TEATRO

Trágico retrato de una familia

 

"Reconstrucción de una ausencia" Dramaturgia: Gonzalo Marull. Puesta en escena y dirección: Marcelo Moncarz. Escenografía y vestuario: Jorge López. Luces: Daniela García Dorato. Diseño sonoro y musical: Diego Sánchez. Intérprete: Jorge Gentile. En el teatro Patio de Actores.


"Para Alberto Marull, amigo desde hace cuarenta años. Yo hice todo mal; él hizo todo bien". Con estas palabras, el exquisito periodista, escritor y crítico de arte Jorge Barón Biza (1942-2001) le dedicaba una novela suya a quien consideraba su hermano. En el pequeño texto deslizaba cómo se veía a sí mismo, a su mundo y a su trágica historia familiar.

Como contrapartida, a los ojos de Barón Biza, los Marull eran perfectos. Idílicos. Amorosos. El se consideraba una especie de caos y -por qué no pensarlo- probablemente haya utilizado ese pensamiento para ahogarse en el alcohol. Sucede que formó parte de una serie familiar trágica que ni pudo ni quiso cortar. Y que conviene que el espectador vaya descubriendo poco a poco.
Ahora, el dramaturgo Gonzalo Marull, hijo de Alberto, decidió contar la vida del escritor en forma de obra. Una vida signada por la muerte. Una vida tan increíble como una buena ficción de teatro.

MERITOS
Jorge Gentile aparece tranquilo en escena. No se lo ve desquiciado, exagerado ni sobrecargado. Bien podría recurrir a esos estados teniendo en cuenta el texto que está a punto de contar y el personaje que interpreta. Y la verdad -y lo bueno- es que no lo hace. Gentile siempre está sobrio, medido, justo. Muy presente. Seguramente sea un mérito compartido entre él y el director Marcelo Moncarz. En general, cuando se ven grandes actuaciones, se da una alianza entre director y actor. Y en "Reconstrucción de una ausencia" se ven una gran actuación y una gran dirección.

Entonces, Gentile toma la piel de Barón Biza desde muy joven hasta su ocaso. También representa a la madre, al padre y a una novia. Relata anécdotas, muchas trágicas pero algunas desopilantes. La platea se ríe, aunque la mayor parte del tiempo está en tensión, expectante.

Ayudan a recrear el clima de época muchos elementos que Moncarz eligió incluir en su puesta: las imágenes proyectadas, una mínima escenografía y el preciso vestuario. Por momentos nos metemos en los años sesenta en un departamento de la calle Esmeralda. En otros, viajamos a Milán o nos zambullimos en una fiesta navideña de Córdoba. En suma, una atmósfera que sumerge al espectador en una historia profundamente dolorosa pero que, sin dudas, necesita ser escuchada.

Calificación: Muy buena