A Boca se le esfumó un sueño que jamás se atrevió a soñar

La derrota en la Bombonera a manos de Atlético Tucumán le dio el golpe de gracia a un equipo que todavía arrastra las secuelas de la final perdida con River en Madrid. Para colmo, Alfaro aún no logró reconstruir un elenco que, más allá de los, cambios, está en ruinas.

A Boca se le esfumó el sueño de campeonato. La frase se soltó con llamativa liviandad y se transformó en la pretendida conclusión lógica luego de la derrota en la mismísima Bombonera a manos de Atlético Tucumán. En realidad habría que plantear un interrogante básico: ¿y cuándo estuvo prendido en la lucha por el título? Hoy, los xeneizes marchan a diez puntos de Racing y Defensa y Justicia -los líderes- cuando a la Superliga todavía le quedan 18 unidades en disputa. Es decir que matemáticamente el equipo aún conserva ciertas posibilidades de ser tricampeón -una materia pendiente en su historia-, pero la verdad es que futbolísticamente hablando jamás estuvo en carrera.

En la Ribera decidieron ocultar la basura debajo de la alfombra e intentaron convencerse de que aspiraban al título local, cuando en realidad están en período de duelo tras la histórica caída contra River en la final de la Copa Libertadores. Ese traspié, descomunal, inolvidable y doloroso todavía es una herida muy difícil de cerrar. Por más que Boca haya sacudido la cabeza en busca de librarse de la enorme opresión que le provocó esa tarde madrileña sigue lamiendo sus heridas y extendiendo el luto.

Después de la debacle copera debió prescindir de Guillermo Barros Schelotto, el técnico favorito del presidente Daniel Angelici, tuvo que recurrir a una polémica estrategia para arrastrar a Gustavo Alfaro a dejar de lado a Huracán para hacerse cargo del equipo y, como es moneda corriente en los últimos tiempos, sacó la chequera para sumar más y más refuerzos a un plantel exuberante en calidad individual pero de poca o nula complementación grupal dentro de la cancha.

Todo fue en vano, porque Boca sigue sin tener un estilo de juego definido. Pasaba con el Mellizo y sucede ahora con Alfaro: las figuras disimulan la pobreza del equipo. Pero si llega una noche como la de anoche, en la que aparecen fallas de esos jugadores de tanto cartel y el DT tampoco acierta con los cambios, entonces no hay remedio. Se pierde. Se perdió como lo hizo Boca contra los tucumanos, dejando una pálida imagen que denota que el equipo no está, por más cambios en la conducción y en los nombres que se hayan hecho.

Entonces llegan los insultos para Angelici y la grotesca maniobra de la barra brava para acallar las críticas. Todo esto confirma que en la Ribera nada funciona como corresponde. Tanta inversión, tantos refuerzos de envidiable jerarquía, tantos técnicos de ésta o aquella concepción de juego, tantas ventas rutilantes que causan asombro en el resto de los participantes de la Superliga para nada…  

CULPAS REPARTIDAS

Por supuesto las culpas son repartidas. Falló Angelici casi desde que tomó las riendas del club a fines de 2011, jactándose de que durante su mandato los hinchas iban a tener que renovar el pasaporte porque Boca iba a volver a Japón, la tierra prometida para los festejos internacionales por más que el Mundial de Clubes se haya mudado a los paraísos asiáticos donde el petróleo se acumula debajo de la tierra. En parte no mintió el dirigente, pues los xeneizes tuvieron intensa y permanente actividad más allá de las fronteras argentinas. Y cuando iban a quedar al margen, apelaron a sus enrevesadas lecturas del reglamento para inventar un desempate contra Vélez e intervenir en la Libertadores 2015, certamen que quedó en manos nada más y nada menos que de River.

Aquí llegamos a un punto clave y controversial. Boca cuenta con un efectivo cuerpo de operadores especialistas en forzar lecturas de los reglamentos que terminan logrando instalar la idea de que todas las normas están redactadas a pedir de los xeneizes. Ni hablar de la influencia de Angelici en el Tribunal de Disciplina y en otros estamentos del fútbol y en la propia AFA…

Cuando nada de eso le dio resultado, jamás le tembló el pulso a nadie para ir a buscar jugadores de primerísimo primer nivel. El rápido y casi extenuante repaso obliga a tomar aire y decir que desde diciembre de 2011 hasta febrero de 2019 llegaron los arqueros Oscar Ustari, Emanuel Trípodi, Guillermo Sara, Axel Werner, Agustín Rossi, Esteban Andrada y Marcos Díaz; los defensores Guillermo Burdisso, Emiliano Albin, Lisandro Magallán, Tiago Casasola, Claudio Pérez, Juan Forlín, Hernán Grana, Marco Torsiglieri, Gino Peruzzi, Fabián Monzón, Alexis Rolín, Fernando Tobio, Jonathan Silva, Juan Insaurralde, Frank Fabra, Leonardo Jara, Santiago Vergini, Paolo Goltz, Julio Buffarini, Emmanuel Mas, Lucas Olaza, Carlos Izquierdoz, Junior Alonso, Kevin Mac Allister y Lisandro López; los mediocampistas  Pablo Ledesma, Ribair Rodríguez, Mariano Echeverría, Fernando Gago, Marcelo Meli, José Fuenzalida, Gonzalo Castellani, Nicolás Lodeiro, Pablo Pérez, Fernando Zuqui, Wilmar Barrios, Sebastián Pérez, Edwin Cardona, Nahitán Nández, Ricardo Centurión, Emanuel Reynoso, Jorman Campuzano e Iván Marcone; y los delanteros Santiago Silva, Lautaro Acosta, Juan Manuel Martínez, Emmanuel Gigliotti, Claudio Riaño, Diego Perotti, Cristian Pavón, Jonathan Calleri, Andrés Chávez, Federico Carrizo, Daniel Osvaldo (se fue y volvió), Carlos Tevez (también ida y vuelta), Guido Vadalá (volvió de su efímero préstamo en Juventus y de su paso por Unión), Sebastián Villa, Darío Benedetto, Walter Bou, Junior Benítez, Cristian Espinoza, Ramón Abila y Mauro Zárate. Sí, la lista de nombres es agotadora…

Llegaron jugadores de muchos puestos que insólitamente no surgen de las divisiones inferiores. Cabría preguntarse cómo es posible que el semillero no produzca arqueros, laterales, defensores, volantes centrales…. Bueno, mejor no preguntarse nada…

Así y todo, la cosecha no fue tan abundante para tamaño esfuerzo dirigencial y económico. Los auriazules ganaron en los últimos ocho años dos ediciones de la Copa Argentina (una con el bochornoso arbitraje de Diego Ceballos en la final contra Central) y tres títulos de Primera División (uno con Rodolfo Arruabarrena como DT y dos con Barros Schelotto) conseguidos más por la prepotencia de sus planteles que por su sólido andar en la cancha.

También es cierto que cinco títulos en ocho años no es poca cosa. Basta recordar que en algún momento de su existencia Boca no supo de alegrías durante más de una década (entre 1981 y 1992), pero igual se antoja que tal inversión en el pasado reciente y tanto predominio en varias de las decisiones dirigenciales y arbitrales más controvertidas invitaban a esperar mejores dividendos. Aunque tal vez sea la ratificación de que el dinero no hace la felicidad. Y Boca tiene mucho dinero, pues además se las ha ingeniado para vender más y mejor que el resto de las instituciones de nuestro medio.

Tampoco estuvieron a la altura, el Vasco, el Mellizo -especialmente en los partidos decisivos por copas- y Alfaro, quien no le otorgó su impronta personal a un Boca que con el cambio de DT sigue pareciéndose demasiado al de su predecesor inmediato. Lechuga está viviendo sus primeras horas en la Ribera, pero aún no se nota mucho si metió mano o no. Se la jugó por Tevez como estandarte e inmediatamente lo sacó. No aprovechó del todo el buen momento de Zárate, mete muchos cambios, su equipo es desordenado y demasiado permeable en el fondo… Sí, todavía le falta asentarse en el cargo y dar pruebas de que puede ser el Alfaro de Rafaela, Arsenal y Huracán.

Y está claro los jugadores no cumplieron las expectativas, más allá de chispazos esporádicos. Se podrán citar períodos sumamente productivos de varios de ellos en ciertos pasajes de los distintos certámenes (Tevez cuando volvió por primera vez, Centurión cuando se fue Carlitos, Benedetto, Pavón antes de su involución posterior al Mundial de Rusia, Abila, Bou, Barrios, Andrada…), pero nunca hasta ahora se las ingeniaron para que sus innegables talentos se asociaran para hacer de Boca un equipo que deje huella con su rendimiento.

Sí, a Boca se le esfumó el sueño del campeonato. Ese sueño que por más que se intente decir lo contrario, en la Ribera jamás se atrevieron a soñar. Porque hoy todavía es tiempo para lágrimas, ésas que provocó la derrota en Madrid.