Santiago Doria y una mirada del teatro clásico sin más brillo que el de su historia

Experto en llevar a escena obras del Siglo de Oro español, considera que por la riqueza de esos textos no necesita "ponerles nada arriba. Fueron vanguardia en su tiempo y después de quinientos años siguen siendo vitales", asegura.

 

"Si le ponés LED, baile o adornos a un espectáculo de Lope de Vega, estás usando a Lope, no haciendo un clásico", advierte Santiago Doria, director argentino muy premiado -ganó el ACE de Oro- y prolífico -dirigió más de cien obras-. Doria, especialista en el Siglo de Oro español y el teatro clásico rioplatense, redobla la apuesta y dice: "Yo te lo hago como es, no tengo que ponerle nada arriba: dulce de leche o chocolate. El bizcochuelo sale así".

Más allá de lo que pueda parecer, el director dista mucho de desafiar a sus colegas que suelen aprovechar los clásicos para ponerles su impronta -sin ir más lejos, José María Muscari incluyó coreografías y luces a su reciente versión de "Madre Coraje", de Brecht-. No. Doria dice que ve y disfruta lo que hacen otros pero que él se atiene a lo que está escrito, a retratar al autor clásico original y a su poesía.

De hecho, acaban de estrenarse dos obras dirigidas por él que siguen al pie de la letra esa filosofía. Una de ellas es "El lindo Don Diego" (domingos a las 19 en el Centro Cultural de la Cooperación), escrita por Agustín Moreto (1618-1669). La otra es "Gertrudis" (martes a las 21 en el Teatro La Comedia), una precuela de "Hamlet".

Doria recibe a La Prensa en su departamento de un piso 14 en Recoleta con una hermosa vista de la ciudad. Viene de hacer en España "La discreta enamorada", de Lope de Vega, presentada aquí en el Centro de la Cooperación el año pasado con gran éxito y premios. Viajó con todo el elenco al prestigioso Festival de la ciudad manchega de Almagro, donde obtuvo gran suceso en el Corral de Comedias, un monumento histórico del 1600. Tal fue la repercusión que le ofrecieron hacer otro texto con los mismos intérpretes y entonces apareció "El lindo Don Diego".

-¿Para qué el Siglo de Oro español en 2019?
-Buena pregunta. De alguna manera, se trata de reforzar el conocimiento de las raíces y darnos cuenta de que ellos fueron una vanguardia en su momento y esa vanguardia, después de quinientos años, sigue siendo tan vital. El clásico tiene la virtud de serlo justamente porque siempre tiene algo que decirnos, más allá del tiempo, sobre la condición humana, sobre lo político y lo económico.

-¿Y qué nos dice "El lindo Don Diego"? Habla sobre la vanidad, se trata de un gran "narciso".
-Exacto. En realidad, la palabra "lindo" en España, además de lo que significa para nosotros -hermoso-, refiere a un narcisista, alguien muy creído de sí mismo, que piensa nada más que en su aseo, en su arreglo y por lo tanto, es un gran egoísta. El personaje crea una serie de enredos en los que él es el centro. Todo en verso.

-Ver teatro rimado, tal como se representaba en el 1600, resulta extraño.
-Es trasgresor pero es la base, la cuna de todo. Estamos haciendo vanguardia.

-¿Qué le interesó a usted particularmente del texto?
-La estructura me admira, cómo Moreto va armando los piolines, tejiendo una idea con otra. Tiene una habilidad y una belleza poética muy particulares. Además, uno escucha esos versos que están diciendo cosas de lo más cotidianas pero de una manera muy poética. Esa mezcla de lo sublime con lo cotidiano y la capacidad de crear intriga realmente causa admiración.

PROLIFICO
-Ha dirigido más de cien obras. ¿A qué le dice que no?
-A muchas. Por ejemplo, al teatro más agresivo. Voy más hacia el teatro sanador, pero no desde el sentido de tomarlo como terapia, sino que busco que sea reflexivo, que el espectador salga distinto de la sala, movilizado.

-Desde lo amable, siempre.
-Sí, pero desde lo amable se puede condicionar a lo político, a lo económico, sin golpes bajos.
-También usted es reconocido por el buen trato con sus actores.

-Me halaga eso. Yo los quiero mucho. Eso del maltrato me parece fuera de época. Romper la batuta contra el piano es ser un ridículo. Hay otras formas. Cuanto más amable es uno, en el momento en que se pone más serio, no necesita gritar. No tengo nada que ver con ese tipo de directores.

-¿Con quiénes sí se siente emparentado?
-Hay una generación con nombres como Guillermo Cacace, Mariano Dossena o Ciro Zorzoli. Se trata de gente joven que le mete polenta y conocimiento al teatro. Ellos saben, no se ponen a dirigir por dirigir. Para desestructurar la forma hay que conocer la forma.

-Usted no quiere romper la forma.
-Es que siento que la rompo porque no me atengo a un estilo. Puedo elegir una obra con un mundo brechtiano, otra más naturalista o de danza. El teatro de hoy tiene la puerta abierta a cualquier tipo de mezcla. Lo importante es conocer de género y de estilo.

SIN "AGGIORNAMIENTO"
-¿Qué libertades se toma en el teatro clásico?
-En el clásico lo que no me termina de convencer es lo que llamamos el "aggiornamento", poner al día. Sí aligerarlo un poco, limpiar términos arcaicos; pero de ahí a inventarles cosas o poner en el medio un número de jazz, no.

-Ellos dicen que hacen su propia versión.
-Si uno quiere hacer su propia versión, no tiene que usar al clásico. En "Gertrudis", el unipersonal que dirijo con Stella Matute, ella hace de la madre de Hamlet. Fernando Musante, el autor, toma el personaje de Gertrudis pero no le pone el cartelito de "Hamlet": se trata de una inspiración, una obra con completa autonomía. Lo otro lo respeto, a veces hasta lo festejo, pero insisto: no es mi estilo. Pienso que es un miedo a hacerse cargo de la palabra. Quieren hacerlo más digerible. No es mi caso.

-Nada de chocolate o pantallas LED, entonces.
-Nada. Así como es, te lo hago. Y lo disfrutás.