Médicos que fueron testigos de la historia

La enfermedad y el poder

Por Tania Crasnianski
El Ateneo. 288 páginas

"Los médicos personales son los únicos testigos de la intimidad y las debilidades de los grandes hombres a quienes consagraron sus vidas", dice la abogada francesa Tania Crasnianski, quien sorprende con este libro sobre las enfermedades de algunos de los más importantes personajes del siglo XX. 

Si bien no es una historiadora de cepa, su rigurosidad como penalista la llevó a investigar en profundidad cómo influyeron los galenos en las decisiones de líderes como Hitler, Churchill, Mussolini o Kennedy, poderosos que confiaron sus cuerpos al estudio y tratamiento de sus dolencias, aun en contra de sus más fieles funcionarios. 

Ya desde el vamos el tema intriga y resulta revelador. Genera curiosidad; asombro en algunos casos por la cantidad de enfermedades o drogas utilizadas; aclara cuestiones de la personalidad y hasta se puede entender por qué los protagonistas tomaron ciertas decisiones gubernamentales.

El Führer, por ejemplo, tenía violentos temblores que le impedían firmar un documento. Para detenerlos, su doctor Theo Morell le inyectaba altas dosis de vacunas que hacían dudar a los jerarcas nazis de su lealtad. La salud de Churchill -deplorable desde pequeño por su bronquitis e incrementada por su adicción al alcohol y los cigarros- era cuidada por Lord Moran y hasta se consideraba una cuestión de Estado. El médico del Duce, George Zachariae, reconocía en tanto que los males del líder italiano afectaban su juicio y aplicaba hipnosis y psicoterapia. JFK, en cambio, era casi un mix de estos tres: Max Jacobson le suministraba una "poción mágica" llena de anfetaminas que hacía sentir a su paciente un "Superman", tal como lo definiría Norman Mailer.

La lista continúa con aspectos desconocidos de Mao, Franco, Stalin y Pétain. La historia misma, en sus manos.