Fantasmas del pasado

La apasionante historia de Cristóbal Colón (IV)

 

Por Armando Alonso Piñeiro

Los vikingos no podían faltar en esta saga. Desde siempre se afirmó que esos remotos navegantes habían llegado, en efecto, al Nuevo Mundo mucho antes que Colón. En 1966 el Congreso Internacional de Americanistas de Mar del Plata aprobó la tesis (gracias a investigaciones del matrimonio noruego Ingstad, que halló restos de casas pertenecientes a los vikingos y clavos de hierro que expuestos al método del carbono 14, revelaron pertenecer al año 1.000) de que los vikingos llegaron a América unos 500 años antes que Cristóbal Colón. 

La decisión del Congreso de Americanistas, aunque lo aclaraba, se basaba también en el famoso mapa de Vinland, adquirido por la Universidad de Yale por 260 mil dólares. 
Este mapa probaba incuestionablemente que el explorador vikingo Leif Erickson había llegado a América antes que Colón, pero desconfiados expertos sometieron al documento a minuciosas pruebas a lo largo de dos años. Mientras se llevaban a cabo estos análisis, con inexplicable imprudencia el gobierno norteamericano aceptaba oficialmente la tesis vikinga. 

Richard Nixon instituía el 9 de octubre como Día de Leif Erickson, en ceremonias presididas por el entonces secretario de Estado Dean Rusk. 
Pero he aquí que un buen día se da a conocer el resultado de los exámenes científicos del mapa de Vinland: los expertos habían hallado que la tinta del dibujo contenía pigmentos de óxido de titanio, un elemento recién descubierto en 1920. 
De manera que el nuevo intento por abatir la gloria de Cristóbal Colón se vino estrepitosamente abajo, producto de la hábil pesquisa científica respecto de una formidable falsificación, cuyos autores jamás fueron identificados.

LA EXPEDICION

¿Cómo se organizó la expedición de Colón? También en esto hay que desbrozar el camino de leyendas y mitologías. Sencillamente, el duque de Medinaceli tomó sobre sí la tarea de armar la flota en los astilleros de Santa María, y cuando las carabelas estaban prácticamente listas, la reina Isabel agradeció los esfuerzos del duque y de Colón, pero dijo que prefería asumir ella misma la responsabilidad de la expedición para cuando lo considerara oportuno. 

Desde luego, Isabel la Católica conocía bien los proyectos del futuro Gran Almirante -quien venía fatigando a los monarcas con sus planes desde hacía tiempo-, pero una vez armada la flota, advirtió probablemente la importancia de la empresa y no quiso que su mérito recayera exclusivamente en un particular como el duque de Medinaceli. 

Abatido, el gran genovés abandonó Santa María y se dirigió al convento de la Rábida, encontrándose allí con viejos amigos: los sacerdotes Antonio de Marchena y Juan Pérez. Este último intercedió ante la reina, y el resultado de la negociación fue que Colón recibió veinte mil maravedíes, con la orden de volver a la Corte. 

Todo ello ocurría entre fines de 1491 y comienzos de 1492. Comenzaron entonces consultas con sabios, geógrafos, cosmógrafos, sacerdotes, navegantes, asesores, filósofos. Se tejió una larga red de intrigas y ambiciones, aparecieron personajes codiciosos y aventureros, idealistas y románticos. 
Colón fue examinado por varias juntas de notables, criticado, ensalzado, injuriado, alentado. Lo que pedía eras muy singular. 

Tan seguro estaba de encontrar otras tierras, que sus condiciones eran inexorables: "Exigía que se lo nombrase Almirante del mar océano con todos los títulos, prerrogativas y preeminencias de los almirantes de Castilla, y virrey y gobernador en todas las tierras que descubriese con la misma autoridad y jurisdicción que se concedían a los almirantes de Castilla y de León; que se le diesen poderes amplísimos y, además de los sueldos de almirante, virrey y gobernador, la décima parte de todo lo que se comprase, hallase o rescatase" (Gandía, ps.209-210).

La lucha verbal fue larga y fatigosa. Los Reyes Católicos discutían los sueldos, el porcentaje de las utilidades, las distinciones a conferir. Colón se mantenía inmutable. Y entonces, un día de enero de 1492, se fue de la Corte. Así, sencillamente. Abandonó el proyecto ante la resistencia real en acceder a sus exigencias.