de Oz, no hay otra. El Fondo es parte del problema, es una herramienta política cuyos frutos deberían ser revisados y del mismo modo su obsoleta existencia. Mientras tanto, el sector privado, la economía productiva, la que crea riqueza y empleo genuino, se viene ajustando de forma brutal y sistemática. Es más, se lleva ajustando desde que empezó a crecer la deuda y sorprende que el FMI se haya hecho tan el desentendido de este detalle, porque sin austeridad, ni equilibrio fiscal, ni crecimiento económico, ni creación de empleo, ni reformas estructurales ni nada no se entiende cómo remotamente se les ocurrió que esto no terminaba en default.

Después de todo no hay nada nuevo bajo el sol, y así como Felipe II emitía Juros que vendrían a ser los tatarabuelos de las LETES para patear deudas enormes e impagables, estos Juros se terminaban volviendo vitalicios dados la innúmeros reperfilamientos que la Corona les hacía. Prestar a los políticos es más peligroso que un tiroteo en un ascensor, siempre será así por lo siglos de los siglos.

El gasto se puede planificar pero nunca pasa lo mismo con el ingreso, si no pregúntenle a Macri por la lluvia de inversiones. De suerte tal que el Ministro Guzmán se presentó en el Congreso aún sin plan económico pero dejándonos en claro cuál es su mayor virtud: la de manejar la bola de cristal. Si no es este el caso, no se entiende ¿cómo demonios sabe que, si bien ahora no se puede pagar un peso, en el 2023 sí va a haber superávit para afrontar las deudas? ¿Y este milagro se alcanzará sin reducir el gasto, habiendo defaulteado la deuda por chiquicienta vez y habiendo aplastado al sector privado?

Aunque Merkel nos apoye, aunque Macron nos tire besos, aunque el Papa Francisco nos dedique misas y aunque Trump nos mande bombones, la realidad es que el Estado va a recaudar cada vez menos por una razón simple: no tenemos crédito, la economía está paralizada y la inversión es una utopía. Así que, señor Guzmán: ¿Cómo vamos a pagar este gasto? ¿Cómo vamos a pagar nuestras deudas? Porque a diferencia del Rey Felipe II, a nosotros no nos llegan los barcos llenos de oro de las Indias y nadie decente hace negocios con quienes no honran sus deudas.


Ya estaba fría la zona del vientre, cuando dijo y fue lo último que habló:
-Critón, le debemos un gallo a Esculapio. Así que págaselo y no descuides la deuda.
Al poco rato tuvo un estremecimiento, y tenía rígida la mirada. 
Critón le cerró la boca y los ojos.
Este fue el fin de Sócrates, el mejor hombre, de los que entonces conocimos, y, 
en modo muy destacado, el más inteligente y el más justo.