Una comedia sobre la toma de decisiones y los límites

"Pulmones", de Duncan Macmillan. Dirección: Jennifer Aguirre Woytkowski. Diseño escénico: Vanessa Giraldo. Iluminación: Paul Pregliasco. Vestuario: Cecilia Gómez García. Actores: Lucien Gilabert, Lionel Arostegui. Los lunes a las 21, en el teatro El Método Kairós (El Salvador 4530).

 

"Pulmones" resulta, además de un arriesgado ejercicio teatral, un verdadero tour de force de sus dos únicos protagonistas, limitados a actuar dentro de un cuadrado dibujado en el piso, sin escenografía, utilería ni música, con la sola asistencia de una iluminación escueta que crea algunos climas y dibuja espacios imaginarios.

En ese contexto que provoca, a priori, una suerte de presión, Lucien Gilabert y Lionel Arostegui se mueven a sus anchas; tanto, que a los pocos minutos de iniciada la función el espectador se desentiende de lo acotado del espacio escénico y viaja con ellos por plazas y consultorios, salta del auto al cuarto matrimonial y la cocina de la casa, sin agitar más recursos que la imaginación.

El vínculo que consiguen los actores es fundamental para darle crédito a la relación de esta pareja joven, instruida y de clase media, que transita por la vida siendo consciente -tal vez en exceso- de la huella que dejará a su paso. Tanto sea con la posible (ansiada por él) concepción de un hijo, como con acciones mínimas que terminan constituyendo, muy a su pesar, un perjuicio para la sustentabilidad del planeta. Este combo altamente culpógeneo, sobre todo para ella, se ve acicateado por la ansiedad y la necesidad de agradar que imperan en nuestros días.

CAMBIAR EL MUNDO
La cotidianeidad, los miedos, los sueños, los celos y el engaño se hilvanan, unos tras otros, como en la vida misma, en el devenir de la pareja. La responsabilidad que sienten al modificar el mundo que les ha sido dado equipara en ellos la paternidad con el calentamiento global, y los sume en una angustia que termina haciendo mella en la relación. La toma de decisiones, es sabido, no es cosa sencilla.

Sin embargo, sobre el final el relato tuerce su rumbo y desemboca en una postal altamente emotiva y movilizante, que nos hace replantearnos el sentido de nuestras urgencias cotidianas. La carga dramática que Gilabert le imprime a ése y otros pasajes fundamentales, y el poder aliviador de Arostegui en sus giros hacia la comedia son la llave que abre el candado de ese ring del que a veces salen en andas, coronados de gloria, y otras terminan pidiendo la toalla.

Calificación: Muy buena