Siete días de política

El secreto del plan económico es el tamaño del ajuste fiscal

Fernández dice tener un plan económico, pero que lo oculta para no dar ventaja a los bonistas en la negociación de la deuda. Lo que demora en anunciar es, en realidad, la poda al gasto social

Pasaron dos meses desde que se instaló en la Casa Rosada, pero Alberto Fernández sigue sin mostrar aún su programa económico. Es un caso de una originalidad absoluta. Justifica su actitud alegando que no quiere dar ventajas a los acreedores en la negociación de la deuda, cuestión que ha convertido en la piedra fundacional de su gestión.

Esa "epopeya" por el "desendeudamiento", sin embargo, no parece estar desarrollándose en la dirección y la velocidad que desea. En su gira por Europa recogió muestras de comprensión y apoyo, su colega Donald Trump también habría prometido ayudarlo y el ministro de Economía, Martín Guzmán, también habría tenido indicios de buena voluntad del FMI (nótense los "habría"), pero hasta ahora no se ha producido ningún avance concreto sobre facilidades de pago. Más bien lo contrario.

El primer integrante del actual turno peronista que probó las condiciones "ambientales" fue Axel Kicillof. Pretendió jugar duro con los bonistas y después de un insólito proceso de sucesivas amenazas y retrocesos, terminó pagando todo y al contado con lo que dejó dos cosas en evidencia. Primero, que ve el default como el peor resultado del tironeo. Segundo, que no es cierto que carezca de fondos para pagar. En otros términos que exagera su insolvencia por no decir que falta a la verdad.

A esto hay que añadir que mientras le pagaba a los tenedores de bonos, dejaba de pagarles un aumento ya comprometido a los docentes, cuyos sindicalistas se identifican con el peronismo hasta el punto de tener parientes cercanos en la grilla de funcionarios.

La decisión de Kicillof resultó, por lo tanto, problemática por partida doble. Por un lado porque aumentará las presiones de los bonistas que quedaron alertados de que el peronismo trata de evitar la cesación de pagos. Por el otro, porque lo que se pague a los acreedores externos deberá restarse a los gastos internos, especialmente después de que el propio Alberto Fernández adelantara que no piensa emitir moneda "a lo loco".

Es en este punto en el que el frente externo y el interno se entrecruzan en el escenario del presidente que tiene un discurso para cada uno. Para el externo dijo el viernes que él no es Kicillof y que a lo mejor no paga. También para los acreedores es el mensaje dramático de que la deuda "impagable". Pero la gravedad que magnifica también apunta a justificar en el frente interno una cirugía mayor en el gasto público de manera de poder mostrar al FMI, por ejemplo, un hachazo a las jubilaciones de unos 5 mil millones de pesos mensuales.

Ese recorte, no obstante, debe ser validado en la interna oficialista, una prueba que no se sabe si Fernández estará en condiciones de superar con facilidad. Puesto en otros términos, no sólo tiene que rendir examen ante Kristalina Georgieva, sino también ante Cristina Kirchner y la Cámpora que reclama que el acuerdo con los acreedores se haga "con la gente adentro" como pediría cualquier opositor.
Las divergencias entre sectores del oficialismo están comenzando a salir a la superficie en público.

Guzmán, por ejemplo, puso en duda el pago de 1,9 mil millones de dólares al Club de París, un acuerdo hecho por Kicillof que tendrá la popularidad de un "rockstar" según cierta prensa, pero sobre cuya astucia como negociador están empezando a aumentar las dudas.

Por otro lado una ministra del Gabinete, Gómez Alcorta, salió a cruzar públicamente a su jefe teórico (Cafiero nieto) porque considera a Milagro Sala una presa común y no política. A poco de visitar al Papa, Alberto Fernández tuvo que ratificar además que promoverá el aborto, gesto incomprensible si no se lo atribuye a calmar dudas en el frente interno sobre esa cuestión.

A estas señales de disconformidad de los propios se sumaron datos macroeconómicos preocupantes. La recaudación de enero creció diez puntos menos que la inflación. El impuesto al dólar sumó apenas 3 mil millones de pesos en sus tres semanas iniciales. La inflación de enero rondará el 3% a pesar del congelamiento de las tarifas y la nafta. Los acreedores de la deuda en pesos no quieren prestarle más al gobierno.

La duda por lo tanto es doble: cuánto habrá que recortar el gasto público para que el superávit permita un acuerdo razonable por la deuda y hasta que punto ese recorte será digerible para un oficialismo muy heterogéneo.