Alberto Falcionelli: recuerdo del pensador "franco-cuyano"

El historiador emigrado fue un referente de la "sovietología".

POR SEBASTIAN SANCHEZ *

Alberto Falcionelli, intelectual francés afincado al pie de los Andes, fue un distinguido historiador especializado en estudios rusos y referente indiscutido de la llamada "sovietología". 

Nacido en París en un hogar de origen corso, ya de de niño frecuentaba a los emigrados rusos blancos que le relataban los horrores del régimen soviético. Con apenas dieciséis años se incorporó a los Camelots du Roi, organización de jóvenes monárquicos filiados a la Action Franaise de Charles Maurras, cuyo pensamiento y acción imprimirían un sello indeleble en su vida intelectual. 

Mientras cursaba la carrera de Historia en la Sorbona, Falcionelli se inició en el periodismo -al principio hacía crítica literaria en la Revue Universelle- lo que le permitió recorrer toda Europa, además de China y Japón. Aún en el fragor de esos aventurados viajes se hizo del tiempo para continuar sus estudios y doctorarse en Historia en la Universidad romana de La Sapienza. 

Al estallar la II Guerra Mundial, Falcionelli se enroló en el Ejército francés y combatió en el frente africano hasta que cayó prisionero en un campo de concentración alemán, del que logró escapar tras nueve meses de cautiverio.

Terminada la contienda nuestro autor procuró trabajar en su patria pero la Francia de posguerra era territorio hostil para un antiguo militante monárquico. Por eso -tras un breve paso por España- emigró a nuestro país para profesar en la recién fundada Universidad Nacional de Cuyo, donde dictó cátedra de Literatura Francesa e Historia Contemporánea durante veintiséis años. 

LA POLITICA PRIMERO

Formado en el pensamiento maurrasiano, Falcionelli encarnó la conocida afirmación del líder de Action Francaise -"politique d"abord"- al punto que a poco de llegar al país, y tras obtener la ciudadanía argentina, inició una comprometida militancia en el nacionalismo católico. 

Formó parte del llamado Grupo Soaje que, bajo la tutela de Guido Soaje Ramos, se consolidó como una agrupación político-intelectual que llegó a ocupar un escaño en el Congreso. Pero además en ese círculo cimentó amistad intelectual con pensadores cuyanos de insuperable valía como Jorge Comadrán Ruiz, Denis Cardozo Biritos, Dardo Pérez Guilhou, Rubén Calderón Bouchet y su discípulo Enrique Díaz Araujo. 

En 1965 Falcionelli fundó la revista política Ulises, crítica tanto con el gobierno de Illia como con el de la "Revolución Argentina" de Onganía. Desde esas páginas supo fustigar a tirios y troyanos y fue memorable su polémica con Arturo Jauretche respecto del llamado "pensamiento nacional y popular". 

Nuestro autor escribió una obra ingente -publicó casi 30 libros- que constituye una gran contribución para descifrar las claves del comunismo en sus diversas variantes, sobre todo la rusa y la china. Sin embargo, sus estudios y conceptualizaciones exceden el marco temporal de la llamada Guerra Fría y encuentran hoy plena validez para entender cuestiones actuales. 

PRISIONES LINGUISTICAS

Para dar cuenta de la actualidad de su pensamiento basta recordar su libro El licenciado, el seminarista y el plomero, original glosario que desgrana el pensamiento de Lenin, Stalin y Trotsky y en el que -entre otras cosas- explica el uso del lenguaje como herramienta de dominación y vehículo del imperialismo comunista. 

Falcionelli afirma que para la Nomenklatura soviética el lenguaje implicaba la transmisión coercitiva de la ideología marxista a través de palabras previamente filtradas por el tamiz revolucionario. Así, la revolución lingüística soviética lo "resignificó" todo: desde Dios a la Historia pasando por el Espíritu, el Alma, la Familia, el Héroe, el Humor, la Patria y, por supuesto, la misma Verdad.

A ese neo-lenguaje -nótese el matiz orwelliano- Falcionelli lo llamó "lengua de madera" (según la típica expresión francesa langue de bois), que tiene por objeto "construir" una realidad ajena a las cosas, edificada sobre la base de slogans y palabras talismánicas, falsos estereotipos, eufemismos y analogías inválidas. Es el lenguaje de la apariencia, del ocultamiento de la realidad verdadera y de la elusión ideológica de las cosas y sus esencias. 

Si bien se mira, el mentado "lenguaje de madera" soviético llega hasta nosotros -tras su remozamiento en la cocina del eurocomunismo gramsciano- adquiriendo la forma del lenguaje políticamente correcto y sus variantes (como el esperpéntico "lenguaje inclusivo"). Se trata en rigor de una suerte de prisión lingüística útil para inocular el Pensamiento Unico, más allá de cuyos confines es imposible aventurarse bajo pena de ostracismo. 

La corrección política determina límites inamovibles -tan infranqueables como los muros de una prisión- que asfixian y devastan al lenguaje y por ende al pensamiento. ¡Ay de aquél que se atreva a trasponer esas murallas para pensar en libertad! 

Vaya este sencillo ejemplo para señalar que el pensamiento de Alberto Falcionelli, lejos de ser una retrógrada antigualla o una rémora de épocas finiquitadas, resulta un fontanar abierto al que puede recurrirse para procurar una mayor comprensión de estos tiempos difíciles. 

* Doctor en Historia. Profesor universitario.