La restauración necesaria

Nostálgico de todo lo valioso que perdimos en medio de la agitación y la trivialidad, Pedro Luis Barcia urge a nutrirse de los clásicos, recuperar el asombro en la lectura y restablecer una enseñanza abierta a lo sobrenatural.

Viene de celebrar los diez años del Instituto de Cultura Cudes, donde dirige la Diplomatura en Cultura Argentina, y acaba de reeditar su ensayo Leopoldo Marechal. Palabra trascendente y plenitud de sentido, mientras entrega a la imprenta otras dos obras y tiene otras entre manos de las que prefiere no hablar. Incansable, apasionado, afable como siempre, Pedro Luis Barcia recibe a La Prensa en la Academia Nacional de Educación, de la fue presidente (2012-2016), para dialogar sobre estos temas que lo ocupan y otros que dispara la conversación. Barcia -que presidió también la Academia Argentina de Letras (2001-2013), y es lingüista, investigador y profesor- analiza el presente, se lamenta de las cosas valiosas que hemos perdido en medio de la agitación y la trivialidad, cuando no por efecto de una cuidadosa obra de demolición, y apunta la necesidad de recuperar una enseñanza con una dimensión sobrenatural.

-En su discurso en el aniversario del Cudes usted se definió como un "nostálgico de lo desaparecido" y habló de la necesidad de una restauración. ¿Por qué?

-Nostalgia en griego es lamento por lo que no se tiene, por lo que se perdió. Pero lo que se perdió y era valioso. Porque la vida consiste en ir perdiendo cosas todo el tiempo. La concepción primera que yo manejo respecto de qué cosa es el proceso cultural que deberíamos iniciar es restaurar aquello que tiene validez, que tiene peso, que tiene significación, y que hemos perdido en medio de la agitación y la trivialidad. Una precipitación que se ve favorecida por el ritmo de la vida y por la dependencia electrónica, y una trivialidad que nos llega por el bombardeo permanente que los medios nos hacen sobre cosas insustanciales, y que a uno progresivamente lo gobiernan. Cuando digo restauración estoy reaccionando contra la tendencia neofílica del argentino que es creer que lo último que sale es lo que vale.

-No debe haber muchos restauracionistas. Nuestra época más bien glorifica el progreso. 

-El encandilamiento viene del campo de la técnica. En la técnica puede ser que esto se dé así, aunque no siempre se da. Pero en el campo de la cultura y en el de la educación se está metiendo este neofilismo como si fuera realmente valioso lo que le ofrecen, cuando muchas veces eso ni siquiera está evaluado. Caemos demasiado fácil en el entusiasmo por la innovación. La palabra innovación significa nada más que algo no estaba antes y está ahora. Significa que es nuevo. Pero lo nuevo puede ser una enfermedad (risas). Hoy se ve todo lo nuevo como virtuoso. En el campo de la cultura importan una serie de restauraciones. 

-¿Por ejemplo? 

-Yo restauraría ese curso que tuvimos en el secundario cuando éramos muchachos, de síntesis de la cultura argentina, que hay que integrar con la cultura universal. Lo que importa es una creativa y personal asimilación del legado de la cultura universal pero hecho en casa. El que empezó con esto entre nosotros fue Lugones, que no llegó a hacer una fusión, pero sí se nutrió sin complejos de todo aquello. Los otros dos son Marechal, que lo hace desde una unidad de concepción teológico-filosófica articulada, y genera una producción basada en la tradición occidental y oriental, pero con toques propios, y Borges, que no tiene esa concepción de base, pero tiene un atractivo particular. Esto, en lo que respecta a la literatura. Porque en las artes plásticas está Pettoruti, y otros más. La idea es partir de una obra actual e ir hacia atrás. Es decir, partir de Adán Buenosayres y rastrear cuáles son las fuentes que nutren a la novela. De ese modo se aprende que hay cosas muy antiguas que tienen vigencia, porque lo esencial en el hombre no cambia.

POCA LECTURA

-Habló de "una serie" de restauraciones... 

-Sí, otra es el comentario de textos, una disciplina que viene desde la Edad Media. Las clases entonces tenían tres momentos: la lectio, la explicatio, que consiste en desplegar el texto para los alumnos, y la disputatio. Esto es lo que teníamos antes en la universidad. El alumno aprendía a "despanzurrar el muñeco" y a ver cómo funcionaba. El profesor le mostraba lo que un texto en apariencia anodino no contenía. Por ejemplo, con una reflexión extraída de una frase elemental. Esto siempre deslumbra y es cebo para ir a leer. ¿Por qué hay poca lectura? Una de las razones es que los profesores no entusiasman a nadie con la lectura y análisis de textos. Eso lleva a lo que llamo la muerte de la realidad por el pensamiento. 

- ¿Cómo es eso? 

- Sarmiento dijo que las ideas no se degüellan. Y yo dije que en los años 70 las ideas degollaron a la realidad. Porque el ideologismo se aplica sobre la realidad y no deja margen de conocimiento. No sigue a la realidad, sino que aplica su molde sobre la realidad y quiere que ella se pliegue. El ideologismo, que es la acentuación de una energía previa, congelada, y no generada por la realidad, es una de las corrientes más fuertes hoy. Es lo que lleva a la muerte de la interpretación del mundo. ¿Y qué es la interpretación del mundo? Es mirar un cuadro y entenderlo. Esa es la realidad que están matando. Sobreponen al cuadro la teoría. Mientras que el análisis del texto va sacando las ideas desde la entraña del texto, del cuadro, de la obra de teatro, del ensayo filosófico. Esa restauración es fundamental. Va a ser muy difícil hacerla. Porque hay que empezar por formar a los formadores. Y la otra cuestión importante es hacer la selección de aquellas obras que deben presentarse didácticamente a los niños. La escuela no ha adoptado adecuadamente los corpus de lectura para cada edad, que es lo que los va formando, en este diálogo con la lectura. Y cuando digo lectura me refiero a todas las disciplinas: la historia, el texto filosófico, el literario... No hay que adelantar las etapas. Pero es difícil porque el mundo nos acostumbró a la "cultura click". Si yo fuera poeta compondría una "oda al germinador". 

- ¿Por qué? 

- Porque el germinador lo incita al niño a colocar el poroto entre el vidrio y el secante, a regarlo, y a ver cómo se desarrolla, en una observación cotidiana. Es la negación de la "cultura click". La cultura actual no enseña el proceso gradual de todo conocimiento y de toda la vida humana. Hemos perdido el gradualismo, la necesidad de frenar, pensar cómo se hace cada cosa. Hay que restaurar el deslumbramiento, la cultura del asombro. El descubrimiento que cada uno hace de un autor y de un texto.

El asombro es una disposición para inquirir en la realidad, que es lo que lleva al descubrimiento. Se necesita un estimulante. 

- La cultura tiene que ver con cultivar y con transmitir lo cultivado. Pero hoy, significativamente, es la destrucción de la cultura en lo que están empeñadas distintas ideologías. ¿Coincide usted con esta apreciación? 

-Sí. Hay un autor contemporáneo muy interesante, un autor de culto en algunos sectores pero que todavía no mucha gente conoce, John Senior, que habla en el primero de sus libros de La muerte de la cultura cristiana. No dice la agonía del cristianismo, sino la muerte. Senior explica cómo las estructuras ideológicas modernas han ido socavando gradualmente los fundamentos de la cultura cristiana hasta dejarla en el aire. Se va logrando esto por muy distintas vías. Una es la ruptura de lo formal. Por ejemplo, la liturgia. Todos los actos litúrgicos sacros y profanos sostienen al mundo. Decía Goethe que la ceremonia sostiene al mundo. Las formas hay que cuidarlas. La primera manera de erosionar la cultura cristiana fue entrar en el campo de la liturgia. La liturgia empezó a diluirse y a perder su sentido profundo. Se hizo una simplificación. Ya importaba poco levantar de un modo u otro el copón, importaba poco determinada festividad. Y entonces se va desplazando, y se va descristianizando la vida cotidiana. Después fueron gradualmente entrando en la convivencia de las religiones, y llevando así a la idea de que todos somos lo mismo. Y entonces, si todos somos lo mismo, ¿para qué las diferencias de religiones? Lo que lleva a la anulación de la propia fe. Senior habla de la muerte de la cultura. Yo diría que está moribunda, está siendo desplazada, y no somos conscientes de eso. 

- ¿Cuándo empezó el derrumbe de la cultura argentina? ¿Hay algún hito, fue un proceso?

- La generación de Rivadavia ya comienza con actitudes de un liberalismo cegatón. Se comerció con muchas propiedades de la Iglesia, se trató de anular las obras... Contra esto reaccionó un personaje argentino que es único: Fray Francisco de Paula Castañeda. Un unitario antirivadaviano. Estaba contra Rivadavia porque sabía que él estaba inficionando la cultura cristiana argentina. No se le ha dado suficiente atención. Castañeda es un hombre que tiene el buen humor de quien está seguro de lo que cree. Era avizor.

-Usted acaba de editar un libro sobre Marechal, un autor que usted admite allí que fue axial en su formación. El también fue un restauracionista. 

- Sí. Como cuento allí, cuando Marechal se iba a preparar café, yo recorría su biblioteca. Eran tres estantes nada más, a sus espaldas. Pero estaban todos los clásicos griegos, romanos, Shakespeare... Este es el rescate que él hace. El descubre las doctrinas estéticas desde los griegos hasta el siglo XIX. En ese recorrido que él hace va buscando la unidad, la continuidad de ciertas doctrinas. El no habla de Homero. Muestra una pelea homérica en un barrio de Buenos Aires, y estimula a los protagonistas con epítetos tomados de la Ilíada.

- Marechal, además del rescate de los clásicos, proponía llevar al otro a conocer la Verdad, el Bien y la Belleza, orientar al prójimo hacia su destino sobrenatural. Una idea extraordinaria. ¿La escuela hoy educa para eso? 

- No, no, no. Esa idea está en Platón, en Aristóteles... Si usted educa para la Verdad, el Bien y la Belleza, abre horizontes que no son los de la necesidad, lo inmediato, la ganancia. Y así lo está educando como una persona integral, que será excelente en todos los planos en que se mueve. Acá, lo que estamos haciendo, es preparar a los alumnos para el trabajo. Primero hay que enseñar a mirar hacia abajo, para ver dónde está uno parado. Después, a mirar para atrás, para ver de dónde viene. En tercer lugar, a mirar hacia adentro para ver si se conoce, si sabe quién es. En cuarto lugar, mirar alrededor. Después mirar hacia adelante, al proyecto. Y por último, hacia arriba, para ver que todas estas direcciones en las que miró tengan una dimensión sobrenatural.

Un plan gramciano que avanza con gran eficacia

El argentino no conoce su propia cultura y esto es así, según Pedro Luis Barcia, porque ya no cuenta con la información que le proveía una materia hoy desaparecida del secundario que aportaba una síntesis. "Es necesario que empecemos a consolidar una enseñanza de la cultura argentina en todos los niveles. No sesgada. No seccionada por una óptica tuerta, sino que permita ver con los dos ojos", dice Barcia, quien subraya que eso es en gran medida lo que vienen haciendo en la diplomatura del Cudes.

Esa visión sesgada que hoy es moneda corriente tiene sus grandes proscritos, entre ellos Lugones y Marechal, lo que permite preguntarse si la Argentina construye su memoria sobre la base de olvidos. Ante esa pregunta, Barcia sostiene que "lo que funciona con mucha eficacia es el sistema de exclusión de personas, de doctrinas, de posiciones. Está hecho de modo aceitado".

"La gente que organiza esto lo hace con cultura longa. Se toma su tiempo. Va avanzando por pasos en el campo cultural, según un plan gramsciano, hasta llegar a coparlo".

"En estos momentos -asegura Barcia-, en toda Hispanoamérica se está trabajando en este sentido para derruir los fundamentos de la cultura nacional, de la cultura cristiana, para llevarla a otros campos. Esto es algo muy claro.

Sobre quiénes son los proscritos de hoy, el académico afirma que "todavía está proscrito Lugones. Es una campaña que empezó después del 70, con mucha prolijidad. Se lo ha ido excluyendo de los programas de literatura argentina en todo el país. Otro es Marechal. Estamos hablando de dos autores de distinta naturaleza y distinta posición. ¿Qué pasa? Al no incluirlos en los programas de los profesorados del secundario, el pichón de profesor no lo conoce, y por lo tanto no lo puede enseñar. Y lo que se logra es una exclusión encadenada".

Barcia se muestra muy preocupado, por otra parte, con "un proyecto que está en estudio, según el cual los profesorados de la Argentina van a estar sometidos a una especie de Coneau (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria) de profesorados, algo que no está mal cuando se refiere a parámetros generales de evaluación, pero que ya está avanzando en campos que tienen que ver con lo ideológico".

"Si el Ministerio de Educación le da cabida a esto, y lo toma como referencia, este sector va a terminar por imponer una serie de limitaciones de contenidos e imposiciones de perspectiva ideológica, sobre los profesorados, que son los que forman a nuestros secundarios, que son obligatorios. Y así, en cinco generaciones, todo estará dado vuelta", alerta Barcia. "Esto es gravísimo. Yo lo he señalado pero hay rectores que no están tomando en serio el riesgo de no ponerle un límite".

A.D.B.