Con Perdón de la Palabra

Encuentros nocturnos

 

Soy de mucho soñar. Apenas me duermo empiezo a hacerlo. Y son sueños muy realistas, lógicos, coherentes. Hasta el punto que, de algún modo, en virtud de ello llevo una doble vida. La real y la onírica. Cosa que me alegra porque es como si viviera dos veces. O sea como si multiplicara mi caudal de vida.
Además, los sueños me permiten encontrarme con gente que quiero y que hace mucho no veo. Incluso con amigos muertos tiempo atrás. O con otros de los que estoy distanciado, por una razón u otra. Por haber tenido un desencuentro o porque las circunstancias alejaron nuestro caminos. Ya que la vida, remedando a Borges, diría que se parece a un jardín con senderos que se bifurcan.

Esos encuentros nocturnos tienen sus peculiaridades. Por ejemplo, que casi siempre son felices, hasta el punto que no celebro despertarme. Otra particularidad consiste en que tanto yo como las personas con que me encuentro somos jóvenes. Nunca me veo en sueños como un octogenario, cosa que soy sobradamente. Ni tengo impedimentos físicos vinculados con la edad. Corro, camino, juego al fútbol, tengo pelo, oigo perfectamente.
También los amigos y conocidos con los que me encuentro son jóvenes. Y tenemos mucho gusto en encontrarnos. 

EL VACIO
Bueno, no siempre las cosas son agradables. A veces tengo sueños recurrentes en los que me veo en la terraza de un edificio altísimo que no tiene barandas y hay viento. Lo cual me obliga a tirarme panza abajo para que el viento no me arrastre y me arroje al vacío.

Anoche he tenido un sueño agradable. Soñé que Máximo Gainza Castro, dueño de este diario con el que tuve una estrecha relación, nos invitaba con un almuerzo a los redactores y me sentaba a su lado para charlar.

Claro que este sueño está muy emparentado con la realidad pues, no hace mucho, el señor Belcore, responsable periodístico de La Prensa, tuvo el lindo gesto de juntarnos a sus colaboradores en un almuerzo que tuvo por teatro el comedor del City Hotel. Almuerzo que le ha de haber salido un ojo de la cara a don Florencio Aldrey Iglesias, el director, pues fue abundante y los comensales más de treinta.
El único tropiezo que sufrí en esa ocasión consistió en que, dirigiéndome al City, al llegar manejando mi coche a la altura del obelisco, se puso el semáforo en colorado, de modo que doblé a la izquierda para evitarlo. Maniobra que parece no se puede hacer y que determinó que una agente de tránsito tocara su silbato para que me detuviera. Como no era consciente de haber cometido ninguna infracción, pensé que el chiflido no era para mí y seguí viaje. 

A raíz de lo cual la agente, hecha un energúmeno, se me plantó ante el coche, me hizo bajar y confeccionó una boleta por violar un semáforo y desobedecer la orden de detención, quitándome el registro. Avatares en el Jardín de los Senderos que se Bifurcan.