La puesta salva a "Candide"

"Candide", opereta en dos actos, con texto de Hugh Wheeler y música de Leonard Bernstein. Coreografía: Marina Svartzman. Iluminación: Gonzalo Córdova. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Régie: Rubén Szuchmacher. Con: Santiago Martínez, Oriana Favaro, Héctor Guedes, Mariano Gladic. Coro y Orquesta Estables del Teatro Argentino. El martes 20, en el teatro Coliseo.

Lo primero que cabe destacar sobre la primera presentación en el país de "Candide" es que significó un gran esfuerzo de organización, de estudio, de preparación por parte del teatro Argentino, que emergió así, impetuosamente, de su consabido letargo. Además de ello, ofrecer al público la oportunidad de ver una obra conocida afuera pero nunca representada acá, entraña también un mérito estimable.

Ahora bien, en cuanto a los resultados artísticos de la edición, coparticipada con Nuova Harmonia (que cerró así su ciclo de abono) cabe apuntar que exhibieron dos costados, uno el sonoro, que dejó que desear porque la partitura de Leonard Bernstein es más pasatista que otra cosa y la interpretación orquestal encima fue débil; y otro, el escénico, que otorgó en cambio positivo realce a una función sin duda demasiado extensa.

DE BROADWAY
La prueba más acabada de la endeblez de la música de "Candide" (1956) es que Bernstein la reconstruyó, la reorquestó, cambió sus números y escenas, la acortó y la agrandó a través de esquicios y versiones sucesivas. Se lo debe decir sin rodeos: no se trata para nada de una ópera ni de una opereta cómica, ropaje con que se la suele exhibir, sino de una genuina comedia musical de Broadway, en la que conviven números de buena calidad (sin ir más lejos la obertura, el "Westphalia Chorale", el "Auto-da-fé-What a day", "The Venice Gavotte"), con otros (la mayoría) decididamente banales, apoyados en percusión, tambores, trompetas y giros rapsódicos, acentuaciones mecanicistas y construcciones armónicas insulsas.
Howard Taubman señaló en su momento que esta parodia de una ópera, planteada incluso como una antítesis, se quedaba a mitad de camino porque no llegaba a plasmar un melodrama ni contribuía a la consolidación del teatro musical norteamericano.

Ecléctica como patrón expresivo: tango, fox-trot, canción, trozos canónicos, valses, escocesas, gavotas, pasos españoles y caribeños, arias de coloratura ("Glitter and Be Gay") alternan en definitiva en "Candide" en una suerte de collage que da para todo.
En cuanto a los intérpretes, corresponde apuntar que tanto Oriana Favaro (Cunegonde) como Eugenia Fuente (Old Lady, bien desenvuelta) se manejaron con corrección, al igual que Mariano Gladic, Héctor Guedes (de excelente dicción inglesa) y Santiago Martínez (Candide, con voz bonita, plana y pequeña).

El coro del coliseo platense, cuyo titular es Hernán Sánchez Arteaga, cumplió en general una faena de armoniosa categoría, al tiempo que la orquesta estable, conducida con incoercible, excesiva energía por Pablo Druker (lo que perjudicó una exposición más flexible, lírica y cadenciosa, menos cuadrada), se oyó concentrada y ajustada (hubo que levantar las tres primeras filas de la platea para ampliar el foso).

PUESTA DE PRIMERA
Bien puede decirse en esta ocasión que así como "Candide" después de su fiasco inicial se salvó por la brillante puesta de Harold Prince (1973), ahora en Buenos Aires se tornó llevadera como consecuencia de la producción encabezada por Rubén Szuchmacher.

Traída al tiempo presente, y con imágenes de pop art derivadas de Roy Lichtenstein, lindantes con lo kitsch, la escenografía diseñada por Jorge Ferrari se caracterizó por su simpleza y funcionalidad, sus cuadros modernos, apaisados, de estilizadas figuraciones, mientras que el vestuario, también de su pluma, sorprendió debido a la excelencia de los bocetos y su multiforme, fina creatividad. Gonzalo Córdova fue a su vez el autor de una iluminación de colores vivos, de tendencia flúor, siempre a tono con el carácter de cada cuadro.

Además de reacondicionar el texto con inteligencia, asociado a Lautaro Vilo (con Voltaire como relator explicando una sucesión de escenas vertiginosa en tiempos y geografías), Szuchmacher plasmó una mise-en-scne que aunó realismo y fantasía con remarcable agilidad, ayudado por una coreografía impecablemente adecuada a este liviano vaudeville-revista musical, trazada por Marina Svartzman y servida por un esbelto conjunto de bailarines.

Los movimientos individuales del tinglado teatral, en síntesis, fueron siempre prolijos y acertados, la intervención de las masas criteriosas; la dinámica de la acción, medida pese a sus contenidos, no ofreció un bache. Todo esto, verdaderamente, fue fundamental. "No somos puros, sabios ni buenos, pero hacemos lo mejor que podemos", concluye el coro de "Candide", "para cultivar nuestro jardín" ("make our garden grow").

Calificación: Buena