Tiempos inquietantes

La incertidumbre económica parece haber dejado paso a la ansiedad política al aproximarse el plazo de las definiciones electorales.

El pequeño comando estratégico de Cambiemos debe estar exultante por estas horas. En una semana intensa, los planetas parecieron alinearse a favor del oficialismo: recibió del presidente Trump el espaldarazo más claro, público y contundente que haya obtenido jamás desde Washington un gobierno argentino; ese apoyo apaciguó la especulación cambiaria, y moderó indirectamente las expectativas de inflación; el gobierno recuperó además la iniciativa política con el decálogo de buenas intenciones que propuso a sus opositores, y, como frutilla del postre, Cristina rompió su largo mutismo y habló. Y la Cristina que habla es mucho más manejable, por no decir vulnerable, que la Cristina callada, inalcanzable en la región del mito.

Pero, ¡ay!, estamos en la Argentina, en cuyo cielo incomparablemente azul los planetas tienden a desordenarse rápidamente y la corneja que emprendió raudo vuelo hacia la derecha invierte repentinamente el rumbo sin razón aparente. Faltan más o menos cuarenta días para el cierre de las listas electorales y tres meses para las elecciones primarias, una eternidad grávida de interrogantes que deseablemente estará dominada por la política, y necesariamente habrá de sacar a la luz pericias hasta ahora desconocidas, porque, a decir verdad, ni el gobierno ni la oposición se han lucido en esa materia en los últimos cuatro años. La incertidumbre económica que nos acompaña desde hace largos meses parece haber cedido el protagonismo a la incertidumbre política.

Casi podría decirse que el único planeta que se mantendrá en la posición propicia será el apoyo de Trump, no tanto por su relación personal con el presidente Macri, ni por su apego a la democracia o la economía de mercado, sino porque -como explicó el ex vicecanciller Andrés Cisneros–, el mandatario norteamericano no quiere en América latina otra Venezuela en la que potencias extracontinentales en expansión como China o Rusia vengan a meter sus manos. Y los peronistas en general, y la ex presidenta en particular, que cedió soberanía en la Patagonia para que los chinos construyeran allí una estratégica base de espionaje, no le ofrecen mayores garantías en ese sentido. La Doctrina Monroe favorece al líder del PRO.

Ya es conocida la intervención directa del gobierno estadounidense que torció la mano del FMI, le obligó a tirar por la ventana todo su catecismo, y logró que autorizara a la Argentina a arrojar al mercado todos los dólares necesarios para estabilizar su cotización. Los especuladores no son tontos y saben hasta dónde pueden llevar sus apuestas. El gobierno confía en que una razonable estabilidad cambiaria ayudará a moderar el ritmo de la inflación, allí donde la aguda y prolongada recesión de la economía no lo ha logrado ya. Y también confía en que dólar estable e inflación en baja contribuyan a mejorar el ánimo del electorado, que las encuestas muestran como peligrosamente decaído. Y confía además en que no baje el precio de la soja y en que no suba el precio del petróleo y en que la Fed no modifique las tasas.

Dedos cruzados

Mientras cruza los dedos para que su confianza no se vea defraudada, sabe que le llegó la hora de hacer política, algo que el pequeño comando desdeñó deliberadamente a lo largo de estos años. Al gobierno le cayó finalmente la ficha de que puede perder las elecciones, cosa que hubiese percibido mucho antes si sus estrategas caminaran un poco por las calles y escucharan el azar de las conversaciones. Urgido por las circunstancias y decidido a recuperar la centralidad política, pergeñó un decálogo fiscal, monetario y laboral que bien se podría leer –y algunos lo hicieron– como los diez mandamientos del consenso de Washington. Al parecer, la idea inicial era comprometer a la oposición no kirchnerista con un código de conducta capaz de tranquilizar a los especuladores financieros que hoy gobiernan la economía mundial. La propuesta encerraba una ligera extorsión: “A ver quién se atreve a retacear su firma a esta nómina de virtudes administrativas y demostrar así al mundo que no es de fiar”.

El convite tuvo el sello cambiemita: carente de ideas, huérfano de imaginación, pero tan rebosante de impacto mediático como de ingenuidad. Por un lado, ningún político que se vea a sí mismo con chances de alcanzar el poder va adherir gratuitamente a un documento tendiente a asegurarle apoyos a su rival. El decálogo propuesto por el oficialismo no contemplaba en su origen discusión, consenso, acuerdo o transacción alguna. Era simplemente un texto para firmar al pie, un contrato de adhesión, un voto de confianza a un gobierno que dice que va a hacer en el futuro lo que no hizo en el pasado (o hizo sólo a medias). Por otro lado, tratándose del país cuyo Congreso votó un día una ley de intangibilidad de los depósitos que ignoró al día siguiente, ningún especulador financiero va a dar el menor crédito a un catálogo de promesas firmado por dirigentes sin mandato ni autoridad, aunque venga en papel con membrete y certificado por escribano.

Y ocurrió lo previsible: los ambiciosos sin chances recibieron complacidos el documento, y consiguieron algunos segundos de publicidad. Pero los que albergan expectativas respondieron con sus propios diez puntos, más interesantes, es cierto, aunque no mucho. Pero por lo menos le hicieron saber al pequeño comando que un acuerdo implica concesiones entre quienes encarnan perspectivas diferentes, y no una simple conformidad de todas las partes con una de ellas. El destino de la papeleta pareció sellado, y para diluir su importancia el gobierno la hizo extensiva, acompañada de una carta, a casi todo el mundo. A la CGT, a los empresarios, a los gobernadores, a la Iglesia, e incluso a ella. La que, según un cartel, le gana. En copia especialmente firmada: Sinceramente, Mauricio.

Los planes de Cristina

Al presentar su libro, la ex presidente le respondió que los acuerdos le parecían muy importantes y que estaban muy bien, pero que ella tenía otros planes: para resolver lo inmediato, un acuerdo de precios y salarios como el ensayado por José Gelbard en la década de 1970, y para las cuestiones de más largo plazo, la definición de un nuevo contrato social basado en la responsabilidad ciudadana. Curiosamente, Cristina recordó que la primera crisis económica de que tenía memoria fue la del “rodrigazo” pero no dijo que fue consecuencia justamente de las políticas de Gelbard. En cuanto al nuevo contrato social, comentaristas espantados asociaron inmediatamente la idea a las propuestas de reforma constitucional lanzadas en estos días por kirchneristas como Mempo Giardinelli y Raúl Zaffaroni, y por el ex presidente Eduardo Duhalde.

En lo que para muchos constituyó un anticipo del lanzamiento de su candidatura, Cristina se mostró comprensiva, moderada y tolerante, como absolviendo a quienes no votaron a sus candidatos en el 2015 y buscando atraer a los desencantados con Mauricio Macri y a las víctimas de sus políticas (o de la falta de ellas). Hasta tuvo palabras elogiosas para Trump, por su defensa del trabajo y la producción nacional. Pero en el fondo, su presentación fue calculada como un mensaje directo al resto del peronismo, por vía de las figuras de Duhalde y de Lavagna, a quienes mencionó tangencial pero amablemente: si quieren ganar la elección de diciembre, no se equivoquen: el candidato soy yo; yo soy la que moviliza, la que seduce, la que atrae las emociones de la gente. Las cámaras dirigidas por Tristán Bauer se ocuparon de mostrar que en los alrededores de la Feria del Libro no había sólo acarreo sino también devoción.

Las ambiciones de Cristina, que evidentemente las tiene y ahora exceden las responsabilidades presidenciales para imaginarse al frente de un proceso de reconversión estructural del país, deben sortear todavía otro obstáculo antes de oficializarse. Hoy emergerá en la provincia de Córdoba un nuevo y poderoso liderazgo en el partido cuyo respaldo unificado la ex presidente busca y necesita. Se espera allí el triunfo arrollador del gobernador Juan Schiaretti, un peronista con escasas simpatías por Cristina cuya opinión, fundamentada en su poder territorial, habrá de tener un peso decisivo en el comportamiento de esa corriente política. Y por lo tanto en la suerte de la ex presidente. Y del actual presidente. Y de quienes se ofrecen como alternativa a ambos. Nos aguardan semanas turbulentas, inquietantes, temibles.