¿Palabras para la revolución?

LA JERGA FEMINISTA COPIA LA "LENGUA DEL IMPERIO"

Si Adolfo Bioy Casares estuviera vivo, no tardaría en descubrir que su Diccionario del argentino exquisito, ese desopilante catálogo de palabras inventadas por políticos y periodistas para parecer más cultos o modernos, merece con urgencia un copioso agregado. O tal vez un volumen independiente y actualizado a estos tiempos que podría titularse "Diccionario del progresismo obediente", o alguna tontería similar.

Un rápido vistazo a diarios o portales noticiosos le bastaría al gran escritor para detectar de dónde viene la nueva moda de los destructores del idioma. No podría menos que sonreír al comprobar que el "discapacitado" de antaño es hoy alguien con "capacidades diferentes"; los vulgares "indios" se refinaron en "aborígenes" hasta elevarse a la categoría superior de "pueblos originarios", mientras que el ancestral "mendigo" quedó transformado, con toda la pompa, en una "persona en situación de calle".

Puesto que murió en 1999, Bioy Casares no conoció esas exquisiteces dictadas por la demagogia y la mala conciencia. Para su fortuna de mujeriego incansable, tampoco se cruzó con el auge del feminismo militante, que en estos días es, sin dudarlo, la cantera que más abastece de vocablos al "progresismo obediente".

La muerte oportuna lo libró, por ejemplo, de la presión de usar "femicidio" o "femicida" (que en España se conocen por "feminicidio" o "feminicida"), palabrejas que de la noche a la mañana pasaron a designar un nuevo delito y ahora no se caen de la boca de ciertos políticos y aparecen a toda hora en los grandes medios de prensa con títulos catástrofe y placas sangrientas.

El autor de Diario de la guerra del cerdo no pudo saber que la "revolución será feminista o no será". Ni que a ese destino luminoso se llegará a través del "empoderamiento" de las mujeres, un vocablo horrible que, si bien lo empezó a masificar la presunta antiimperialista Cristina Kirchner en sus años de presidenta, es una obvia traducción del "empowerment" que también suena feo en inglés.

Anglófilo de alma, a Bioy Casares no se le habría pasado por alto esa íntima relación entre la "lengua del imperio" y la jerga feminista o progresista que nos bombardea noche y día. ¿De dónde más podría venir un esperpento como "sororidad" sino de las "sororities" de larga tradición en las universidades estadounidenses? ¿Y qué decir del omnipresente "género" que estos días se lo encuentra hasta en la sopa? Es el venerable "gender", que los angloparlantes hace tiempo usaban para denotar "sexo" (aunque esa es su segunda acepción), y hoy sus imitadores progres y "marxistas culturales" no pueden dejar de copiar.

Ya lo sospechábamos pero ahora, gracias al príncipe Harry y a su esposa Megan Markle, sabemos que ese "género" del que tanto se habla también puede ser "fluido", es decir, "cambiante". Los duques de Sussex anunciaron que seguirán esa "perspectiva" (otra palabrita infaltable) para criar al bebé que esperan para el mes de abril. Una decisión, luego desmentida por la Casa Real, que fue aplaudidísima por los progresistas de todos los colores, que en este caso, cosa rara, hicieron a un lado el hecho de que los futuros papás pertenecen a la hasta ayer aborrecible monarquía británica.

¿Con qué nueva exquisitez se podría designar esa extraña alianza?
Liberal y cosmopolita, en el prólogo del Diccionario Bioy Casares se burlaba de quienes atribuyen sus infortunios "a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados". Si hoy estuviera vivo quizás no se atrevería a bromear tanto. Su frondoso prontuario de estanciero oligarca, seductor incorregible y padre distante lo habría convertido en la encarnación perfecta del odioso "heteropatriarcado". Ese que, como todos sabemos, está a punto de caer a fuerza de palabras.