Miseria del relativismo

El libro más famoso de Allan Bloom dio la voz de alarma contra la "corrección política". Hace tres décadas, "The Closing of the American Mind" denunciaba la decadencia cultural provocada por el espíritu igualitarista que se había adueñado de las universidades de elite. La obra tuvo un impensado éxito editorial.

Fue el más inesperado de los best-sellers, un ensayo exigente sobre el declive de la enseñanza universitaria estadounidense que sin embargo se vendió como pan caliente y sacó de la tranquilidad de los claustros a su autor, el profesor Allan Bloom, y lo convirtió por unos años, hasta su muerte temprana, en millonario y figura habitual de programas periodísticos y del circuito de charlas y conferencias.

The Closing of the American Mind se publicó originalmente en 1987, pero su versión traducida apareció dos años después en nuestro país con el título de La decadencia de la cultura (Emecé, 375 páginas), hace ya tres decenios. Aunque su tema parecía bastante acotado, la repercusión de la obra excedió el público al que estaba destinada (llegó a vender un millón de ejemplares) y terminó por encarnar el rechazo acumulado contra décadas de permisividad, progresismo y relajamiento intelectual de las sociedades modernas.

El destinatario principal de sus críticas era aquello que hoy se llama "corrección política", esa tendenciosa prédica a favor de la igualdad y el relativismo cultural que se apoderó de las grandes universidades norteamericanas a partir de los años "60 y progresivamente se fue extendiendo al resto de la cultura del país del norte, primero, y luego a todo Occidente.

Formado en la Universidad de Chicago y en la Ècole Normale Supérieure (donde trabó amistad con Raymond Aron), traductor y estudioso de Platón y de Rousseau, Bloom (1930-1992) plasmó en su libro una descripción aguda del fenómeno cultural que conoció de primera mano durante toda una vida como docente universitario en las materias de filosofía o pensamiento político en universidades de elite como Chicago, Yale o Cornell.

"Existe una cosa de la que un profesor puede estar absolutamente seguro: casi todos los estudiantes que entran en la universidad creen o dicen que creen que la verdad es relativa", advertía en la frase con la que arranca la introducción del libro. El relativismo, la apertura y la tolerancia, constataba, habían llegado a ser las virtudes rectoras de la universidad. Su entronización, acelerada a partir de 1960, terminó por expulsar de las aulas nociones antaño veneradas como las de verdad objetiva, autoridad o bien común.

El igualitarismo quedó convertido en el ideal absoluto de las nuevas camadas de alumnos, convencidos de que con la aplicación de cupos y el dictado de cursos segmentados, hechos a medida, se obtendría la cura para males como el racismo, la opresión de las minorías o el sexismo. En algunos de los pasajes más repudiados por sus críticos, Bloom se animó a demostrar el fracaso de la llamada "discriminación positiva". Sostenía que la integración de los alumnos negros, una demanda clave del movimiento por los derechos civiles, no se había manifestado en la práctica, y quienes más hacían por frustrarla eran los mismos negros. 

Este impulso integrador, que muchas veces se valía de la rebaja de las exigencias de admisión para cubrir el "cupo" negro, había creado un nuevo segregacionismo, esta vez adoptado por los presuntos beneficiados, quienes no podían ocultar el carácter artificial del favoritismo que recaía sobre ellos. "Así, pues, en el momento en que todos se han convertido en "personas", los negros se han convertido en negros", ironizaba.

EL FEMINISMO

Contradicciones similares emanaban del auge del feminismo. Aunque parecían aliadas, la revolución sexual y la militancia feminista terminaron enfrentadas. La primera, señalaba Bloom, "marchaba bajo el estandarte de la libertad", mientras que el feminismo reclamaba igualdad. El desenfreno sexual típico de los años "60 exaltaba las diferencias naturales entre los sexos, que precisamente era lo que el feminismo quería abolir. Era natural la colisión, el choque clásico entre dos aspiraciones rivales, ya previsto por Tocqueville, y un callejón sin salida en el que desde entonces parece haber quedado encerrada la civilización moderna.

Las razones de este abandono del ideal universalista y la adopción de un igualitarismo que contradecía el espíritu aristocrático de la universidad, Bloom las exploraba en la segunda parte del libro, la más densa de un ensayo de por sí cargado de opiniones e interpretaciones muy personales y discutibles acerca de dos mil quinientos años de pensamiento occidental.

Bloom creía que los grandes culpables eran alemanes. Pasando por alto a Marx, responsabilizaba a la tríada compuesta por Nietzsche, Weber y Heidegger, junto con el aporte menos subrayado de Freud, de haber sido los inspiradores de la deriva en la que habían caído los estudios superiores, primero en la Alemania de los años "30, y luego en los Estados Unidos de tres decenios más tarde.
En el autor de Así hablaba Zaratustra, Bloom veía al gran crítico dionisiaco del racionalismo socrático, al adalid del instinto noble y el sentimiento trágico de la vida, el impugnador de la existencia -sostenida por Sócrates- "de un espíritu puro, que sea transhistórico", en vista de que es el acto de creación "lo que forma las culturas y el espíritu de los pueblos". Con Nietzsche, según Bloom, los poetas ganaron su antigua disputa con los filósofos y el arte y la universidad posteriores fueron modelados a partir de ese resultado.

HEIDEGGER

A juicio de Bloom, Max Weber se había internado demasiado lejos en la senda abierta por Nietzsche. Su influyente reflexión sobre el papel de la ética protestante en el desarrollo del capitalismo, en la que destacaba la existencia de valores no racionales como fundamento de la acción humana, fue el camino por el que desembarcó en Estados Unidos el irracionalismo germano. Con Martin Heidegger el proceso había llegado a un extremo. En su adhesión al nazismo, Bloom detectaba la ruptura deliberada de Heidegger con aquel "despreciativo e insolente distanciamiento" que Sócrates había sentido respecto del pueblo ateniense, que fue el comienzo de la filosofía y de la universidad "en espíritu". Aquella entrega de la enseñanza a un movimiento de masas encontraría su eco en la militancia revolucionaria de los estudiantes occidentales en los años "60.

Trasplantado a Estados Unidos, el irracionalismo pervirtió las humanidades, impulsó la especialización, alentó el "profesionalismo y la avaricia" y reforzó -sin proponérselo- a las carreras científicas, que pudieron mantenerse inmunes a la presión de la "discriminación positiva". La modesta cura de Bloom para esos males era la vuelta a los Grandes Libros: "leer ciertos textos generalmente reconocidos como clásicos, simplemente leerlos, dejando que ellos mismos dicten cuáles son las preguntas y el método de acercarnos a ellos; no forzándolos a entrar en categorías que nosotros fabricamos, no tratándolos como productos históricos, sino intentado leerlos como sus autores quisieron que fueran leídos".

Allan Bloom murió cinco años después de la publicación del libro que le confirió una impensada fama mundial. Reclamado de inmediato por cierta derecha y objetado durante un tiempo por la izquierda académica, la muerte impidió el desarrollo de un pensamiento deudor en una peculiar tradición filosófica que está en la raíz hermética del movimiento neoconservador, que hasta antes de ayer era todopoderoso en Estados Unidos.

Entre la realidad y la ficción

Alumno de Alexandre Kojève y discípulo de Leo Strauss, el patrono intelectual del movimiento neoconservador en Estados Unidos que tanto orientó la política nacional e internacional de Washington en los últimos 40 años, Allan Bloom siempre rechazó esa etiqueta. Pero es un hecho que varios de los más notorios "neoconservadores" del gobierno estadounidense se formaron con él, y llegaron a integrar una cofradía ("el grupo") en la que compartían informaciones, trascendidos y rumores.

Así al menos lo presenta Saul Bellow en Ravelstein (2000), novela en clave que recrea la vida de Bloom y su figura pintoresca y contradictoria. Bellow fue uno de los grandes amigos de Bloom en sus últimos años. Gracias al impulso generoso del Premio Nobel de Literatura de 1976, el académico se animó a escribir The Closing of the American Mind, que lleva prólogo de Bellow. Detrás del velo tenue de la ficción, la novela quiere homenajear esa amistad nutrida por la afinidad intelectual.

El protagonista de Ravelstein es un profesor carismático y chismoso, un sibarita de costosos gustos europeos, un erudito entregado al estudio de los grandes pensadores y de su "esotérico significado" siguiendo la línea de su mentor, Felix Davarr (Leo Strauss). Y es también un homosexual más discreto que secreto, con una desordenada vida íntima que lo volvió vulnerable a la enfermedad que habría de llevarlo a la tumba.

Si Ravelstein es una novela en clave, la clave de la novela (y del personaje) podría estar hacia el final. En su lecho de muerte, el Bloom de Bellow ha dejado atrás a los Grandes Libros, a Tucídides y Platón y el ideal de la universidad clásica, y sólo se muestra obsesionado con su condición de judío y con la historia y el destino de los judíos. Esa, parece decirnos su amigo novelista, fue la piedra de toque de su vida y de su obra, y es a partir de ella que deberíamos interpretarlas.