Siete días de política

Favorece a Macri el cambio de roles y de agenda en la campaña

Fernández intenta dar señales de gobernabilidad, pero padece presiones sectoriales. Macri hace promesas como si gobernase otro. Gracias a Kicillof el narcotráfico se incorporó al debate.

El intervalo entre las PASO y la primera vuelta se está haciendo peligrosamente largo para Alberto Fernández. El 11 de agosto le ganó holgadamente al gobierno y es muy probable que el 27 de este mes repita su desempeño, pero la campaña amenaza con salirse del eje que le conviene, el económico, y deslizarse por territorios oscuros para el peronismo como el del narcotráfico y la corrupción.

A esto hay que sumar que la expectativa por su casi seguro triunfo electoral ha hecho que todos los focos estén puestos en su capacidad de gestión, la crisis que lo espera y el reparto de cuotas de poder. Todo esto en medio de los flirteos con sectores corporativos que ya empezaron a marcar su territorio como la UIA, la CGT, la Corte y el partido Justicialista.

La prueba más obvia de que el candidato kirchnerista perdió el rumbo fue su polémica con Patricia Bullrich. Empezó por un proyecto para penar a los que mienten a los jueces que Fernández impugnó. La ministra le recordó que una legislación similar rige en países del primer mundo y le propinó: "mentir es inmoral". La referencia a las "posverdades" kirchneristas era transparente e hizo reaccionar a Fernández que acusó a la policía conducida por la ministra de "matar por la espalda". No pudo equivocarse más. Le réplica fue peor: "Con usted los narcos y los chorros de fiesta", le respondió.

Por desgracia para Fernández su choque con Bullrich no fue el único mal trago de la semana. Axel Kicillof cometió la torpeza verbal de justificar el narcotráfico, al que consideró consecuencia del desempleo y la angustia económica de los pobres. Cuando comenzaron a lloverle las refutaciones confesó que había repetido la opinión de un cura villero.

Con su declaración le hizo un favor inesperado al oficialismo contribuyendo a la polarización. En ese consiste la famosa "grieta"; en posturas inconciliables. Son cuestiones de principios que encienden la alarma de un amplio sector de la clase media. La ideología "pauperista", que justifica cualquier acción de los pobres aunque sea criminal, llegó al punto en que comienza a convertirse en un obstáculo para Fernández.

Las declaraciones erróneas no representaron, sin embargo, su principal problema. Las corporaciones pasaron su lista de demandas en vista del pacto social que aspira establecer en el primer tramo de su gestión. La Unión Industrial pidió crédito a largo plazo, reintegros, dólar previsible y reducción de tarifas. En otras palabras, que el esfuerzo lo haga un Estado en situación de convocatoria. Los sindicalistas, por su parte, amagaron con unirse, pero volvieron a distanciarse en menos de 24 horas.

El partido Justicialista presentó también su lista de peticiones. Un extenso documento en el que pidieron crear un impuesto extraordinario a los bienes personales y a las utilidades del sector financiero. Resulta insólito hacer campaña prometiendo la suba de impuestos, pero el PJ lo hizo. Después aclaró que se trataba de ideas propias de ninguna manera vinculantes para su candidato. Pero el daño ya estaba hecho.

Otro aporte llamativo fue el de la mayoría peronista de la Corte Suprema, a la que el ministro Germán Garavano considera "opositora". Lo que no quedó claro es opositora a quién. El funcionario aludió a varios fallos adversos al gobierno de Macri con un alto costo económico, pero ese costo lo heredará Alberto Fernández. En pocas palabras, el tribunal pareció no distinguir entre Macri y Fernández a la hora de marcar su territorio de poder.

Mientras el candidato peronista carga prematuramente con el peso de la gobernabilidad sobre sus hombros, Macri parece haberse librado de él. Anda de gira prometiendo que su eventual segunda parte será mucho mejor que la primera, sin molestarse a explicar cómo y por qué. Rompió el manual de Durán Barba y se da "baños de multitud". Trasmite un mensaje esperanzador y un poco de miedo a un triunfo de la tumultuosa alianza peronista.

Colabora con esto último también la Justicia que habilitó una suelta de presos injustificable. Macri se presenta como la contracara de los valores degradados y la corrupción. Hace campaña para convertirse en el vocero de ese tercio de la sociedad que aún bajo las peores condiciones económicas privilegia las instituciones y el estado de derecho. Quiere convertirse en su líder. El. No los radicales, ni Vidal, ni Rodríguez Larreta. Ese es su juego.