Un refugio de espías nazis descubierto en Santa Fe

Por Julio B. Mutti * 

Especial para La Prensa

 

El infinito campo argentino tiene miles de historias por ser descubiertas. Algunas van saliendo a la luz casi por casualidad, otras vivirán en el olvido para siempre ¿Quién podría pensar que esconde también viejas historias de espías nazis acechando en las sombras?

Por la ruta provincial Nº 2, apenas pasando el espejo de agua llamado laguna "La Verde", donde algunos flamencos silvestres remojan sus interminables patas, se llega a un caserío que se denomina "Las Avispas". Un viejo camino de tierra sobre la margen derecha de la ruta lleva hasta el viejo establecimiento agro ganadero, propiedad en el pasado de la familia Kusters, uno de los clanes de granjeros alemanes establecidos allí durante los comienzos del Siglo XX.

Uno de los primeros colonos alemanes en instalarse en "Las Avispas" fue Walter Junkers, quien compró parte del loteo de un establecimiento llamado "El Simbol" en el año 1930. Allí se dedicó exitosamente a explotar las ricas tierras argentinas. Luego le siguió Carlos Kusters, un ex capataz "La Fidelidad", una estancia de la "Bunge & Born", quien fue persuadido por su amigo Junkers de adquirir otra porción del lucrativo loteo de "El Simbol". Con el sudor y sacrificio de largos años de trabajo y un generoso préstamo del Banco Hipotecario, Kusters pudo finalmente comprar su campo en el año 1937. Pronto lo dotó con 650 cabezas de ganado vacuno, 200 de lanar y 100 de caballar. Una inversión total de $150.000.- pesos.
Fue por esos años que un misterioso corredor de la empresa "Otto Deutz" comenzó a frecuentar los campos de los alemanes. Se trataba de un joven hamburgués llamado Hans Harnisch, quien años más tarde se convertiría en un próspero empresario y un engranaje clave del espionaje nazi en Argentina durante la Segunda Guerra Mundial.

MOMENTO CLAVE
Cuenta la historia que entre mediados de los años treinta y comienzos de 1943, los colonos radicados en Santa Fe perdieron el contacto con Harnisch, pero el reencuentro llegaría en un momento clave y bajo circunstancias bastante tristes, por cierto. La esposa Kusters estaba mortalmente enferma para comienzos de ese año, con lo cual el matrimonio debió trasladarse hasta el Hospital Alemán de Buenos Aires. La señora Kusters finalmente murió en el mes de febrero. Angustiado por la mala situación económica en que había quedado por los gastos originados en la enfermedad de su difunta esposa, el colono alemán decidió recurrir a su viejo amigo y compatriota, Hans Harnisch, quien ya no era un inofensivo corredor de maquinaria agrícola.

Harnisch era ahora gerente de la empresa "Böker", y además uno de los líderes de la Red Bolivar, organización de espionaje nazi liderada por el legendario espía Siegfried Becker. Harnisch, en el momento de ser contactado por Kusters, estaba encargado de adquirir propiedades en el interior de Argentina, en lugares apartados que le permitieran a los espías alemanes montar estaciones clandestinas de radiotelegrafía, para de esa manera transmitir tranquilamente sus informes secretos hacia el Tercer Reich. Así que ante el pedido de socorro financiero por parte de su compatriota Kusters, el próspero empresario vio la oportunidad de explotar el campo "El Simbol", perdido en medio de Santa Fe, como un refugio de la organización de espionaje y estación clandestina. Harnisch ofreció a Kusters un crédito muy blando, de $30.000.- pesos a una benévola tasa del 3% anual. A cambio, Kusters debía poner a disposición del servicio de información germano su chacra enclavada en el medio de la inmensidad del interior argentino.

En una reunión consumada en la afamada confitería "El Molino", la misma que se yergue frente al Congreso, Kusters aceptó sin más la propuesta de Harnisch. El gerente de "Böker" rápidamente entregó el préstamo, materializado con el dinero del SD (servicio exterior de las temidas SS de Himmler), y organizó sin perder tiempo un encuentro entre Wolf Franczok (ingeniero jefe de los equipos de radiotelegrafía) y Carlos Kusters.

Apenas diez días después de sellar el acuerdo, Harnisch y Franczok se montaron en el Mercury del primero y se dirigieron a Santa Fe para una primera visita de reconocimiento. Unos días más tarde se sumó Max Frankenberger, el albañil del equipo de espías alemanes, quien fue el encargado de construir una nueva habitación en el viejo casco de la estancia que simularía ser un cuarto de huéspedes. En realidad estaba destinada a los aparatos de radiotelegrafía y a diversos equipos del ingeniero Franczok. Los alemanes construyeron un armario especial, con "doble fondo" que daba hacia una cavidad oculta, para esconder todo tipo de elementos técnicos, documentos, cámaras fotográficas y también algún arma ¡Casi como salido de una película de James Bond!.

Entre abril y mayo de 1943, Franczok volvió a Santa Fe para instalar los radiotelégrafos, el molino generador de energía y los acumuladores. Así quedó montada la nueva radioestación de los espías de Hitler en Argentina, que se sumaba a otras en lugares tan alejados como Tandil o General Madariaga. Lograría sobrevivir hasta la segunda mitad de 1944, cuando Coordinación Federal allanó "El Simbol" y se llevó detenido al pobre Kusters. Lo esperaba una buena temporada tras las rejas.

AJENO AL PASO DEL TIEMPO
Aunque sea difícil de creer, el casco de la estancia "El Simbol" permanece hoy ajeno al paso del tiempo. Es como si se negara a aceptar que la Alemania de Hitler perdió la guerra hace casi setenta y cinco años. Ahí están todavía el falso cuarto de huéspedes construido por Frankenberger, el recinto secreto para los equipos técnicos y hasta el viejo placard de madera puesto por los mismos espías del Führer.

Rafael Marengo es el actual dueño del campo; a él le debemos la posibilidad de poder introducirnos todavía en este increíble túnel del tiempo. El relato se lo debemos a los muy bien conversados archivos del Segundo Sumario de espionaje alemán, resguardados en los Archivos del Poder Judicial de la Nación.

* Historiador y escritor.