¿Cristalizarán los chinos el sueño de Sarmiento?



Una de las características que tienen las crisis es que nos atornillan a lo inmediato, nos dejan perplejos y abocados a resolver el presente. La emergencia económica posterga la agenda del crecimiento y arranca de cuajo cualquier proyecto de desarrollo.

En esta urgencia por apagar el incendio de la corrida cambiaria, en el atajo de subir las tasas de interés para que los pesos no se vayan al dólar, en el ruego y la buena letra para que se habilite el siguiente tramo del préstamo del FMI, no hay tiempo ni lugar para pensar en políticas estructurales.

La salud pública, la educación en todos sus niveles, las obras de infraestructura para bajar los costos logísticos y ser más competitivos, las necesidades de la defensa y la seguridad, el combate contra las drogas, todo queda atado con alambre.

No hay plata, no hay crédito, los inversores que se llevan el dinero afuera y los ahorristas presos del pánico, que sacan los fondos de las cuentas bancarias para guardarlos debajo del colchón, desfinancian al sistema. Como dijo un experto: “Cuando al sistema financiero le quitás dinero, divide la actividad; cuando le ponés, la multiplica”. Así de simple.

Por algún motivo, o por un puñado de fuertes razones que ahora no vale la pena repasar, la Argentina parece siempre sujeta a un eterno presente. Claro que no fue siempre así. Hubo una época en la que se pudo pensar un país y sentar las bases para algo que parecía iba a ser grande. Pero no lo fue. Hace unos días Claudio Zuchovicki, especialista en finanzas, lanzó una frase que mueve a la reflexión: “Cuando te va mal con todos los presidentes, el problema no son los presidentes, somos nosotros”.

La Generación del ’37, con Domingo Faustino Sarmiento como uno de sus estandartes, además de Juan Bautista Alberdi y Esteban Echeverría, entre otros, y la que le siguió en el tiempo, la Generación del ’80, con el vilipendiado Julio Argentino Roca, le dieron forma palmo a palmo a un país que tuvo vigencia, al menos, hasta la mitad del siglo XX. Había planes, proyectos, ideas. También hubo zozobras económicas, como lo fueron el Pánico de 1890 durante la presidencia de Juárez Celman, o la de Depresión de 1930. Pero, sin embargo, algo funcionaba. Los programas se imponían por sobre las circunstancias.

Lo cierto es que entre las llamas de la devaluación y el humo del incendio en la Amazonia, pasó casi inadvertida una noticia que nos debería dejar pensando como argentinos: la propuesta de China para dragar el río Paraná, volviéndolo apto para la navegación de buques oceánicos que subirían aguas arriba para transportar la soja del Paraguay y de Brasil. Y la nuestra, claro está.

La propuesta la realizó el gigante China Communications Construction Co Ltd y su unidad de dragado de Shanghai. La estrategia de Pekín es clara: no sólo es el principal comprador de soja de la Argentina y la región, sino que sus empresas han copado también la provisión de insumos, y ahora buscan asegurarse el traslado a buen puerto de los recursos. Se trata, en definitiva, de invertir en cadenas de suministro agrícolas internacionales para controlar mejor el flujo y los precios.

¿Harán los chinos lo que deberíamos haber hecho los argentinos, pero que no logramos concretar porque siempre nos demanda la emergencia? El aquí y ahora de la improvisación nos deja sujetos a la primarización de las exportaciones.

Y si bien es cierto que hacia una punta de la cadena está el desarrollo de la genética en semillas y también la ganadera, y que el movimiento de la exportación de granos genera un círculo virtuoso en la economía nacional, siempre quedamos rengos. Nos falta impulsar la otra parte, la de industrializar los productos en un proceso multiplicador del empleo.

Este presente mediocre no sería tan doloroso si no rondara sobre nosotros, los argentinos, la culpa de lo que pudimos haber sido y no fuimos. Porque una cosa es estar hundidos, empobrecidos y endeudados como ahora porque nunca hubo proyectos, y otra es estar empobrecidos y endeudados pese a haber tenido dirigentes que se atrevieron a pensar un país mejor.

No hay que ir muy lejos para comprobarlo. Basta con buscar en cualquier biblioteca un ejemplar del Facundo de Sarmiento, en las vísperas del Día del Maestro –ese 11 de septiembre en el cual el sanjuanino pasó a la inmortalidad, exiliado en Paraguay- para encontrar en sus páginas mal leídas y peor interpretadas el destino no nato de un país con un potencial único.

Ahí vamos:
+ “La inmensa extensión de país que está en sus extremos, es enteramente despoblada, y ríos navegables posee que no ha surcado aún el frágil barquichuelo”.

+ “Pudiera señalarse, como un rasgo notable de la fisonomía de este país, la aglomeración de ríos navegables que al Este se dan cita de todos los rumbos del horizonte, para reunirse en el Plata, y presentar dignamente su estupendo tributo al Océano, que lo recibe en sus flancos, no sin muestras visibles de turbación y de respeto. Pero estos inmensos canales excavados por la solícita mano de la naturaleza no introducen cambio ninguno en las costumbres nacionales. El hijo de los aventureros españoles que colonizaron el país detesta la navegación, y se considera como aprisionado en los estrechos límites del bote o de la lancha”.

+ “De este modo, el favor más grande que la Providencia depara a un pueblo, el gaucho argentino lo desdeña, viendo en él más bien un obstáculo opuesto a sus movimientos, que el medio más poderoso de facilitarlos: de este modo la fuente del engrandecimiento de las naciones, lo que hizo la celebridad remotísima del Egipto, lo que engrandeció a la Holanda y es la causa del rápido desenvolvimiento de Norte–América, la navegación de los ríos, o la canalización, es un elemento muerto, inexplotado por el habitante de las márgenes del Bermejo, Pilcomayo, Paraná, Paraguay y Uruguay”.

+ “De todos estos ríos que debieran llevar la civilización, el poder y la riqueza hasta las profundidades más recónditas del continente, y hacer de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Salta, Tucumán y Jujuy otros tantos pueblos nadando en riquezas y rebosando población y cultura, sólo uno hay que es fecundo en beneficio para los que moran en sus riberas: el Plata, que los resume a todos juntos”.

+ “Ya he dicho que la vecindad de los ríos no imprime modificación alguna, puesto que no son navegados sino en una escala insignificante y sin influencia. Ahora, todos los pueblos argentinos, salvo San Juan y Mendoza, viven de los productos del pastoreo; Tucumán explota además la agricultura; y Buenos Aires, a más de un pastoreo de millones de cabezas de ganado, se entrega a las múltiples y variadas ocupaciones de la vida civilizada”.

Domingo Faustino Sarmiento escribió el Facundo en 1843. Algunos años más tarde publicó Argirópolis(1850), su propuesta para crear los Estados Confederados del Río de la Plata, con capital en la isla Martín García. Sería una Nación con distrito federal independiente que uniría a todas las provincias, además de Uruguay y Paraguay, eliminando la brecha entre Unitarios y Federales.

Allí también escribió: “Toda la vida va a transportarse a los ríos navegables, que son las arterias de los Estados, que llevan a todas partes y difunden a su alrededor movimiento, producción, artefactos; que improvisan en pocos años pueblos, ciudades, riquezas, naves, armas, ideas”.

Hoy, adentrados en el siglo XXI, el movimiento de transporte de carga en la Argentina se realiza mayormente por camión, atravesando rutas en algunos casos maltrechas. El ferrocarril, desmantelado y vuelto a montar, no termina por cumplir con su objetivo. Y la navegabilidad de los ríos, como una vasta red comunicante, es una utopía. Lo pensó Sarmiento, pero las urgencias siempre terminaron por postergar el desarrollo.