Reflexiones sobre México bajo la presidencia de Andrés Manuel López Obrador

El actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, recibió de su pueblo el mandato más popular de la historia de su país. En su filosofía política se suman tonos nacionalistas con otros, relativamente moderados, más bien de corte populista. Por esto gobierna con pocos contrapesos políticos de significación. Y está, además, intentando sumar a sus importantes facultades constitucionales algunas que están en manos de organismos regulatorios autónomos. Y poniendo alguna presión sobre el Poder Judicial. A lo que suma una influencia notable sobre los medios, tanto públicos como privados.

Con él, México se suma a la categoría de países con regímenes algo autoritarios, como los de Hungría, Turquía, Italia y las Filipinas. Todos ellos con un adicional denominador común: alguna cuota notoria de populismo.

Por definición, el discurso político de López Obrador rechaza el modelo neoliberal. Es, en cambio, intervencionista. Particularmente en algunas áreas, como el sector agropecuario, el energético, y en materia de política social. No obstante el discurso, el presupuesto para el 2019 es pragmático y su intervención en los acuerdos post-Nafta con los Estados Unidos han sido bien recibidos en los mercados, por su sensato equilibrio. Lo antedicho, pese a que se define demagógicamente a sí mismo como el hombre que viene a "salvar" a su pueblo de las insaciables "garras" de los grandes poderes económicos. Su propuesta tiene un "mito": la Cuarta Transformación del país y un "rito" consistente en mensajes permanentes a través de constantes conferencias matutinas.

Los partidos de oposición, desprestigiados por una elección de la que salieron claramente perdidosos, no se han recuperado aún de su derrota. Pero las instituciones centrales de la sociedad civil, en cambio, tienen una voz sonora, que impacta.

ALTA POPULARIDAD

La popularidad de López Obrador está entre el 67% y el 85% en las distintas encuestas de opinión. Altísima, entonces, pese a que en abril pasado ella decreció al 62%. 

¿Qué es lo que entusiasma? Su estilo de gobierno. Su constante alimentar de expectativas, porque comprende que los sueños a veces tienen realmente más fuerza que las realidades concretas. También su rapidez y decisión, cuando de actuar se trata. Su estilo llano, cuando de comunicar se trata. Y su constante polarización entre "lo bueno y lo malo". 

No obstante, la realidad pude, de pronto, erosionar ese cuadro de prevalecientes tonos positivos. Desde las preocupaciones por la creciente inseguridad personal, con un aumento significativo de la elevada tasa nacional de homicidios. O con el impacto adverso de las medidas de austeridad, particularmente en el siempre sensible capítulo de la salud. O por las disputas internas entre su equipo de gobierno. O por la disconformidad de los beneficiarios de algunos de sus subsidios sociales. O como consecuencia de decisiones puntuales con fuerte impacto social, como la construcción de una refinería y su emplazamiento.

CAIDA DE LA INVERSION

La economía, sin embargo, ha perdido su atractivo ritmo de desarrollo y este año sólo crecerá entre un 1% y un 1,5% del PBI. El importante sector automotriz mexicano, concretamente, crece al ritmo del 0,6% anual. 

Ocurre que tanto la inversión pública, como la privada, están cayendo. El año pasado la inversión disminuyó un 6,4%, en promedio. 

La inflación, por su parte, no es una preocupación importante, desde que su tasa es del 3,6% anual. No obstante, algunos observadores comienzan a sugerir que el futuro de la estabilidad en materia de precios no es todo lo positivo que las cifras sugieren.

El valor del peso mexicano ha estado depreciándose a lo largo de los últimos seis años y el clima de cierta volatilidad no ha desaparecido. Mientras el peso chileno y el real brasileño, así como el peso colombiano, se han revaluado, la moneda mexicana tiende a perder lentamente poder adquisitivo.

La confianza de los consumidores es alta, pero los gastos de consumo no reflejan esa situación. 
Las calificadoras de crédito muestran hoy alguna preocupación respecto de PEMEX. Aunque sin que esto refleje alarma alguna. El presidente López Obrador sigue de cerca la actividad de esas empresas y no vacila en criticar sus opiniones.

El momento es, en términos generales, positivo para México. Sus autoridades gozan de una alta cuota de legitimidad. Esto deriva en un aumento de la confianza en las instituciones centrales del país, pese a que todavía no se ha publicado el Plan Nacional de Desarrollo. Hay tres proyectos de obra pública que concentran la atención, con los que se procura dinamizar el sector de la construcción: el aeropuerto de Santa Lucía, la refinería Dos Bocas y la infraestructura ferroviaria que interconecte a la Península de Yucatán. 

México todavía no ha resuelto el impacto negativo de alguna de sus anticuadas normas en materia laboral, pero tiene en marcha un proceso de reforma regulatoria que, si fuera puesto en marcha, mejoraría notoriamente la situación en esa materia. 

Respecto de la política exterior, quizás para distraer, Andrés Manuel López Obrador envió, en 1º de marzo pasado, una insólita carta dirigida al rey de España y al Papa Francisco, en la que les pide que se disculpen, respecto de México, por los abusos cometidos por sus fuerzas y agentes durante la conquista de México. Esa solicitud roza con lo ridículo y es presumiblemente expresión de algunas conocidas pasiones políticas locales, como las que, desde hace décadas, expresan resentimientos respecto de la Madre Patria y de la Iglesia Católica. 

El rey de España se negó inmediatamente a ese pedido, que se refiere a acontecimientos sucedidos hace más de 500 años y aprovechó la oportunidad para recordar al presidente mexicano que ambos países suscribieron un clarísimo tratado de paz y amistad, ratificado en 1838. El Pontífice romano se mantuvo en silencio ante el desafortunado pedido mexicano. El episodio se reflejó en la actual baja de popularidad del presidente del país azteca. 

Hay todavía tres temas particularmente delicados en materia de política exterior. El primero tiene que ver con la política migratoria y con los flujos de emigrantes centroamericanos que atraviesan México en busca de ingresar, legal o ilegalmente, en los Estados Unidos.

El segundo es el no reconocimiento, como presidente de Venezuela, de Juan Guaidó. Esto separa a México de la sólida mayoría latinoamericana que rechaza al dictador Nicolás Maduro. Y, en tercer lugar, la ratificación legislativa del acuerdo comercial con los Estados Unidos ya alcanzado, que -de pronto- puede resultar más compleja de lo anticipado.