Se fue Lauda, el hombre que venció a la muerte

El excepcional piloto austriaco falleció ayer a los 70 años. Hace poco más de cuatro décadas protagonizó una espantoso accidente que pudo haberle costado la vida. Luchó para sobrevivir y fue tres veces campeón de la Fórmula 1. Pero hasta el final de sus días tuvo que lidiar con las secuelas de esa tragedia de 1976 en Nürburgring.

El 1° de agosto de 1976 la vida de Niklaus Andreas Lauda, Niki para todo el mundo, cambió para siempre. Sufrió un pavoroso accidente en el Gran Premio de Alemania, corrido en el peligroso circuito de Nürburgring que le dejó para siempre el rostro desfigurado, además de inmensos daños en sus pulmones y varios problemas de salud a los que tuvo que enfrentar con valerosa determinación. La historia de supervivencia que lo convirtió en la leyenda al vencer a la muerte y le permitió ganar tres títulos de Fórmula 1 también terminó poniéndole fin a sus días más de cuatro décadas después. El austríaco falleció el lunes como consecuencia de una gripe contraída a principios de este año, mientras se reponía de un trasplante de pulmón al que fue sometido en agosto de 2018. Su desaparición enlutó al mundo del automovilismo deportivo, que vio en este hombre de 70 años un ejemplo de superación y coraje, además de una capacidad formidable para manejar un auto con un estilo cerebral y una velocidad inalcanzable para sus rivales.

“Con gran dolor anunciamos que nuestro querido Niki ha fallecido apaciblemente el 20 de mayo de 2019, rodeado de su familia", anunciaron a través de un comunicado sus familiares. Ellos lo acompañaban en otro intento por seguir burlándose de la muerte como lo venía haciendo desde hacía 43 años. En 1997 y 2005 ya había tenido que recibir trasplantes de riñones y el año pasado le tocó el turno a un pulmón, afectado por los gases tóxicos que respiró en esos minutos dentro de la Ferrari incendiada que se hicieron una eternidad. Las secuelas de ese accidente lo acompañaron mucho tiempo, tanto por las cicatrices que en principio decidió no cubrirse porque no le importaba que el mundo observara su rostro desfigurado y que más tarde debió tratar con injertos que no dieron resultado, como por las fallas en órganos que hacían lo que podían para no darse por vencidos y seguirle el paso a este hombre decidido a aferrarse a la vida.

Es imposible no asociar su deceso a la tragedia de la que milagrosamente se salvó en Nürburgring. Ese 1° de agosto de 1976 la Ferrari 312 T2 de Niki volaba hacia otra victoria en una temporada en la que había atesorado cinco primeros puestos y un segundo lugar en las seis competencias iniciales. Campeón en 1975 en su segundo año en la escudería del Cavallino Rampante, Lauda no quería dejar dudas de su superioridad. Aquel domingo llovía en Alemania. Llovía bastante y la carrera estuvo en duda porque algunos pilotos, encabezados por el propio austríaco, proponían no largar por el estado del tiempo. Lauda perdió por un voto y no hubo otra alternativa que salir a la pista.

Después de haber partido con gomas para piso húmedo, Lauda, al igual que otros corredores, recurrió rápidamente a neumáticos para piso seco. Así, la Ferrari volaba en las traicioneras curvas del circuito y se alejaba de sus perseguidores. Era otra jornada de dominio arrollador del campeón del mundo. Pero en el segundo giro perdió el control de su máquina -nunca se supo si hubo un error humano o una falla mecánica- y ésta voló, chocó contra unos arbustos y volvió a la pista envuelta en llamas porque el tanque de combustible estalló inmediatamente. El Surtees del estadounidense Brent Lunger arrolló de frente al auto italiano.

Una inmensa bola de fuego se apoderó de la Ferrari. Los auxiliares no podían ni acercarse por el intenso calor. Los pilotos Lunger, Guy Edwards, Harald Hurt y Arturo Merzario intentaron socorrer a su colega. Merzario, que había estado en Ferrari, sabía que los cinturones de seguridad de los autos de esa escudería se abrochaban de un modo muy particular y consiguió extraer a Lauda del habitáculo. Había perdido el casco. Su cara estaba completamente desfigurada. Era imposible asociar ese rostro con el de su presunto dueño, ese hombre de dientes de ratón y mirada entre tímida y distante. No ese distinguían los ojos, la nariz, la boca… Todo estaba consumido por el fuego.

Lauda fue trasladado a un hospital donde le dieron la extremaunción. No había esperanzas para él. Había aspirado los gases del combustible y sus pulmones estaban muy dañados. Salvarle la vida era tan difícil como pensar en una posible reconstrucción de ese rostro deshecho por el fuego. Pero a los pocos días, ante la sorpresa generalizada del mundo, el tenaz Niki dejó el hospital e inició, a toda velocidad como era su estilo, el proceso de recuperación.

Poco más de un mes le tomó regresar a las pistas. Con la cara vendada y ante la desconfianza de Enzo Ferrari, se sentó al auto con el número 1 decidido a retener su título. Si hasta la escudería italiana había contratado al argentino Carlos Reutemann, convencida de que Lauda no regresaría ese año. Fue cuarto en Monza, octavo en Canadá y tercero en el Gran Premio de la Costa Este de los Estados Unidos. El británico James Hunt, su gran rival de entonces, le había descontado la ventaja y con sus triunfos en las dos carreras en suelo norteamericano llegó a la fecha final a sólo tres puntos del austríaco.

Llovía en Japón, igual que había llovido en Alemania. Lauda dudaba. Muchos otros pilotos compartían sus sentimientos. La competencia se realizó de todos modos y a las pocas vueltas, Niki abandonó en la segunda vuelta, seguro de que en la lucha por el título no valía dejar la vida absurdamente. Lo imitaron los brasileños Emerson Fittipaldi (corría con su propia escudería) y Carlos Pace (Brabham). Hunt, a bordo de su McLaren, finalizó tercero y le quitó la corona a Lauda por apenas una unidad.

Hunt, su gran rival, era, además uno de sus mejores amigos. Habían empezado juntos a comienzos de la década del ´70 en la Fórmula 3 y fueron dando cada paso en simultáneo hasta llegar a la Fórmula 1. Niki se reía con sus ocurrencias y extravagancias. El, más serio, no compartía las locuras y excesos que acabaron prematuramente con la vida del británico. Encarnizados adversarios en la pista, prácticamente hermanos fuera de ella.

Con Lole Reutemann como compañero, Niki permaneció una temporada más en Ferrari, pero la relación con Don Enzo ya estaba quebrada. Sentía que no había confiado en él. En 1977 volvió a ser campeón con tres triunfos y una regularidad formidable que le permitió dejar atrás por 17 puntos al sudafricano Jody Scheckter (Wolff).  

El hombre que había regresado de la muerte volvía a ser el mejor corredor de la tierra. Con un rostro diferente y la misma férrea voluntad se llevó su número 1 a Brabham en una decisión que Ferrari jamás le perdonó. Casi como él no olvidó que lo habían considerado terminado…

Se fue de la Fórmula 1 en 1979 y regresó para ser campeón nuevamente en 1984, cuando relegó por apenas medio punto a su compañero Alain Prost en McLaren.  Un año después se retiró para siempre. Atrás habían quedado los inicios en un March que alquiló con un préstamo bancario en 1971 a espaldas de su familia, su paso por BRM donde también pagó para conducir un auto y quedó en bancarrota. Sin un centavo en los bolsillos, enfrentado con sus padres, millonarios y aristocráticos austríacos, había asombrado al mundo con su talento para manejar a gran velocidad.

Eso cautivó a Enzo Ferarri que pagó sus deudas y se lo llevó a su equipo en 1974. Doce meses después Niki quedó a mano con su primer título y se abrió camino en una extensa campaña marcada por aquella tragedia en Nürburgring. La que terminó llevándoselo 43 años más tarde, dejando para el recuerdo sus días de niño en los que le robaba el auto a su abuelo para pasear por el jardín, los enojos de la familia que no entendía su pasión por la velocidad, un título secundario falsificado por un amigo para satisfacer las exigencias paternas, dos empresas de aviación que fundó y vendió oportunamente, 170 grandes premios corridos, tres títulos del mundo, 25 victorias, 54 podios, 24 pole positions y una admiración que será eterna, más ahora, que su vida se apagó a los 70 años.