Claves del subdesarrollo

Las remoras del trabajo

"ningún rey tiene tan seguro el lugar de trabajo como un dirigente sindical".
Bernard Shaw

Que la Argentina vive en una permanente crisis económica, hoy enorme y en aumento no es una novedad. Deuda, inflación, desempleo y sobre todo carencias. ¿Y cómo se resuelven esas carencias? Apa, esa es la cuestión. Las carencias se resuelven con ajustes, es así, no existe la magia. El ajuste se hace aunque no se diga y es precisamente ese no decir lo llamativo. 

En los últimos días nos hemos desayunado con que los gremios, incluso los más militantes y combativos han permanecido mudos respecto de la postergación de aumento salariales. Los aeronáuticos, estrellas Michelin del salvajismo corporativo, que te decretaban un paro casi casi mientras la azafata te estaba mostrando las salidas de emergencia, han aceptado que la situación es grave y que por eso permiten que el gobierno les pase por arriba sin hacer el menor escombro. Y los gremios docentes, esos capaces de reducir semanas y semanas el calendario escolar de los niños, esos que en pos de la justicia social dejaban sin escuela a los más pobres del país han tomado, de repente el mismo sumiso camino.

El ajuste, ese ajuste con el que alternativamente se llenan la boca en medios de comunicación, redes y sobre todo, en su topografía preferida: la calle; ese ajuste ahora les parece justificado. En fin, con gesto adusto han aceptado lo que las autoridades han dicho: “que buscarán alternativas a la cláusula gatillo, ya que dicen que genera una indexación con la inflación y que no permite una previsibilidad en el marco de la situación económica que atraviesa el país”. 
Si, ok, todo fenómeno, ¿pero no era por estas cosas que se hacían huelgas salvajes hasta hace escasos meses?. La representación sindical ahora se anoticia que “la caja del Estado tiene una delicada situación”?

¿Por qué los sindicatos pueden hacer un día una cosa y al otro día otra, sin tener la menor consecuencia? ¿A quiénes representan? ¿Qué función tienen en las sociedades actuales?
 
Los sindicatos son organizaciones corporativas verticales que defienden intereses personales e intransferibles, son lo más cercano que tenemos a una casa real. Son, además, la rémora que el Estado le ata a cada trabajador, pero que, increíblemente, como institución es lo que más se aleja (podríamos decir que aún más que la casta política) del funcionamiento democrático. No dependen del contento de sus afiliados, no deben demostrar austeridad o destreza alguna, tampoco conocimientos. De hecho tenemos casas reales sindicales que se inventan sindicatos enteros para sus delfines, que pasan a ser secretario generales de sindicatos en los que no trabajaron. 

Hablamos en definitiva de una institución que nació con el objetivo de representar los intereses de los trabajadores y que se alejó de tal manera de esa idea que ya ni se preocupan en disimularlo. Su subsistencia depende de la coerción estatal sobre los contribuyentes aplicada en forma de aportes obligatorios y manejos de servicios que los afiliados no pueden evitar ni controlar. Incluso los órganos de control de todos los aspectos del ámbito laboral están regidos por las familias sindicales.

PARTE DEL ESTADO

Los sindicatos son, así devino su historia aunque no fue así su comienzo, parte del Estado. Su interés es obtener, hacer crecer y asegurar fondos públicos. Claro que estos fondos sirven, además, para perpetuarse al mejor estilo de las casas reales medievales y de allí los métodos. Y si bien en estas lides de contubernios para la preservación de la nobleza en base a acuerdos familiares, pillaje o acciones violentas son muy diestros, han demostrado ser absolutamente inútiles en lo que se refiere a la preservación del empleo.

Más ricos y poderosos los sindicatos, más diarios, radios, centros culturales, diputados y otros derivados tienen, más pobres los trabajadores, más dependientes de subsidios, más jubilaciones de miseria, más decadencia.

Por eso es cómica si no fuera trágica la capacidad de adaptación de las demandas de los sindicatos en función de los gobiernos de turno. Cada vez mayor precarización laboral y mayor crisis y sin embargo los tipos surfeando las crisis cada vez más panchos. Volvamos al caso de los docentes de la PBA: los mismos docentes usados para marchar hasta diciembre han transformado aquella virulencia en docilidad, si más. De los paros, las huelgas que dejaban a los niños sin clases con una liturgia callejera de pancartas, micros y mantras han pasado a aceptar pésimas condiciones para los mismos trabajadores con una absoluta carencia de sentido crítico. Esto demuestra que la escenificación del poderío callejero sindical sirve para apretar y es la otra cara de la acción intervencionista estatal. 

El accionar sindical sirve para ejemplificar como, cualquier demanda política, puede reducirse a propaganda y, por ende, que los actores que colman las calles carecen del menor atisbo de legitimidad, acatan órdenes. Cuando nos preguntamos cómo puede ser que haya tantos cargos docentes que no están al frente de un aula, bueno, acá tenemos una posible respuesta. Los líderes sindicales sólo deben adaptar las formas a las diversas gestiones, no por nada los gobiernos pasan y ellos quedan. 

Llegará el día en que sepamos si existe un sólo trabajador al que (atravesada alguna de nuestras recurrentes crisis) se le haya repuesto lo perdido? Habrá algún ejemplo en el que la presencia en las calles de los sindicatos, amenazante, haya logrado revertir alguna caída?
No parece, más bien podemos asegurar que nuestra capacidad de generar riquezas y ahorro no han parado de caer desde hace décadas. El que pone el hombro en la crisis, cuando las cosas mejoran, permanece en el escalón inferior. Siempre después del “sacrificio solidario” se está peor que antes. 

Llamaremos a estas personas “los preferidos de las crisis” un grupo disímil compuesto por monotributistas, autónomos, comerciantes, docentes, fuerzas de seguridad, enfermeros, etc. Un grupo heterogéneo que jamás recupera su lugar anterior tras una crisis. Es ese animal mitológico que nuestros abuelos conocieron como la clase media y que ahora sólo aspira a resistir los embates. El que no pudo comprar la casa propia como lo hicieron sus padres. El que no está en condiciones de ayudar a sus hijos y sólo aspira para ellos una emigración digna. Esa clase media que era el motor del ascenso social y a la que desde hace años se le rompió el ascensor.

Pero a pesar de que nuestras leyes laborales no produzcan más que desempleo sistemático, que nuestra economía en negro sea la única que pueda aspirar a un mínimo margen y que la competitividad de nuestro sector productivo esté a la altura de la de un país africano, las recetas sindicales son siempre las mismas. Privilegios y protección, puestos y negocios de amigos, pero para ellos. 

La rémora vuelve a ser la mejor metáfora, son una casta parasitaria, no muy diferente a la de los políticos. Una rémora, además, que no hace sino crecer gracias a los afiliados que consiguen sin hacer méritos. No compiten, no deben ser eficientes. No han generado jamás una gota de riqueza. Tampoco generan empleo genuino, nada que demande el mercado, sólo militantes y subordinados que sirven para su propio funcionamiento. 

A mayor influencia sindical, más destrucción de empleo. Alguien tendría que preguntarse por este fenómeno que es una rareza filosófica: a medida que se empobrecen los trabajadores aumenta el poder político de los sindicatos. Y esto opera crisis tras crisis, gobierno tras gobierno. Invariablemente.

No por nada, la inefable elasticidad de los sindicalistas para surfear las olas de la decadencia económica los ha mantenido a ellos (no a sus representados) siempre a flote. Sin ir más lejos,  el titular de Suteba, Roberto Baradel, de olfato político muy desarrollado, fue menos enfático con sus reclamos actuales que con gestiones anteriores y sólo protestó tibiamente vía Twitter, mientras se preocupaba en aclararnos que el cargo que tiene su mujer, Lorena Riesgo, en el gabinete del Ministerio de Producción bonaerense obedece, según sus palabras a que la señora en cuestión es “militante" : "Que mi mujer trabaje en Provincia no modifica mi lucha". Si, claro, te creemos Roberto.