Trayectoria de la democracia liberal en la Argentina

Por Alejandro Poli Gonzalvo *

 

Por Alejandro Poli Gonzalvo *

La Argentina se constituyó como nación bajo los auspicios de la Constitución de 1853, republicana, representativa y federal. En su Preámbulo y en su Declaración de derechos y garantías el hálito del liberalismo decimonónico, protector de la libertad individual, basado en tres poderes independientes, impulsor de la libertad económica y de la iniciativa creadora de los particulares, fundó la República Argentina y la lanzó a un extraordinario proceso de transformación que dejó atrás el quietismo colonial para dar paso a una nación pujante, progresista y con el ideal democrático como máxima aspiración de su pueblo, formado por la criba social de criollos y extranjeros.

TRAYECTORIA LIBERAL
Vista desde una perspectiva estructural y fundante, la trayectoria liberal es la cuna de la Argentina moderna y de sus logros más resonantes. Con el ideal democrático rezagado, fueron las luchas del radicalismo y la bandera de la Reparación las que inspiraron a los reformistas liberales para poner en marcha la vigencia de la democracia, esto es, la república representativa, mediante la institución de comicios libres y secretos.
Esta magnífica convergencia de liberalismo y democracia se materializó entre 1916 y 1928, un período dorado de la Argentina. Fue el único tiempo de nuestra historia en el que convivieron y se potenciaron mutuamente.
Si esto fue así, si nuestra perspectiva observa las virtudes de esta época, ¿por qué se desmoronó esa Argentina espléndida y vigorosa en apenas tres años? ¿Por qué la democracia liberal no logró sobrevivir?

TRIENIO FATIDICO
En el trienio fatídico de 1928-1931 se presentan dos circunstancias decisivas: el contexto internacional y el cambio en la pretensión colectiva de los argentinos. La crisis de Wall Street en 1929, que indujo la radicalización de los problemas internos del país, combinada con el debilitamiento de la pretensión liberal por deficiencias de los conservadores, que en buena medida habían abandonado el hogar liberal, con la creciente inclinación del yrigoyenismo al populismo y con la prédica destructiva de los ideólogos nacionalistas, confluyeron en un escenario abruptamente contrario a la democracia liberal que incipientemente se desarrollaba en la Argentina.
El fenómeno no fue exclusivo del país; en muchas naciones sucumbieron las democracias y se debe recordar que para no pocos pensadores de la hora el cataclismo del capitalismo mundial lo ponía en riesgo cierto de desaparición.

Producida la caída de la democracia por el golpe de 1930, el nacionalismo no gobernó pero fue la rueda de auxilio para la llegada al poder del populismo.
A su turno, el peronismo reivindicó el ideal de la equidad, un reclamo de las mayorías argentinas, pero como todo populismo se valió de un reclamo legítimo para producir una metamorfosis drástica de las instituciones, valores y políticas de Estado alumbrados por la trayectoria liberal. Como que llegó al extremo de reformar de modo ilegal la Constitución de 1853.

La potencia reformadora del populismo se vio favorecida y agigantada por el cúmulo de riqueza heredada de los conservadores que, según indicadores objetivos, malgastó sin acercarse a erigir un Estado de Bienestar acorde con los parámetros de las naciones occidentales.
En este punto, justo cuando era más necesario alinearse con el contexto internacional de la posguerra, el populismo peronista inició su imaginaria cruzada de la tercera posición mientras los recursos económicos lo permitieron, para terminar refugiándose en un autismo internacional y económico ajeno a la tradicional apertura al mundo de la Argentina.

El Estado populista que forjó el peronismo se prolongó más de lo que hacían suponer sus pies de barro por la incapacidad de la elite cívica y militar de retornar a las raíces fundadoras del liberalismo y la democracia.

Las consecuencias fueron palpables: la vigencia irrestricta de la democracia tuvo que esperar tres décadas. En ese largo intervalo, se acentuó el atraso insinuado desde la Segunda Guerra Mundial y el otrora milagro argentino pasó a ser un caso de estudio de una nación que requirió una categoría especial, separada de las naciones desarrolladas y de las subdesarrolladas, para explicar su retroceso.

RETORNO JUBILOSO
Empero, llegó la hora del retorno jubiloso de la democracia. Y con ella, las esperanzas de recuperar el tiempo perdido. Sin embargo, tampoco la trayectoria democrática tuvo la habilidad de rescatar los principios liberales del auge argentino y produjo una secuela de frustraciones e indignos indicadores sociales y culturales, que hubieran avergonzado a nuestros abuelos y padres.

El liberalismo de nuestro tiempo, el verdadero liberalismo, es la maduración evolutiva de una matriz de democracia social, como lo fuera antaño la cuna de los derechos civiles y más tarde de los políticos.
Es de esta democracia liberal verdadera de la que debemos esperar las mejores cosechas de equidad y personalización ética, confluyendo con un humanismo acorde con el progreso tecnológico y moral de la nueva centuria.

Guste o no guste, el liberalismo es la matriz de la Argentina. Y la democracia liberal su forma madura en el siglo XXI. En las próximas elecciones esta matriz será nuevamente desafiada por los apóstoles del populismo, cuya obsolencia ideológica es causa eminente del naufragio argentino. De su resultado dependerá que recuperemos el camino que nunca debimos abandonar o que recaigamos, como adictos al fracaso, en un funesto período de pobreza y retroceso institucional.


* Miembro del Club Político Argentino.