​Quién le pondrá el cascabel al gato



En la coctelera de nombres que sacude Alberto Fernández con vistas a la conformación del Gabinete Nacional, casi todas las miradas están puestas en discernir quiénes serán los integrantes del equipo económico y, principalmente, quién tomará el toro por las astas a la hora de negociar los vencimientos de la deuda externa.

Existe un área, sin embargo, que es clave para cualquier Nación, sobre todo para aquellas que desean y necesitan tener un perfil exportador. Se trata de la Cancillería y su vasta red de embajadas que como tentáculos intentan llevar representatividad y abrir mercados en los confines del mundo.
Mientras buena parte de la sociedad informada intenta escrutar debajo de qué vaso está la bolita, en una secuencia de movimientos rápidos dirigidos a confundir, algo que parece hacer muy bien el futuro presidente con aires de prestidigitador, detrás de bambalinas se negocia quién ocupará el máximo puesto en el Palacio San Martín. Ese sillón es en extremo relevante. Lo es en cualquier país del globo y lo será también para la Argentina, que en términos económicos es un sujeto sin crédito, con deudas pendientes que no puede pagar, y que enfrenta el riesgo de ingresar en un esquema de acuerdos con sus acreedores que la obliguen a ponerse en modo ahorro y vivir de lo que gana. Y lo que gana, esos dólares, vienen sólo por el lado de las exportaciones.

El Gobierno de Mauricio Macri no empezó mal en esta materia. Había designado a Susana Malcorra como canciller, una diplomática de trayectoria y bien considerada en el concierto mundial, pero tras su alejamiento todo lo concerniente a relaciones exteriores, comercio incluido, quedó en manos de Jorge Faurie, un funcionario formado en ceremonial y protocolo.

Aunque aún no es oficial, Alberto Fernández parece haber ungido para el cargo de canciller a Felipe Solá, un dirigente peronista de larga data, ex gobernador bonaerense y diputado nacional. Una vez más primaría el criterio de elección política por sobre los profesionales de carrera, tal vez bajo la idea de que es mejor tener como ladero en estas lides a un hombre que ideológicamente comprenda el plan, aunque no esté formado en consecuencia.

Por debajo del canciller se extiende esa amplia red de embajadas que conectan a la Argentina con el mundo. Hay tres destinos en los cuales un país como Argentina debe designar a sus mejores hombres: Brasil, China y los Estados Unidos. Brasil porque es nuestro principal socio comercial; China porque es el mayor comprador de soja y carne vacuna; y Estados Unidos… porque es Estados Unidos, la potencia más grande del mundo.

Aquí y ahora, cuando restan días para que Alberto Fernández asuma como jefe de Estado, la prioridad parece estar centrada en el vínculo con Brasil, deteriorado de antemano luego de que el presidente Jair Bolsonaro amenazara con disolver el Mercosur en caso de que retornase el kirchnerismo al poder. Luego de semejante bravuconada, y de intervenir abiertamente en el proceso electoral argentino, aclarando luego, con el hecho consumado, que no vendrá a la asunción de AF, no será nada sencillo conciliar, sentarse a tomar un café y negociar.

Pero Brasil, que es la segunda economía del continente y la sexta a escala mundial, sabe jugar el juego de la diplomacia. Sigue a rajatabla aquel precepto de poner a sus mejores hombres en los destinos más relevantes. Por eso es que el embajador en la Argentina, Sergio Danese, es un número 1 de Itamaraty.
Argentina, en cambio, no parece tener tan claro el mapa de situación. La gestión Macri ha dejado vacante el cargo luego de que en julio renunciara por motivos personales el entonces embajador Carlos Magariños, quien decidió retornar a la actividad privada. Desde entonces las relaciones han recaído sobre el encargado de negocios, un puesto secundario, encarnado en Rodrigo Carlos Bardoneschi.

En la agenda de Alberto Fernández asoma el nombre de Daniel Scioli para ocupar ese puesto, aunque la noticia aún no tiene forma de tal y sólo sea un rumor que circuló con fuerza y que ya fue bendecido, de alguna manera, por Felipe Solá, quien aún no es el canciller.

Por estos días el intercambio comercial bilateral es superavitario para la Argentina en u$s 290 millones, cifra que resulta más del fuerte proceso devaluatorio del peso argentino y de la pertinaz recesión que terminaron por hundir las importaciones, que por el exitoso desempeño de las exportaciones. De hecho, las compras de productos brasileños cayeron un 32% en octubre, mientras que las ventas argentinas apenas si crecieron 4%.

El ida y vuelta del comercio bilateral es fundamental para ambas naciones,  pero uno podría estimar que resulta de mayor preponderancia para esta Argentina que necesita salir de la recesión y volver a crecer, algo que se estima recién logrará y de manera tímida en 2021. En medio de esta puja verbal sostenida por Bolsonaro y Fernández, quien luego le bajó los decibeles al cruce, el real tuvo un par de saltos devaluatorios frente al dólar, un movimiento espasmódico que le permite a Brasilia recuperar algo de competitividad en las exportaciones y, al mismo tiempo, pone en jaque el endeble superávit argentino.

Los números siempre ayudan a tomar consciencia de lo relevante de la relación. El principal proveedor de las importaciones brasileñas en la región es Argentina, con el 6,3%, siendo al mismo tiempo el sexto a nivel global. A su vez, Brasil es el principal destino de las exportaciones nacionales, con el 16% del total, concentrado básicamente en productos industriales. Se trata de una suma aproximada de u$s 11.300 millones anuales, casi el triple de lo que se comercia con China y los Estados Unidos. Además, el 27% de lo que importa nuestro país es Made in Brasil.

En el juego de miradas cruzadas, el Mercosur está entre algodones. Siempre fue discutido por una parte de la platea, pero es indudable que el bloque ha potenciado el comercio bilateral desde su creación, vaivenes mediante. Hoy la relación entre los cuatros socios quizás requiera de una vuelta de tuerca para hacerla más eficiente en los tiempos corren.

Alberto Fernández ya dejó en claro que no se disolverá el Mercosur, sino que por el contrario será potenciado. No opinaba lo mismo hasta hace poco Jair Bolsonaro, pero el hombre, de perfil duro, también parece haber tomado por la autopista del pragmatismo y, ante lo inevitable, moderó los ataques. Dicen los que saben que la sangre no llegará al río y que primará el sentido común. Los nombres, esos que agita AF en su coctelera, serán clave para relanzar el vínculo comercial y sostener un armonioso equilibrio donde todos ganen.