Panorama desde el jardín

Jardín junto al mar
Por Mercè Rodoreda
Edhasa. 264 páginas

Esta admirable novela de 1967 es otra prueba del talento poco común de la escritora catalana Mercè Rodoreda (1908-1983) y de su extraordinaria habilidad narrativa para expresar las voces de las personas del común, las más simples y en apariencia menos atractivas para la literatura.

Como en La plaza del diamante (1962), su obra maestra, en Jardín junto al mar también hay un protagonista que narra en primera persona. Es el jardinero de la finca de la costa catalana donde transcurre la acción en un momento histórico difícil de precisar, pero que debería ubicarse varios años antes del estallido de la guerra civil española.

El jardinero es un hombre sencillo, que ha tenido su dosis de alegrías y de sufrimiento, que fugazmente ha conocido el amor y el matrimonio y que, pese a su talante solitario y reconcentrado, presta mucha atención a lo que sucede a su alrededor. Observa, escucha, deduce y se entera de todo (o de casi todo) lo que ocurre en esa mansión de playa durante seis veranos y un "mal invierno".

Sus jefes son los "señoritos" Francesc y Rosamaría, un matrimonio joven que no tarda en agrietarse. Junto a ellos hay un elenco de invitados y visitantes de su mismo nivel social, y luego los empleados de la residencia (la cocinera, las sirvientas, los cuidadores de caballos, una modista), que son las fuentes de los retazos de información que va presentando el narrador.

La vida de los "señoritos" es la vida frívola y despreocupada de la opulencia. Van a la playa, salen a navegar, dan grandes fiestas y cenas, viajan al sur de Francia para ver obras de teatro, pero también discuten y se distancian por motivos que al jardinero no le cuesta averiguar.

El quiebre en el relato, que se anuncia ya al final del primer capítulo, es la aparición de otra familia acaudalada que llega para instalarse en su propia mansión al lado de la que acoge al jardinero. Ese arribo no será casual. Lo dictará una antigua historia de amor contrariado, también entrevista en las primeras páginas. Diríase que una repetición, no una copia, del triste destino de Jay Gatsby.

Merecedora de todos los elogios que le dedica Cristina Bajo en el excelente prólogo que abre esta nueva edición de Jardín junto al mar, Rodoreda exhibe aquí el virtuosismo de contarlo todo como de soslayo, a través de ese jardinero trabajador y medio estoico que en un añejo eucaliptus del jardín encuentra un símbolo de su propia existencia. "Ese árbol ha visto muchas penas y muchas alegrías -explica-. Y él siempre igual. Me ha enseñado a ser como soy, con cada hoja como una hoz y cada capullo como una caja de plomo con una flor dentro, velluda y colorada".