La Anunciación a María de Paul Claudel

La Anunciación a María fue durante mucho tiempo la obra más popular y la más representada de Paul Claudel (1868-1955), acaso el escritor católico francés más importante de la primera mitad del siglo XX, título que, tal vez, sólo podría disputarle Franois Mauriac.

Puede verse en la pieza, definida por el autor como "misterio medieval en cuatro actos y un prólogo", un ejemplo palmario de su teatro teológico, aquella intención común en su pluma por "sensibilizar lo sobrenatural", según lo definió el padre Leonardo Castellani, temprano estudioso de su obra. Claudel la publicó en 1912 en su forma definitiva, después de sucesivas versiones con diferente título y desarrollo que se remontaban a 1892.

Transcurre la pieza en la finca de Combernon, en el despuntar del siglo XV, "a fines de una Edad Media convencional, tal como los poetas de la Edad Media podían imaginarse la antigüedad", según la traducción de Angel J. Battistessa. Es un tiempo de confusiones y gran desconcierto, incluso dentro de la Iglesia. "...todo está conmovido y fuera de sitio...", proclama Anás Vercors, el patriarca de la familia en la que sucederá el drama, antes de marcharse como peregrino a Tierra Santa. 

La protagonista es Violaine, hija de Anás, muchacha ingenua y llamada a la santidad. Ella está enamorada de Jacques Hury, pero en el comienzo de la obra, movida por la compasión, despide con un beso casto a Pedro de Craon, arquitecto, "padre de iglesias" y leproso que está de paso cumpliendo con una de sus construcciones.

Ese beso tan significativo es presenciado en secreto por Mara, la hermana de Violaine que envidia su amor por Jacques. Dos grandes consecuencias se derivarán de ese gesto misericordioso: Violaine se contagiará de lepra y Mara lo utilizará en el momento oportuno para sembrar los celos en Jacques y separar a los futuros esposos.

UN MILAGRO

El tercer acto ocurre ocho años después. Violaine es ya una leprosa que vive escondida en una caverna, abandonada por todos. Está ciega. Pero un día se alegra al recibir la sorpresiva visita de Mara, quien se ha casado con Jacques pero sigue resentida con su hermana.

Las mujeres cambian palabras cargadas de significado en ese encuentro inusual que pronto se explica. Mara, desesperada, ha venido cargando el cuerpo de su hijita muerta, Albana, que oculta bajo las ropas. A modo de airado desafío le exige a su hermana que se lo devuelva vivo. Pese al rencor, la intuye santa y le pide su intercesión para que se obre el milagro. Sin saberlo, actuará como un instrumento de la Gracia de Dios.

A lo lejos se oyen campanas que anuncian la misa de Navidad. También suenan trompetas. Es el cortejo del rey de Francia que, conducido por Juana de Arco, va camino de Reims para ser allí consagrado. Esos sonidos suavizan la negativa inicial de Violaine a la exigencia de Mara. Recibe a la niñita en su seno y pide a su hermana que recen juntas el Oficio de Navidad. Un coro de ángeles, sólo escuchado por Violaine, va entonando las respuestas en latín.

Las voces del coro subrayan la solemnidad del momento, que Violaine vive como en un trance místico. Hasta que un "grito sofocado" brota de su ser y la despierta. Ha ocurrido el milagro. Algo se mueve bajo su manto. "¡Paz, Mara, ya despunta el día de Navidad, en el que nace toda alegría! ¡Y a nosotros también nos ha nacido un niñito!", exclama la santa leprosa.

Escritor profundamente católico, Claudel abordó en esta pieza, siempre con un estilo que el padre Castellani definió como "saturado de imágenes y mechado de términos metafísicos", temas centrales de la Fe: el significado del sufrimiento, la comunión de los santos, el sacrificio por amor y aquella sublime paradoja encerrada en estas palabras de Jesucristo: "Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, y el que la pierda por mí, la hallará".

La escribió, como al resto de su teatro y buena parte de su poesía, en versículos, una convención que se ajusta bien a lo que André Maurois llamó el "instrumento nuevo" de Claudel, "una forma original del drama y del poema" que sin embargo reconoce múltiples antecedentes. Las Sagradas Escrituras, Esquilo (al que tradujo), el latín y la liturgia de la Iglesia, Dante, Shakespeare y Rimbaud son algunos de los modelos que la crítica ha discernido en la innovación estilística claudeliana.

Claudel dijo que tomó la idea del niño resucitado leyendo sobre las experiencias de una mística alemana del siglo XIV. También tuvo presente su propia conversión, que sucedió de manera fulminante a los 18 años en la catedral de Notre Dame cuando asistía a los oficios navideños. "Guardo de la Noche de Navidad recuerdos conmovedores, puesto que en ella se produjo en mí un nuevo nacimiento. Y es comprensible que le haya dado expresión en un drama que, en suma, domina toda mi existencia", declaró en una de las entrevistas recogidas en Memorias improvisadas.

El autor estaba persuadido de que La Anunciación... era "una de mis obras mejor armadas, y más apropiadas para llamar la atención del público". Junto con sus numerosas representaciones por todo Occidente fue creciendo un aire de leyenda a su alrededor y, en palabras de Claudel, "todo tipo de dramas, vocaciones, casamientos", al punto de que al final de su vida pudo afirmar: "En esta pieza hay un aspecto sobrenatural".