Occidente y el verdadero origen de su decadencia

Con el discurso de Harvard, Solzhenitzyn hizo un lúcido llamado de alerta.

Con suma justicia Alexander Solzhenitzyn ha pasado a la historia como el testigo supremo de los horrores del comunismo. Pudo dar testimonio porque antes fue víctima de la crueldad de un régimen totalitario y asesino. Su obra literaria fue el medio en el que recogió las experiencias indecibles que debió atravesar, y las de millones más que como él padecieron aquella ideología inhumana. En la cumbre de ese empeño titánico reinan, elocuentes y abrumadoras, las páginas de Archipiélago Gulag.

Sin embargo, en los últimos decenios de su vida, Solzhenitzyn se convirtió en una suerte de profeta moderno impelido por la urgencia de amonestar, no ya a la tierra en la que había nacido, sino a la que lo había recibido cuando al fin pudo vivir en libertad. La decadencia de Occidente y el abandono de su tradición esencial lo preocuparon sin descanso. Lo expresó de muchas maneras y en diferentes ocasiones, pero ninguna con tanta elocuencia como la del célebre "Discurso de Harvard", que pronunció el 8 de junio de 1978, en el comienzo del año lectivo de aquella universidad estadounidense.

El mensaje está formado alrededor de paradojas. Solzhenitzyn alertaba que el progreso occidental, visible en el bienestar económico y material, fomentaba una competencia que conducía a la ansiedad y la depresión. Una visión legalista de la vida, con amplitud de derechos para todos los ciudadanos, había terminado por esterilizar el sentido del sacrificio y la abnegación. También sofocaba el coraje y alentaba la criminalidad. "La defensa de los derechos individuales ha alcanzado tales extremos que deja a la sociedad totalmente indefensa contra ciertos individuos", advertía en un anticipo de lo que hoy se conoce como "garantismo".

Protegida por la más amplia libertad, la prensa no se veía obligada a cumplir con su "responsabilidad moral por la distorsión o la desproporción". La ausencia de censura estatal tampoco ofrecía garantías respecto de la libertad de pensamiento. "Vuestros académicos son libres en un sentido legal -señalaba-, pero están acorralados por la moda del capricho predominante."

LA AFECCION

Ese, de modo resumido, era el diagnóstico de Solzhenitzyn. ¿Y cuál era la causa de la afección occidental? Su respuesta, la médula del discurso que desconcertó a quienes veían en el escritor y disidente a un mero combatiente de la "guerra fría", fue mucho más atrás en el tiempo y arañó la sustancia de lo que había terminado por denominarse "Occidente". El origen del error estaba "en la misma base del pensamiento humano de los últimos siglos". Era la visión occidental "que nace del Renacimiento y encuentra su expresión política a partir de la Ilustración" y que es "la base de todas las doctrinas políticas o sociales". 

Solzhenitzyn la llamaba "humanismo racionalista o autarquía humanística" y la definía así: "Es la autoproclamada y practicada autonomía del ser humano de cualquier fuerza superior". "La nueva forma humanista del pensamiento, que había sido proclamada nuestra guía, no admitía la existencia de una maldad intrínseca en el ser humano, ni entreveía una misión más elevada que el logro de la felicidad terrenal", recordaba. El capitalismo liberal pero también el comunismo marxista derivaban de esa presunción. Había entre ellos un "parentesco inesperado".

Su terreno en común era el materialismo y la libertad desprovista de un orden espiritual al que sujetarse. Por eso, recordaba Solzhenitzyn, Marx pudo decir que el "comunismo es humanismo naturalizado". Las "mismas piedras fundamentales" de ese humanismo "erosionado" se encontraban en ambos sistemas: "materialismo ilimitado; liberación de la religión y de la responsabilidad religiosa; concentración de las estructuras sociales bajo un criterio supuestamente científico."

Por ello, más que la amenaza de una guerra devastadora entre los bloques que entonces eran enemigos, Solzhenitzyn advertía de otro desastre vigente en aquellos días (y mucho más en los nuestros, cuando la guerra fría es apenas un recuerdo). Se refería "a la calamidad de una conciencia desespiritualizada y de un humanismo irreligioso", el criterio que hizo del hombre, ser imperfecto, la medida de todas las cosas que existen sobre la tierra. "Estamos ahora pagando por los errores que no fueron apropiadamente evaluados al inicio de la jornada -observaba-.

Por el camino del Renacimiento hasta nuestros días hemos enriquecido nuestra experiencia pero hemos perdido el concepto de una Entidad Suprema Completa que solía limitar nuestras pasiones y nuestra irresponsabilidad. Hemos puesto demasiadas esperanzas en la política y en las reformas sociales, sólo para descubrir que terminamos despojados de nuestra posesión más preciada: nuestra vida espiritual, que está siendo pisoteada por la jauría partidaria en el Este y por la jauría comercial en Occidente. Esta es la esencia de la crisis: la escisión del mundo es menos aterradora que la similitud de la enfermedad que ataca a sus miembros principales."

Hoy sería conveniente releer este mensaje en momentos en que, una vez más, son tantos los que confunden a los villanos y no alcanzan a detectar el origen verdadero del mal de un mundo que avanza hacia su completa deshumanización a fuerza de leyes, derechos y satisfacción material.