Siete días de política

Un gobierno condicionado por el peligro de un nuevo default

El duro ajuste fiscal elogiado por el FMI y la mejicanización de la relación con Venezuela son las dos principales decisiones que apuntan a un acuerdo con los acreedores antes de abril.

Es sabido que la historia argentina se repite como una pesadilla. Pero hay episodios de esa historia capaces de llenar de asombro a inventores de ficciones de la talla de Borges o de prodigios de la imaginación como Phillip K. Dick.

El director del FMI Alejandro Werner, por ejemplo, elogió el ajuste puesto en marcha por el gobierno peronista y dijo que las medidas adoptadas "van en la dirección correcta". ¿Cuándo lo dijo? El 11 de abril de 2014 después de reunirse en Washington con el entonces ministro de Economía de Cristina Kirchner, Axel Kicillof.

Pero este dato sería irrelevante, si al abrir el diario de anteayer los lectores no se hubieran encontrado con declaraciones idénticas de Werner sobre la economía argentina. El funcionario volvió a usar la misma expresión para referirse a las medidas tomadas por Alberto Fernández ("se va moviendo en una dirección positiva") y el título de la noticia era, inevitablemente, el mismo: "Elogia el FMI etcétera, etcétera".

¿La Argentina está atrapada en un "rulo" temporal y repite "ad infinitum" sus padecimientos? La respuesta a esta pregunta nada tiene que ver con la filosofía de la historia, ni con la metafísica, ni con la ciencia ficción, sino con algo más banal, aunque no menos catastrófico: sus políticos, sus tutores financieros y sus acreedores representan una y otra vez la misma tragicomedia, con el mismo libreto, los mismos errores y los mismos resultados.

Después de que Werner elogiara en 2014 a Kicillof, el déficit monumental y el cepo cambiario hicieron su trabajo. El peronismo perdió las elecciones presidenciales y la economía nunca terminó de recuperarse. A fuerza de préstamos Mauricio Macri logró una breve reactivación que se desmornó como un castillo de naipes apenas cambiaron las condiciones de liquidez del mercado.

¿Por qué vuelve entonces Fernández a usar una receta que fracasó? Porque busca el aval del FMI para alcanzar un acuerdo con los acreedores y lo necesita urgente antes de que comiencen a acumularse los vencimientos de la deuda que no puede dejar de pagar sin caer en default. Si el acuerdo no llegara antes de abril estaría ante dos opciones: declarar el default o pagar con reservas. Difícil saber cuál de las alternativas es más perniciosa.

Para peor el FMI y los bonistas son sólo parte del problema. El presidente tiene que lidiar tambien con el kirchnerismo que pagará sin duda el costo electoral del impuestazo, la inflación y el congelamiento de las jubilaciones. Y como si esto no fuera suficiente debe congraciarse con Donald Trump que hace exhibición de su influencia sobre le FMI y exige el alineamiento de Argentina en su batalla contra el régimen de Maduro.

En este marco cada "elogio" del Fondo representa una puñalada para los "K" que constituyen por lo menos la mitad del poder del presidente.

En el caso de Venezuela la dualidad del gobierno es cada vez más perceptible. Eliot Abrams (el Werner del Departamento de Estado) calificó como "interesante" la postura de la Cancillería sobre las tropelías cometidas por Maduro contra Juan Guaidó y como "bastante impresionante" el giro Alberto Fernández respecto de la posición de CFK. La contrapartida de este elogio fueron las palabras descalificadoras del venezolano Diosdado Cabello sobre Alberto Fernánez: "Argentina dijo una guaidiotez".

Para conciliar sus necesidades financieras con la ideología (real o presunta) de Cristina Kirchner, Alberto Fernández copió a Méjico en la cuestión venezolana. No condenó ni repudió la represión chavista, tampoco firmó la declaración del grupo de Lima, pero criticó a Maduro mientras le quitaba las credenciales a la embajadora de Guaidó reconocida por Mauricio Macri. Buscó una posición intermedia que calmó a Trump y no provocó reacciones (al menos públicas) de su frente interno prochavista.

Los mejicanos son maestros antiguos en este arte simulatorio. Aun los socialistas de los dientes para afuera como López Obrador saben que no pueden vivir en guerra con el vecino más poderoso del mundo. Como dijo Porfirio Díaz: "Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos".

En suma, el primer punto en la agenda de Fernández consiste en evitar el default sin generar un cortocircuito con CFK. Si lo consigue, recién podrá empezar a preocuparse la inflación, el estancamiento, la pobreza, el desempleo, etcétera, etcétera. Un panorama complejo y desalentador muy poco parecido a las expectativas con las que llegó al gobierno.