Un fenómeno del circuito "off"

"Nada del amor me produce envidia". De Santiago Loza. Dirección: Diego Lerman. Música: Sandra Baylac. Iluminación: Fernanda Balcells. Escenografía: Flor de un Día. Vestuario: Valentina Bari. Vestido final: Pablo Ramírez. Actúa: María Merlino. En Santos 4040 (Santos Dumont 4040).

Allá por 2008 -parece un siglo atrás- se estrenó "Nada del amor me produce envidia" en el Sportivo Teatral de Ricardo Bartís. Era la primera vez que Diego Lerman -hasta entonces sólo director de cine- se embarcaba en una puesta teatral. El y la actriz María Merlino se conocían, precisamente, de entrenar actuación en "lo de Bartís". Trabaron una fuerte relación -se convirtieron en pareja- y prometieron trabajar juntos. Apareció entonces Santiago Loza, que escribió lo que sería el primer texto de una serie de otras creaciones muy aplaudidas y elogiadas, la mayoría con el alma femenina en foco.

Probablemente ni Merlino -quien fue la impulsora original del proyecto- ni Lerman o Loza pensaron que la obra de esa costurera con aires de Libertad Lamarque atravesaría una década cosechando reconocimientos, viajando a festivales y multiplicando sus funciones en diversos espacios tanto de la Ciudad como del mundo.
Ahora, en 2018, en el bello y sofisticado Santos 4040, llegó por sólo diez funciones (la última es mañana, a las 21) y muy probablemente vuelva el año que viene. Lo concreto es que resulta un verdadero fenómeno del llamado circuito alternativo.

PERMANENCIA
Las razones para tanta permanencia son múltiples. Por empezar, el clima del espectáculo. Apenas comienza, el espectador se mete de lleno en la saga de esa mujer. Texto, actriz y dirección se alinean para generar la empatía del público.
La protagonista, para algunos, sería una patética solterona virgen. El prototipo de ser callado, chiquito, limitado que, por lo visto, posee unas excelentes cualidades para la costura. Tanto es así que la enorme Libertad Lamarque le encargó un vestido. Al tiempo, otro mito, Eva Perón, también. Tal vez la costurera se lo imaginó y se lo cuenta a su maniquí. Poco importa, uno le cree, quiere creerle. Aparece entonces todo ese conflicto de ribetes mitológicos entre Libertad y Evita. El famoso cachetazo -negado innumerables veces por la estrella, quien debió exiliarse en México durante el primer peronismo-. Pero esa puja, esa "grieta", estuvo, existió. Y no es acá en la obra donde pueda saldarse. Más bien todo lo contrario: hace implosión en la protagonista. La expone, la obliga. La violenta.

LOS AGUDOS
La misma Merlino alguna vez reconoció que la pieza -una especie de homenaje a las cancionistas de los años "30- se liga a su vida, a su infancia de pueblo y a su madre costurera. Ella investigó todo sobre Lamarque. Se asesoró y le copió el famoso timbre de voz: esos agudos bien agudos. Y construyó su personaje mediante las conocidas técnicas de cambiar la voz, la forma de caminar, la postura. Entonces, aparece una actuación bien característica, artificial. Claro que esa artificialidad no se suelta nunca. La costurera de Merlino habla como en los viejos radioteatros de los años "40. Tiene un cantito que se impone. Se intuye que Lerman guió a su actriz por ese camino, la impulsó con decisión a mantenerlo. Por momentos, todo lo que dice se tiñe de ese tono de película argentina en blanco y negro.
La década que transcurrió desde el estreno fogoneó otras corrientes de teatro, que muestran registros de actuación completamente diferentes. Ahí está "Todo piola" del tandem Mariano Blatt, Eddie García y Gustavo Tarrío, o ciertas búsquedas de Lisandro Rodríguez -"La mujer puerca", también de Loza- para mostrar técnicas que buscan otras artificialidades, sin tantos trucos de voz o vestuario y que tratan de ir más hacia el actor de carne y hueso que se muestre con su verdad.
Dicho esto, resulta muy interesante ver lo que provoca Merlino -una de las más talentosas actrices de su generación-, que tal vez muestre el epítome del primer tipo de actuación: todo es artificio, cada gesto está milimétricamente calculado, nada queda al azar. Cuando se descarrila, hay descarrilamiento medido. La actriz se encuentra amparada por una bella puesta de luces de Fernanda Ballcells y la música diseñada por Sandra Baylac. 
En suma, "Nada del amor me produce envidia" resulta noble en sus propósitos. Agil y conmovedora. No es poco, teniendo en cuenta que ya han pasado diez años desde su concepción y que haya corrido tanta agua de actuación, puesta y palabras en el medio.

Calificación: Muy buena