Buena Data en La Prensa

Los pueblos también se equivocan

Es políticamente correcto afirmar que los pueblos nunca se equivocan. Vox Populi, Vox Dei. Aunque en Argentina como en otras naciones, existen pruebas concretas de que esto no es cierto, nadie se anima a decirlo so pena de ser tildado de facho, antidemocrático o golpista. No tendría porqué ser así.

Mostrar la verdad evidente, no debería ser motivo de condena. Lo que la circunstancial mayoría elija, no implica que sea lo mejor. Del mismo modo, tampoco es necesariamente lo contrario. 

El lugar intocable que se la otorgado a la voluntad popular, es otra expresión del pensamiento impuesto por el establishment que nos ha convencido de la existencia de un falso dios: un pueblo idealizado que es depositario de la verdad. 

El pueblo abstracto solo existe en lo conceptual. La realidad es la de millones de hombres y mujeres con distintas aptitudes y motivaciones, fortalezas y deficiencias. 

Dictadores, gobernantes inescrupulosos y delincuentes fueron elegidos o apoyados por grandes mayorías a lo largo de la historia. Amores y odios se conjugaron con esperanzas desmedidas y miedos.

Las pruebas 

La historia política argentina, ha sufrido desde la organización nacional varias etapas de inestabilidad que fueron horadando la credibilidad de las instituciones. 

Las tres primeras décadas del siglo XX, seguramente han sido las mejores. Luego se alternaron durante cincuenta y tres años, gobiernos de facto y constitucionales -con uno que dejó de serlo- hasta que finalmente en 1983 se inició una serie ininterrumpida de gobiernos elegidos por el pueblo que se continúa hasta el día de hoy.

El advenimiento de la nueva democracia generó en el ideario colectivo la creencia de que habíamos logrado una panacea que nos marcaría el camino para sortear cualquier escollo y nos protegería de toda perturbación social. 

Alfonsín pontificaba: "Con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura". Este fue el credo de los primeros años. Pero en menos de cinco, comenzó la hiperinflación y nos empezamos a dar cuenta que la democracia no solucionaba todos los problemas. El gobierno radical sucumbió y la crisis económica provocó la entrega del poder cinco meses antes de la finalización del mandato. 

Si bien, sabemos que los avatares económicos, no son simples cuestiones de esa área, es una realidad que nuestra idiosincrasia hizo que toda crisis moral se asocie siempre con la inestabilidad económica. La economía es nuestro órgano de choque. Allí se manifiesta todo lo que nos pasa, corrupción, presiones, miedos y falta de convicciones firmes.

Sigamos con la historia. Asume Menem y continúa la hiperinflación hasta que en 1991/92 comienza el plan de convertibilidad y se crea el peso convertible. Se logra frenar la inflación y vinieron diez años de estabilidad cambiaria con baja inflación. En 1994, Menem logra reformar la Constitución, lo que le permitió presentarse en 1995 para un nuevo período presidencial de cuatro años. Se sostuvo que fue reelecto gracias al voto cuota. La gente no quería perder el uno a uno con el dólar.

En 1999 con De la Rúa y el gobierno de la Alianza, el uno a uno tuvo una sobrevida de apenas dos años y estalló por el aire. Continuó una seguidilla impresentable de recambios presidenciales. Una especie de breve, pero contundente papelón internacional.

Llegaron las elecciones de 2003. Néstor Kirchner fue electo debido a que Menem, que había salido primero, renunció a ir a una segunda vuelta. Se iniciaron cuatro años y medio de gobierno que terminaron con la entrega del poder a su esposa Cristina Fernández quien gobernó durante dos períodos. En estos doce años se generó una notable división en la ciudadanía, comparable en gran medida con el primer gobierno del régimen peronista.

Llegaron las elecciones presidenciales de 2015 y con ella una nueva oportunidad. Esta vez no podíamos fallar. Parecía que habíamos encontrado la fórmula para retomar el camino de grandeza perdido hace siete décadas y superar las antinomias. Lamentablemente esto no ocurrió.
Solo la verdad nos hará libres

El domingo pasado, las mayorías volvieron a elegir a quienes ya estuvieron en el poder. Las antinomias heredadas persisten, al igual que la inflación, la inseguridad y los elevados índices de pobreza y de desempleo.

Unos y otros se echan la culpa. Los años pasan y los problemas se profundizan. Hay gente contenta y hay otros con miedo, bronca y desesperanza. Los que eran enemigos ahora festejan como grandes amigos. Los que caminaron juntos se distancian y se enfrentan. Quizás muy pocos resistan un archivo. 
Con el resultado del domingo, quedó de manifiesto un país partido en dos. Han pasado treinta y seis años desde el regreso a la democracia y estamos cada vez peor. 

Dos frases pueden conjugarse para la esperanza que nunca debemos perder. Decía Alfonsín: "Si la política fuera solo el arte de lo posible, sería el arte de la resignación". Decía San Agustín: "Empieza haciendo lo necesario, después lo posible y de repente te encontrarás haciendo lo imposible". 

Quizás aún tengamos salida. Pero alguien lo tiene que decir: el pueblo también se puede equivocar. 
 
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