Breve historia de la corrupción

Contrabando, impunidad, endeudamiento fraudulento, sobreprecios se mantienen desde el fondo de nuestra historia.

"Si haciéses de la historia de nuestro país un cuento o una novela, toda su política seguirá en ese camino ficticio y fantástico".

Juan Bautista Alberdi

La génesis del relato histórico nacional se debe a la decisión tomada a principio de siglo XX de simplificar nuestra complicada historia en una especie de cuentito apto para que los hijos de inmigrantes que asistían gratuitamente a nuestras escuelas (dejando atrás quizás, miles de años de analfabetismo de sus ancestros).

De esta forma los niños pudiesen contarles a sus progenitores el calibre moral de los fundadores de esta nación que los acogía con tanta generosidad. De allí que surgen omisiones y exageraciones que nos llevaron a crear santos y demonios. No era bueno que los habitantes del crisol de razas supiesen algunas cosas.

¿Para qué contarles entonces que somos herederos del Imperio más corrupto y peor administrado de la historia, donde monarcas víctimas del incesto, a falta de condiciones para gobernar (no solo a sus súbditos sino a sí mismos, como aconteció con Carlos II y los primeros Borbones) entregaban el gobierno de sus colonias al mejor postor, que lo único que pensaba era en enriquecerse sorteando los arbitrarios sistemas de control, que su laxitud era fácil de sortear, calmando el escozor de sus palmas pruriginosas, como decía Shakespeare? No podían ser santos esos súbditos que respetaban las leyes que les viniesen bien ("Se honra, pero no se cumple") y tenían como modus vivendi el contrabando a fin de sortear las asfixiantes normas mercantilistas que solo pretendían enriquecer a comerciantes peninsulares. 

LA EMANCIPACION
 
Obviamente, cuando los habitantes del Nuevo Mundo tuvieron la oportunidad de cambiar el esquema mercantilista por el librecambismo propuesto por los ingleses, no dudaron en emanciparse (con los miedos del caso que muy bien expresó Mariano Moreno, porque los españoles y sus métodos inquisitorios habían demostrado ser feroces al momento de reprimir o extraer confesiones compulsivas).

¿Para qué contarles a los hijos de inmigrantes que Juan Larrea, el cerebro financiero de la Revolución, continuó con prácticas de contrabando, práctica de la que también fue acusado el mismo Cornelio Saavedra, antes de huir a Chile para evitar el brazo de la Justicia, que quería conocer cómo había sido su participación en la nunca resuelta muerte de Mariano Moreno? Tampoco valía la pena saber el destino de varias sacas de oro y plata que desaparecieron cuando el Brigadier Pueyrredón tomó el tesoro del Potosí (desde ya que hay versiones que acusan a un desleal sargento de esta sustracción, pero a falta de pruebas es natural que surjan suspicacias) dado el nivel de vida del ex Director Supremo que, paso varios años en Francia sin otra fuente de ingresos más que la propia y la de su esposa, cuyo suegro, el comerciante Tellechea Pueyrredón habían ordenado ejecutar junto a Martín de Alzaga.

San Martín y O"Higgins abrieron una cuenta conjunta en Londres para depositar las comisiones por las compras de armas, que después perdieron por inoportunas especulaciones de la Bolsa de Londres (querido lector, antes de vociferar, le pido que se tome un minuto y revise la Historia de San Martín escrita por Bartolomé Mitre con documentos a la vista -más precisamente, página 168 de la edición de El Ateneo-). San Martín nunca ocultó ni negó esta maniobra, porque esa era la práctica instaurada por Napoleón, haciendo honor a la ancestral prerrogativa del general vencedor.

LOS EMPRESTITOS

Después vino Rivadavia y el espinoso tema de los empréstitos que dejaban suculentas comisiones a los intermediarios e insufribles deudas a los países que los contraían (de las 2.800.000 libras originales, se terminaron pagando 23.000.000 libras, aunque acá solo llegaron 20.000 libras en oro). También empezó la moda del capitalismo de amigotes, con la minería (las famosas Minas de Famatina que tanto dinero le diera a Facundo Quiroga y le costaría la vida a Dorrego por denunciar el negociado de Rivadavia) y la ley de Enfiteusis que permitiría que una de las planicies más fértiles del planeta terminase en manos de unos pocos latifundistas, entre los que se contaba el hombre fuerte de la política nacional en la primera mitad del siglo XIX. Cuando Rosas fue derrotado en Caseros tenía en su haber más de 600.000 hectáreas y varias propiedades en Buenos Aires, que incluían su impresionante caserón de más de 10.000 metros cuadrados cubiertos en Palermo. Curiosamente, su sucesor Justo José de Urquiza, llegó a tener una fortuna semejante gracias al contrabando (primero) y la provisión de caballos y reses a los ejércitos combatientes durante la Guerra del Paraguay.

La llegada de la Organización Nacional es el comienzo del festín de bonos y empréstitos adquiridos para financiar actividades no siempre ligadas al bien común, sino a favorecer intereses especulativos de los socios del poder.

Parte de estos préstamos se destinó a (entre otras cosas) a la construcción del ferrocarril, que incluía el aprovechamiento de las tierras que lo rodeaban y adquirían por esta vecindad, valores insospechados.
Otra fuente de riquezas, era la provisión de los ejércitos, que de un lado a otro iban reprimiendo insurgencias, desplazando indios y peleando entre provincias y naciones vecinas.

El climax de esta alteración en los valores llegó durante el sitio de Buenos Aires por parte del General Hilario Lagos, cuando el jefe de la flota confederada, el comandante de origen norteamericano John Halsted Coe, vendió la escuadra a la dirigencia porteña por varios miles de onzas de oro, a fin de poner fin al bloqueo que tanto perturbaba el comercio porteño.

Coe se fue a su país, Estados Unidos, pero volvió y está enterrado en la Recoleta, sin haber sido jamás castigado, abriendo así un largo capítulo de impunidad.

MUY ELASTICO

El otorgamiento de créditos se convirtió en una forma habitual de comprar favores políticos, callar voces disonantes, y estimular a los medios para favorecer o rechazar tal o cual causa del poderoso de turno (la retórica es un músculo muy elástico).

En un país que siempre tuvo inflación relativamente alta (ya en tiempos de Rivadavia llegó al 36% anual y al terminar Rosas su mando, se habían acumulado un 600% de inflación). La entrega de créditos blandos era una forma discreta y casi inocente de comprar voluntades o al menos, bajar el tono de protestas, como aconteció con Lisandro de la Torre, quien a través de un préstamo adquirió 50.000 hectáreas en Córdoba (que después no pudo conservar).

Se abre así una instancia de endeudamiento (que en algunos momentos de bonanza por los commodities se logra saldar), inflación crónica (que solo conoce algunos períodos de tregua), desorden administrativo, mayor número de empleados públicos poco productivos (mendicidad disfrazada), políticas prebendarias, economía de amigos y lisa y llana corrupción de la obra pública que comienza hace 207 años, cuando por la humilde Pirámide de Mayo, nuestro primer Monumento Nacional, se pagaron desmesurados sobreprecios, el comienzo de la épica que se extiende hasta el escándalo de los cuadernitos, que aún no ha culminado.

Y a tal fin, vale recordar la frase de Alberdi, quien nos recuerda: ""Si haciéses de la historia de nuestro país un cuento o una novela, toda su política seguirá en ese camino ficticio y fantástico"".

Quizás llegó el momento de reescribir nuestra historia sin acudir a santos, mesías u hombres providenciales porque, y a la realidad me remito, no nos ha ido muy bien.