Parteros de la violencia

Un grupo de asesinos terminó, este verano, con la vida de Fernando Báez Sosa en un ataque callejero tan inhumano como habitual. Y es tan habitual que una rápida búsqueda en internet nos tira titulares de diarios como una catarata:

-Comía un asado con amigos, discutieron y lo mataron de un balazo
- Un limpiavidrios peleó con otro y lo prendió fuego.
- El caso de los dos porteros agredidos por un automovilista en Recoleta 
- Sigue grave uno de los baleados tras una discusión callejera
- Salvaje ataque en Mercedes, una patota de futbolistas mató a golpes a un chico de 17 años
- La Plata: otra brutal paliza a un joven en un boliche, tiene 17 años y está internado, con hundimiento de cráneo
- Paliza en Gualeguay: imputan a la agresora por tentativa de homicidio, tiene 15 años y le pegó a otra chica hasta dejarla inconsciente
 - Descontrol después de ir a bailar: Una chica le pegó a otra, la dejó inconsciente y nadie intervino
- Batalla campal a la salida de un boliche en Córdoba, fue a bailar para despedir el año y terminó parapléjico

Titulares como estos se nos hicieron carne, pero cada tanto, por razones mediáticas, políticas o por lo aberrante de sus características, un caso cobra mayor relevancia y volvemos a enfrentar lo que en general miramos de costadito: la violencia.

LOS CULPABLES

Tal vez sea una reacción lógica o tal vez mezquindad, ante el horror buscamos las culpas. La sociedad, el Estado, la policía, la pobreza, el alcohol… Es terrible tratar de explicar lo inexplicable, porque no nos entra en la cabeza, porque no tiene sentido.

La pobreza suele ser sindicada como una explicación inmediata a la violencia, esta variable tiene aristas complicadas: La primera es que se está diciendo que existe una relación respecto a la carencia como un mejor indicador del delito, especialmente el patrimonial. Sin embargo, los estudios criminológicos indican que la pobreza se encuentra asociada negativamente con el robo. Décadas de investigaciones en criminología aportan evidencia que demuestra que la pobreza como tal no es un factor decisivo para explicar el delito y que existen otros factores que activan la predisposición individual a delinquir. Ser pobre no es sinónimo de ser violento. Este es un prejuicio maniqueo que, generalmente, obstaculiza la comprensión de la violencia y no explica las situaciones de violencia no relacionadas con el delito patrimonial. Tal es el caso del crimen de Gessel. 

Otra variable que surge a primera vista es una justicia ineficiente, hiperburocratizada, indolente y corrupta. Si, como decía Marx, la violencia es la partera de la historia; la justicia ineficiente es la partera de la impunidad. Los errores múltiples del sistema judicial debemos cargarlos al Estado, que funciona sólo para recaudar impuestos. La principal y casi única razón de ser del Estado es administrar el monopolio de la violencia para proteger a los ciudadanos. Pero nadie confía en el aparato de seguridad del Estado al que le entregamos ese monopolio de la violencia y del derecho. Somos ingenuos exigiendo que se cumpla la legalidad, cuando se trata de un barrilete que ondula según las voluntades políticas que se escapan a nuestro control. El sistema judicial es una mera sombra de lo que debería ser. Golpear, maltratar, perseguir, extorsionar, asustar, destruir la vida cotidiana de cualquiera que tenga la mala suerte de tener que cruzarse con la violencia es sistemáticamente minimizado de forma irresponsable por el Estado, más ocupado en funciones varias que nada tiene que ver con su rol principal.

BANALIZACION

Y aquí surge otra cuestión medular: el concepto “violencia”. O mejor dicho la banalización y relativización de dicho concepto. Porque cuando se empieza a equiparar la violencia de quien mata o roba con la “violencia estructural o violencia social” no puede identificarse a nadie que la ejerza: el responsable sería el sistema o algún grupo.

No hace falta ser muy perspicaz para ver que el argumento acaba reducido a una tautología: violencia es todo y responsables pasamos a ser todos. El retorcido resultado es que el criterio de definición pasa a ser relativo y, en consecuencia, manipulable políticamente. Por ejemplo, se fogonea una campaña alrededor del hambre y quien no disponga de asistencia ante este planteo será víctima de violencia social, la culpa la tiene la sociedad, y a posteriori, determinados grupos sociales. De manual.

¿Y qué pasa con el principio de la responsabilidad individual? La trampa de establecer todo como una cuestión social trae aparejada una ruptura de los principios fundamentales de responsabilidad individual por los propios actos. Esto es particularmente grave y sirve para estigmatizar y también para atizar odios y grietas. Porque reparte al antojo del manipulador responsabilidades a la bartola, ¡de suerte tal que un grupo social puede ser culpable de violencia estructural aunque no haya cometido ningún acto delictivo! Es más, incluso, sin ser consciente, tal fue la patraña que circuló alrededor del rugby. Y mañana podría ser otro deporte u otra actividad económica, la agropecuaria, por ejemplo. El enfoque de la violencia social deriva en el totalitario concepto de culpa colectiva. Ganado el mote, un grupo determinado obtiene automáticamente el título de violento, así nomás, gratarola, y de ahí en más a lidiar con eso.

SE APRENDE

Finalmente otro factor lacerante es la innegable desestructuración familiar. No se trata de qué modelo familiar si no de la responsabilidad individual de un adulto en el cuidado de los niños. Si el modelo es violento las chances para los niños son muy limitadas. La violencia se enseña y se aprende, y la crisis del ámbito de afecto y moral que representa una familia, más allá de quien ejerza el rol, no es un tema del Estado. Acá también hace agua la fantasmagórica responsabilidad individual.

La moral familiar es donde se enseñan un conjunto de principios que los individuos aprendemos a diagnosticar de toda conducta humana. Es un orden que nos dice lo que es justo o correcto y a partir de eso ordena nuestras conductas. Se exterioriza luego en prácticas cotidianas, trabajo, deportes, cultura. Su finalidad social, radica en prevenir los conflictos y promover la cooperación.

La ausencia de una moral, tanto en el Estado, constituye el caldo de cultivo ideal para que florezcan la violencia. Se trata de un descontrol necesario para el cometimiento no sólo ya de injusticias y delitos, sino para la descomposición irreparable del más importante tejido conjuntivo de la sociedad. Ese que detiene al bárbaro, que protege al débil y conduce el accionar de las políticas de un Estado a su único rol necesario: el mantenimiento del orden, sujeto a cánones éticos.

Este torpe y apresurado desglose de las causas de la violencia creciente, expone primeramente el descontrol progresivo: este dejar en manos de las turbas, de los barrabravas, de los pequeños delincuentes, de las banditas o de los locos sueltos el monopolio de la violencia mientras los ciudadanos tienen que contemplar calladitos e inermes y sufrir con resignación esta apropiación de su paz y su libertad. Nos acostumbramos a llevar las ventanillas altas, no caminar con el celu en la mano, a dar vueltas o a mirar para todos lados antes de entrar a la casa, a callar ante los loquitos del tránsito, y mil artilugios más que ya son moneda tan corriente que hay generaciones enteras que no recuerdan lo que es un espacio público tranquilo.

La ubicua delincuencia que transformó nuestras calles en zonas de riesgo se generalizó al grueso de la población. Es, tal vez, una violencia de baja intensidad pero mucho más extendida y no tan visible como la batalla campal que asesinó a Fernando o cualquiera de las que aparecen en los titulares cuando la cosa termina en tragedia. Pero como es habitual, es más difícil de ver y erradicar. 

Es nuestro destino vivir en una sociedad sin reglas, sin ley y sin certezas? ¿Zonas enteras padecerán violencia y barbarie? ¿Qué viabilidad puede tener un país así? ¿se puede justificar la violencia achacándola a la cuestión social? ¿No debiéramos admitir que es demasiado poco seguir con las medidas de prevención y exigir una revisión del aparato de justicia y de control? Argentina funciona tracción a muerto. Nos acostumbramos a la desidia, la corrupción y el descontrol y las tragedias nos recuerdan cada tanto que todo funciona mal. 

Cuando se habla de control y orden la política entra en pánico. En seguida recurre a la agenda social y censuran el concepto mismo de orden. No hay ninguna excusa posible ni malestar social que justifique el nivel la violencia que hemos visto. El orden es básicamente cuidar a aquellos más frágiles y débiles, la violencia se aplaca con orden. La agenda social no es para eso.