LA ARGENTINA QUE PRODUCE

Floricultura

En la Argentina, gracias a la diversidad de ambientes naturales existentes, y a la variada gama inmigratoria que pobló el país desde la segunda mitad del siglo XIX, que aportó brazos y saberes nuevos para estas tierras, se desarrolla una amplia gama de producciones agropecuarias, muchas de las cuales no son plenamente conocidas por el público no especializado.

Si bien la compra y utilización de flores de corte o plantas en macetas es algo que puede asimilarse a una adquisición de rutina, la existencia de un entramado productor detrás de ese ramo de rosas o de esa maceta con una azalea es menos conocida. Y aún menos lo es el potencial que encierra la producción florícola en nuestro país.

Con la llegada de la primera inmigración alemana y japonesa, a inicios del siglo XX, comienza a difundirse la producción de plantas en macetas, asentada inicialmente en el Norte del Gran Buenos Aires. Ya en los años "30 toma relevancia la producción de flores de corte, con la incorporación al circuito productivo de inmigrantes portugueses e italianos, a la par que la floricultura se expande hacia el sur del Gran Buenos Aires. De este modo, se van configurando las dos zonas tradicionales florícolas cercanas a Buenos Aires: Escobar y alrededores, por un lado, y La Plata y alrededores, por el otro.

DESCONOCIMIENTO

El nivel de conocimiento estadístico que se posee del sector es, como en la gran mayoría de las producciones agropecuarias menos conocidas, muy bajo, con relevamientos desactualizados o muy fragmentarios. Según cifras oficiales de la Secretaría de Agroindustria, en el país habría unos 1.800 establecimientos dedicados, total o parcialmente, a la actividad florícola, cubriendo unas 2.500 has, de las cuales 1.800 serían a campo abierto y el resto bajo cubierta.

En el Gran Buenos Aires se concentra el 50% de la producción, seguida de Corrientes, Santa Fe, Salta, Jujuy, Mendoza, y en menor medida Tucumán, Río Negro, Córdoba, Entre Ríos, Misiones y Formosa.

Si bien hay diversas clasificaciones para catalogar a esta producción, la más común es la que consigna a los productores en alguna de estas categorías:

* Producción de flores y follaje para corte: engloba al 43% de los floricultores.

* Producción de plantas en maceta: es la practicada por el 30% de los productores florícolas

* Producción de árboles y arbustos: son el 15% del total

* Producción mixta (árboles, arbustos y plantes en maceta): el 12% restante

Diversos analistas resaltan en esta producción un elemento que, a su entender, es clave para destacar su importancia: la cantidad de mano de obra empleada por unidad de superficie. Según estimaciones oficiales, el promedio de ocupación es de 11 trabajadores por hectárea, cifra muy similar a la empleada en los establecimientos florícolas de Estados Unidos. Sin embargo, cabe señalar que según un relevamiento de INTA de hace varios años, cerca de la mitad de esa mano de obra es de origen familiar y no remunerada, por lo cual su derrame como dinamizador del empleo se ve reducido notablemente.

Otro rasgo central de la estructura productiva es la escala de operaciones: la superficie promedio de las unidades es de 1,4 ha., a la par que su dotación de infraestructura y equipos es, según diversos analistas, inadecuada y obsoleta. En la década de 1990 la actividad, luego de dos décadas de estancamiento, recibió un cierto impulso con la incorporación de tecnología importada pero que no estaba ajustada con plenitud a las características del medio argentino, por lo cual la productividad derivada de dicha tecnología no fue la esperada.

Entre los años de 1930 e inicios de la década de 1970, el sector florícola argentino fue dinámico y se desenvolvió siguiendo la evolución del mercado interno, que es el que le dio origen y sentido a su desarrollo. Precisamente, cuando el mercado consumidor se ralentizó (en concordancia con la evolución económica general), el sector también lo hace, más allá del repunte experimentado en los años "90 ya mencionado.

EL TECHO

Al igual que México y Brasil, Argentina desarrolló un esquema productivo en función del mercado interno, que absorbió la producción a medida que se expandía, y que a la vez le puso un techo a dicha expansión cuando el contexto nacional fue recesivo. Sin embargo, trayectorias como estas no son las hegemónicas en el mundo de la producción florícola internacional, sino que aquí descuellan los países en los cuales la inversión por hectárea, en tecnología e infraestructura, es más elevada que en Argentina, en los que la escala de operaciones es más amplia, y en los que la orientación de la producción no está dependiente del mercado interno sino que se orienta a la demanda de los mercados compradores más dinámicos.

Los mayores productores de flores, en función de la superficie implantada, son Estados Unidos, Japón y Alemania, destinando su producción a su propio mercado interno y a la exportación de productos especiales. Los mayores importadores son Alemania, Estados Unidos, Francia, Holanda y Suiza. El caso de Holanda es particular, puesto que se trata de un gran importador (a la vez que productor), pero también exportador, pues posee el mercado concentrador de flores más grande del mundo.

Sin embargo, los mayores productores según superficie implantada antes mencionados no son los actores más dinámicos a nivel del comercio de exportación, sino que aquí -con la salvedad del particular caso holandés- los agentes claves son países florícolas de más o menos reciente desarrollo: Colombia, Ecuador, Kenia, Chile, Sudáfrica, todos países que han desarrollado su sector productor desde mediados de la década de 1980. Es decir, precisamente cuando la floricultura argentina entraba en su etapa de estancamiento.

Cuando los mercados consumidores de los países con población de mayor poder adquisitivo comenzaron a mutar, diversificando sus demandas, a la vez que exigiendo menores precios, se abrió una ventana de oportunidades para el desarrollo florícola en áreas hasta ese momento carentes de tal producción. Los casos de Colombia, Ecuador, Chile o Kenia son paradigmáticos en ese sentido.

Los costos de producción más bajos -en particular, el de la mano de obra intensiva que se requiere-, la diversidad de ambientes vírgenes de producción florícola, y las políticas de incentivo a la inversión privada, generaron la coyuntura adecuada para que esos países aprovechen aquella ventana de oportunidades.

De ese modo, y dejando de lado el caso de Holanda, Colombia es el principal exportador mundial, seguido de Ecuador y de Kenia. Los dos países sudamericanos mencionados se orientan a colocar su producción, fundamentalmente, en Estados Unidos, mientras que Kenia exporta hacia la Unión Europea. Otros países como Tanzania, Uganda, Chile, Etiopía, India, con un menor volumen, igualmente se han posicionado en el mercado mundial florícola.

Incluso países con origen, estructura y dinámica florícola similar a la argentina, como Brasil y México, han comenzado a reorientar su producción en pos del mercado mundial. Por ejemplo, en la primera década del presente siglo, Brasil incrementó sus exportaciones de flores en un 100%, en buena medida gracias a los programas públicos de estímulo a la inversión productiva sectorial, los cuales favorecieron el resurgimiento de esa producción que se encontraba en una meseta productiva desde más de quince años atrás.

ESTANCADOS
 

Entre tanto, ¿qué sucedió en la Argentina? El desenvolvimiento lo siguió marcando el mercado interno, al cual se destina el 99% de la producción. A su vez, esta producción continuó caracterizándose por sus bajos niveles de productividad y calidad, a la par que con una muy acotada diversificación de especies, pese a la amplia disponibilidad de recursos vegetales con que cuenta el país: se contabilizan alrededor de 30 especies principales en producción, cuando a nivel mundial (para condiciones ambientales similares a las argentinas) ese número supera el centenar.
Pese a que desde 2004 existe un programa específico para la producción florícola en el INTA, a que distintos gobiernos provinciales han recurrido al manido esquema participativo de foros florícolas, a que desde el Estado nacional se ha conformado clusters florícolas (en el Norte de Buenos Aires), a que desde la hoy Secretaría de Agroindustria se destinaron fondos bajo la forma de subsidios a floricultores, pese a estas y otras acciones, la producción florícola no ha mejorado en lo que va del siglo.

Poco tiempo atrás, un experto alemán de visita en el país expresó su opinión sobre el perfil de la producción nacional: "(...) la calidad de las plantas comparadas con los ejemplares del mercado europeo, tienen una calidad significativamente inferior y esto aunque el precio de las plantas es superior en la Argentina. A su vez, tampoco observo que haya un valor agregado al producto final, como podría ser un packaging que distinga o destaque el producto".

Esto no significa que no haya habido avances importantes, por ejemplo en cuanto a la obtención de variedades por parte del INTA, las que fueron licenciadas a una empresa japonesa. Esta línea de trabajo, partiendo del material genético disponible en el país, para la obtención de variedades con características positivas (estéticas, de duración, de resistencia, etc.) es incipiente y exige un horizonte temporal de mediano y largo plazo.

La reconversión florícola argentina debe ser encarada de raíz, abordando desde cuestiones estructurales, como el tamaño medio de las fincas, hasta otras de cariz organizacional, como es la articulación de la cadena desde el productor hasta el consumidor final o, según el caso, el exportador. Esa reconversión implica abandonar la política de subsidios espasmódicos, como la implementada durante buena parte del gobierno kirchnerista desde la Secretaría de Desarrollo Rural, como así también asumir que la reestructuración conllevará a que las producciones más pequeñas deban fundirse -por venta o asociación- con otras, a fin de generar una escala operativa mínimamente rentable.

El mercado florícola mundial está abierto a nuevos ofertantes que reúnan las condiciones de calidad y precio que se demandan. Argentina posee una elevada potencialidad para insertarse en dicho mercado de un modo dinámico y ventajoso. Solo se requiere la confluencia de la iniciativa privada con un rol dinámico, colaboracionista y estimulador por parte del Estado. Restaría que a ese Estado lo comande un gobierno con visión estratégica y respeto hacia la iniciativa privada.