La expansión de la ignorancia aviva la visión conspirativa

Los medios en el siglo XXI-

La deserción de la prensa y la impotencia teórica para dar cuenta del mundo explican el auge del pensamiento conspirativo.

En un artículo publicado hace tiempo en The New York Times, el politólogo búlgaro Iván Krastev expresa su preocupación por la dimensión que el pensamiento conspirativo ha adquirido en las sociedades occidentales.

"Las teorías conspirativas han ocupado el lugar de las ideologías en el corazón de la política"", dice. "Hacen que la gente salga a la calle; conectan a los líderes políticos con sus seguidores. Deciden el resultado de las elecciones". 

Krastev no ignora las letales consecuencias que tuvieron las ideologías a lo largo del siglo XX, pero aún así les concede ventaja frente al pensamiento, por describirlo de algún modo, conspirativo. "Las ideologías producen fanáticos, pero también producen disidentes", observa Krastev.

"Las teorías conspirativas no producen disidentes, producen zombies, que no pueden o no quieren cuestionar a sus dirigentes". 

De este modo, le quitan poder de control a la gente, al permitir que los líderes políticos atribuyan las consecuencias de sus malas decisiones a la acción de misteriosos conspiradores. 

RASGOS NEGATIVOS

Krastev identifica otros dos rasgos negativos importantes del pensamiento conspirativo: primero, puede brindar atractivas explicaciones sobre lo ocurrido en el pasado, pero carece de visión de futuro; segundo, induce no a buscar la verdad, sino a revelar secretos. 

"La idea de la verdad, dice, apela a nuestro sentido común. Lo seductor de las teorías conspirativas es que apelan a nuestra imaginación. Una persona puede llegar a la verdad por sí misma, pero el secreto sólo le puede ser revelado. Y para que resulte actractivo, debe ser sorprendente e inesperado."

La descripción de Krastev es inteligente y perfectamente compartible, pero incompleta: no aventura una explicación del fenómeno que describe. Deja sin respuesta una pregunta crucial: ¿las teorías conspirativas son un vicio o una necesidad? ¿Una claudicación del pensamiento o un manotazo de ahogado en busca de una explicación? 

El público percibe que el mundo anda mal, en realidad cree que anda muy mal, y sabe a la vez que hay en el mundo una enorme cantidad de conocimiento acumulado cuyo empleo debería ser suficiente como para que las cosas fueran mejor. Que las cosas vayan mal simplemente porque van mal es algo escandaloso para el sentido común, al que sólo le cabe la conclusión de que las cosas van mal porque alguien quiere que vayan mal.

DOS FENOMENOS
 
La prevalencia de las teorías conspirativas en las sociedades occidentales, que tan razonablemente llama la atención de Krastev, creció exponencialmente a partir de la caída del muro de Berlín, aunque ya venía insinuándose desde antes, y lo hizo acompañada de dos fenómenos paralelos: la deserción de la prensa y la impotencia del pensamiento. 

El pensamiento conspirativo, reconozcámoslo, es fruto de la ignorancia. Las grandes religiones no han sido sino explicaciones conspirativas del orden universal que fueron perdiendo fuerza al paso en que el hombre fue ganando en conocimiento, entendido como información (científica, pero también noticiosa) y también como formulación de modelos, siempre cambiantes, capaces de dar cuenta racional y abarcativa de situaciones y procesos. 

La expansión del pensamiento conspirativo, entonces, sólo puede explicarse por una expansión de la ignorancia. Por un lado, el torbellino de transformaciones sociales inducidas por la técnica lanzó al mundo por caminos desconocidos y aceleró cambios que aun no han encontrado un modelo teórico, ideológico si se quiere, capaz de contenerlos y explicarlos. 

Por otro lado, seguramente arrastrada por esos mismos cambios, la prensa dejó de cumplir su papel social, y perdió crédito a fuerza de desinformar, mentir y confundirse con el negocio del espectáculo. 

El propio New York Times, donde escribe el señor Krastev, por ejemplo, da habitualmente como cierta la inverosímil explicación oficial sobre la caída de las Torres Gemelas, lo cual basta para poner su credibilidad en entredicho. Y si no se puede creer en lo que escribe el New York Times, habrá que prestar atención a las mil y una teorías conspirativas sobre esos raros derrumbamientos: seguramente alguna debe ser cierta.

Esta clase de deserción de la prensa, de desnaturalización de su oficio, es la que permitió que la última campaña presidencial en los Estados Unidos se convirtiera en un duelo de teorías conspirativas librado en la arena de las redes sociales. Y, lo que es peor, que cada una de esas teorías conspirativas cargara con su cuota de verdad, sin que la prensa profesional tuviese la autoridad suficiente como para arbitrar al respecto. 

Los medios también juegan su papel respecto del vacío ideológico en el que florecen las teorías conspirativas. Diariamente nos entretienen con empinados debates entre ideologías del siglo XIX, defendidas con tanto apasionamiento como si realmente tuvieran algo que ver con el mundo del siglo XXI que enfrentamos inermes, sin brújula, por mucho GPS y Twitter que llevemos en el celular, cada vez que abrimos la puerta de casa y salimos a la calle.

* Periodista. Autor de la página web gauchomalo.com.ar