ANDREA CAMILLERI Y SU PODER DE ENCANTAMIENTO

Un contador de historias

Las rutinas que el celebrado autor italiano mantenía durante sus encuentros con los periodistas y su efecto sobre los oyentes, a quienes parecía que el tiempo se detenía. Bromas y reflexiones, entre la política y la literatura.

Por Carlos Gosch

Contaba Andrea Camilleri que antiguamente en su Sicilia natal había hombres que iban de pueblo en pueblo narrando historias a los vecinos y que al terminar sus relatos pasaban su gorra entre la audiencia para recibir algunas monedas.

Camilleri -fallecido la semana pasada- decía que él se sentía justamente así, como un contador de historias, y que se consideraba enormemente recompensado por el afecto de sus (millones) de lectores, incondicionales de una saga que empezó a publicar cumplidos los setenta y que, en apenas un cuarto de siglo, alcanzó el medio centenar de títulos.

El escritor contaba todo esto una tarde de otoño en su casa de Roma, hace ya más de diez años. Hablaba Il Dottore y el tiempo se detenía. Por más que pasaban los minutos, nunca se hacía de noche y uno no sabía si aquello era una licencia literaria que se había tomado el autor objeto de la entrevista.
Il Dottore acababa de ganar el Premio Internacional de Novela Negra de RBA por La muerte de Amalia Sacerdote. Fue la excusa perfecta para repetir, por fin cara a cara, las conversaciones telefónicas que por aquel tiempo mantenían la Agencia Efe y el celebrado autor italiano con cierta frecuencia, más o menos cada vez que se publicaba en español uno de los libros de su intensa obra.

Aquellas entrevistas tenían una especie de secciones fijas, cada una con su propio protagonista. Después de algunas preguntas de cortesía sobre su salud -que siempre era buena, a pesar de que Camilleri era un fumador recalcitrante- el siguiente argumento solía ser el estado de ánimo de Salvo Montalbano, de quien su autor hablaba como si hubiera tomado café con él hace un par de días.

PARALELOS

Camilleri disfrutaba haciendo envejecer a su personaje novela tras novela. Le divertía dirigirlo por caminos que él mismo había transitado antes: lo llenó de achaques y le agrió el carácter, pero nunca lo dejó caer en el lado oscuro. Montalbano, como su autor, mantuvo sus principios intactos hasta la última página.

No les debió de resultar fácil a ninguno de los dos. Camilleri continuaba definiéndose comunista mucho después de la caída del Muro y de la disolución del histórico Partido Comunista Italiano. Sus opiniones políticas en la Italia de Berlusconi eran de una agudeza descomunal, que combinada con su proverbial socarronería. Por eso era tan interesante dedicar a la situación política una parte de las entrevistas.
Por ejemplo: "La alteración de los hechos sigue siendo una práctica política", advertía en 2007. Aún no estaba de moda hablar de las noticias falsas. Y nadie imaginaba que Silvio Berlusconi era en realidad un precursor del populismo que habría de llegar después.

Camilleri nunca comprendió el éxito abrumador de la serie de novelas del comisario Montalbano. Las ventas millonarias de la saga le permitieron cultivar su auténtica pasión: la novela histórica. "Es un chantaje asqueroso", bromeaba el escritor al explicar por qué no se podía librar de su personaje, que continuó hasta el final protagonizando historias que habitualmente surgían de las noticias de la prensa.

"Yo no me invento mis historias, me las sugieren los hechos reales", decía Camilleri aquella tarde de octubre en la que detuvo el tiempo mientras hablaba en su casa de Roma de sus novelas, de política, de Luigi Pirandello -y de la importancia de leerlo en siciliano-, de Sicilia... Y de la novela final de Salvo Montalbano.

Andrea Camilleri entregó hace quince años el capítulo final de la saga de Montalbano, que llevaba el título provisional de Riccardino para que su editorial lo publicara tras su muerte. Fue mucho antes de sufrir la ceguera con la que vivió sus últimos años.

Si su autor no cambió de opinión al final, el comisario no morirá en la única novela de Camilleri que sus seguidores desearían no leer jamás y que dentro de poco tendrán entre sus manos para despedir al escritor con el que compartieron tantas horas de lectura. Addio, Dottore. Grazie.

(c) EFE.