La historia del peso

Arrastrando los tamangos

Se entiende más la historia argentina visitando el Museo del Banco Central, que el de Historia Nacional.

En el obligado desfile por vitrinas y escaparates, veremos monedas, billetes y títulos que se usaron en nuestra economía, dejándonos la impresión que los conflictos económicos y fiduciarios, son tan antiguos como la patria, o quizás anteriores.

No solo le restamos en estos 70 años, 13 ceros a la moneda (y vamos por más), sino que antes de tener una moneda propia usamos reales españoles, el sol peruano, el peso moneda corriente, el peso fuerte, la plata boliviana, la plata riojana de Famatina (base de la fortuna de Facundo Quiroga y su enfrentamiento con Rivadavia). Y, obviamente, la libra esterlina y en menor medida, el Sous francés y el dólar americano.

LA ABUELA DE LA EVASION

Enorme productor de plata que debía salir del Alto Perú por Buenos Aires, nuestro precioso metal no era sellado como correspondía (en el Museo Issac Fernández Blanco, la mayor parte de las piezas no están selladas, ergo no pagaron sus impuestos).

Para otorgar cierto orden a la economía en 1823 se emitieron billetes en pesos corrientes convertibles en metálico, pero la emisión fue tan desmedida que no pudo mantener la equidad y estos pesos se convirtieron en papelitos de colores desvalorizados, una mecánica convertida casi en una costumbre en nuestra economía.

Para aquellos que creen que la emisión es inocua, deberían saber que la Argentina tenía inflación a pesar de usar metálico hasta 1820. (Corrompían la moneda limando sus bordes). Así la inflación en nuestros primeros años era del 6%, pero si tomamos el índice inflacionario desde 1810 a 1863, llegó a 2.500%. Solo en la época de Rosas la inflación excedió el 600%, especialmente en el tiempo en el que se acentuó la persecución política (1838/1842).

Nuestro peso argentino nació en 1875, pero como no había suficiente oro para respaldarlo, debió esperar a 1881 para ser convertible.

Hasta entonces, cada provincia hacía lo que podía y lo que quería. Como escaseaba el dinero para devolver el metálico, muchos andaban con martillo en mano para fraccionar las monedas que podían ser pelucona o doblón de oro, la moneda de plata era el duro, y las demás monedas de plata baja se llamaban macuquinas.

El primer uno a uno en nuestra historia es la de 1823, pero solo tres años después, el apalancamiento no soportó la presión y se decretó el curso forzoso de tales billetes, que cada día valían menos.
Como los billetes no convencían a nadie en Buenos Aires, se acuñaron monedas de plata y cobre o usando las monedas bolivianas que se llamaban chirolas.

EL FIADO Y EL EMPEÑO

Ante ésta escasez de crematístico la actividad comercial se basaba en el fiado y el empeño. Casi el 50% de las operaciones eran de fiado. Por tal razón cada tanto en la literatura se reflejan los conflictos por deudas impagas, como las que le reclamaban a Juan Moreira, Hormiga Negra o Bairoletto.

Al igual que en 1823/26, para cuando se impuso la moneda nacional en 1881, con la intención de unificar al sistema monetario, a través de la convertibilidad en metálico, en escasos cinco años nuestra moneda era, una vez más, inconvertible. No había oro atrás del circulante, y solo teníamos otra vez papelitos de colores. 

Uno de los pocos parámetros fidedignos como parámetro comparativo era la libra esterlina que mantiene registros de su valor desde 1776. También podría usarse el oro, pero en el transcurso de mi vida lo he visto oscilar entre los 400 dólares a los 1.800 dólares por onza.

El costo de vida también cambió por los usos y costumbres. Juan Manuel de Rosas que recibió durante su exilio mil libras anuales, que consideraba insuficientes, contrasta con lo que contaban en Times de Londres de 1863, en el que un caballero británico podía vivir bien en Londres con £ 300.

Cinco duros españoles valían una libra esterlina, pero esta proporción se alteró cuando con la caída de Fernando VII y su imperio, la cotización bajó, empeorado por los conflictos económicos y bursátiles de Londres en la década de 1820-1830, circunstancia que aprovecharon para otorgar préstamos a las ex colonias españolas que terminaron con largos conflictos financieros que llevaron casi un siglo para resolver.

DIEZ BILLONES

Desde entonces, a pesar de algunos períodos de bonanza, nuestra moneda fue perdiendo valor debido a las emisiones sin respaldo.

Un peso del 2017 equivale a 10.000.000.000 de pesos de 1881.

Desde 1816 vivimos enfrentados entre los intereses de las provincias y la Capital, del campo y la industria, de los exorbitantes requerimientos del Estado provincial y su hipertrofia federativa, la burocracia parasitaria, el clientelismo político, y la escases de recursos para satisfacer nuestras necesidades.
Las cuentas no cierran y nadie está dispuesto a tomar las medidas de fondo para enmendar el camino (ni ordenamiento fiscal, ni laboral, ni redimensión del Estado), por lo que parecemos condenados a empujar la piedra de la inflación como Sisifo.

Nos han enseñado la historia como la sucesión de voluntades de un grupo de individuos más o menos iluminados (de acuerdo a la versión del relato que adherimos), pero, en realidad, estos dirigentes estaban constantemente peleando contra la escasez, las maniobras fraudulentas, los negociados y corrupciones, aunque disfrazaban (y disfrazan) sus discursos con palabras altisonantes como libertad, autodeterminación, soberanía, distribucionismo y otros productos de su imaginación para justificar el derroche y eufemismos para disfrazar su ineficiencia.