DE QUÉ SE HABLA HOY

Otra lección de Borges que no vamos a aprender

 

Los argentinos volvieron a votar, a practicar la democracia el 30 de diciembre de 1983. Ocho días antes de aquel triunfo de Raúl Alfonsín, el 22, Jorge Luis Borges escribió una reflexión que fue publicada en el suplemento Cultura y Nación de Clarín. Tal vez como respuesta a algo que con su habitual ironía había definido un tiempo atrás cuando escribió que "la democracia es un abuso de la estadística; yo he recordado muchas veces aquel dictamen de Carlyle, que la definió como el caos provisto de urnas electorales".

Tal vez un poco arrepentido, tal vez reconociendo -como lo escribió- la democracia argentina me ha refutado espléndidamente, espléndida y asombrosamente.

En aquel escrito Borges admite que su Utopía de un país o un planeta sin Estado aún no es posible y lo justifica asegurando que todavía nos faltan algunos siglos. Cuando cada hombre sea justo, podremos prescindir de la Justicia, de los códigos y de los gobiernos. Por ahora son males necesarios.
Borges se siente triste de saber que su sueño queda lejos, es prematuro y a la vez advierte que nuestra esperanza no debe ser impaciente.

Advierte y se advierte que son muchos e intrincados los problemas que un gobierno puede ser incapaz de resolver. Nos enfrentan arduas empresas y duros tiempos.

Corría 1983, la alegría crecía desde la libertad hacia la esperanza y millones de ciudadanos apostaban a que el país encontrara definitivamente el camino. 

Los años pasaron y la Utopía borgiana sigue desdibujada, imposible, lejana. Al parecer no hicimos las cosas bien y si bien es verdad que como escribió el maestro, las arduas empresas y los duros tiempos nos superaron.

En aquel texto magnífico Borges confía, quizás imbuido por el clima de celebración cívica que andaba por el aire, sacudiendo el alma de hasta los más incrédulos, y cargado de expectativas escribe: "Asistiremos, increíblemente, a un extraño espectáculo. El de un gobierno que condesciende al diálogo, que puede confesar que se ha equivocado, que prefiere la razón a la interjección, los argumentos a la mera amenaza. Habrá una oposición. Renacerá en esta república esa olvidada disciplina, la lógica".

Un hombre por encima de los hombres, un genio que supo buscar luces donde había sombras y oscuridades en medio de luces incandescentes, no pudo darse cuenta que este pueblo, que esta clase política jamás alcanzará la lógica y que la amenaza será moneda de cambio para alcanzar los objetivos de manera más fácil y más impune y sus discutir demasiado. Usted algo de esto sabía e intuía Borges, porque ahí está la traición y la venganza dando vueltas por su Buenos Aires cargada de fantasmas malevos que lucen lujos y guardaespaldas, pero son iguales salvo aquel asunto del honor, que se perdido para siempre.
Finalmente, aquel 22 de diciembre de 1983, Jorge Luis Borges termina su breve texto, descargando desde el fondo de su conciencia esta frase: "La esperanza, que era casi imposible hace días, es ahora nuestro venturoso deber. Es un acto de fe que puede justificarnos. Si cada uno de nosotros obra éticamente, contribuiremos a la salvación de la patria".

Debería ser una oración obligatoria, debería enseñarse en las escuelas, leerse en voz altas en las reparticiones públicas y las empresas privadas, debíamos memorizarla que poder hacerla realidad. Obrar con ética y pensar en la esperanza como una obligación, puede salvarnos. Gracias Borges, otra lección magistral que seguramente no aprenderemos porque esperaremos que empiece el otro, como desde 1983. Gracias igual.

V. CORDERO