LA ARGENTINA QUE PRODUCE

Peras y manzanas

A diferencia de las cadenas productivas del tabaco y de la yerba mate, la cadena de la producción de frutas de pepita -manzanas y peras, fundamentalmente-, no cuenta con un organismo que intente coordinar y armonizar a los distintos agentes intervinientes. Sin embargo, se desenvuelve en medio de recurrentes crisis sectoriales. ¿Por qué? 

Si las condiciones agroclimáticas son las adecuadas, si existe una larga tradición productiva, en particular en el Alto Valle del río Negro (distribuido entre Neuquén y Río Negro), si la dotación de infraestructura, aún con sus falencias, permitió colocar a la producción nacional entre las más relevantes del mundo, si existe un mercado demandante de sus producciones, tanto a nivel nacional como en el exterior, si es objeto de permanente atención de los gobiernos provinciales y del nacional, ¿por qué, entonces, la cadena frutícola del Alto Valle vive en permanente crisis?
Si bien no hay instituciones públicas que intervengan específicamente en la cadena, el Estado (nacional y provincial) ha estado presente: Aplica políticas de subsidios y otras ayudas económicas circunstanciales.

Esto contribuye a que la crisis sea permanente. Impide que tenga un desenlace que tamice agentes y clarifique la estructura y la dinámica de funcionamiento.

LA CADENA
 
A grandes rasgos, la cadena de frutas de pepita (manzanas y peras) está integrada por productores primarios, empresas de empaque, empresas de provisión de frío, empresas de transporte, de comercialización, y de provisión de insumos y logística, además de la industria de transformación de las frutas (en sidra, jugos concentrados, etc.). 

De acuerdo a cifras oficiales, del total del valor agregado generado en la cadena, sólo el 34% queda en el territorio de producción. Ese 34% se reparte entre los productores (12%). El 22% restante se reparte entre: empaque, industria, logística.

Entre Neuquén y Río Negro se concentra el 85% de la superficie de frutas de pepita del país. Generan el 95% de las exportaciones de ese rubro. Esa producción nace en 2.300 explotaciones primarias, que se extienden por alrededor de 45.000 ha., todas ellas bajo riego.

El 70% de esos productores frutícolas poseen menos de 15 has., englobando en total el 25% de la superficie productiva de frutales de pepita.

Reflejan una estructura atomizada, con explotaciones con un tamaño por debajo de la suficiencia económica. Esta escasez de rédito provoca retraso tecnológicas, por lo que el nivel productivo es inferior a la media.

De acuerdo a un estudio técnico de la Universidad del Comahue, las explotaciones de menor extensión se ubican en su mayor parte dentro del nivel tecnológico bajo, expresado por la amplia difusión del sistema tradicional de conducción de plantaciones, con baja densidad de plantas por hectárea (530), con plantaciones de gran edad (28 años en promedio), y con muy reducido uso de tecnologías de control de heladas (menos del 10% del total), poniendo en producción, en promedio, 9 ha. de frutales.

En contraste, los productores que se ubican en los niveles tecnológicos medios, y que rondan el 17% del total, apelan a sistemas de conducción modernos (la conducción tradicional solo algo menos del 30% de las plantaciones), con más alta densidad de plantas por hectárea (alrededor de 1.000), en plantaciones más jóvenes (20 años en promedio), y amplia difusión de uso de tecnologías de control de heladas (casi un tercio del total), poniendo en producción un promedio de 30 ha. de frutales.

Las diferentes situaciones tecnológicas también efectúan un corte por el producto obtenido: la gran mayoría de los establecimientos de menor nivel tecnológico se concentran en la producción de manzanas, mientras que los de mayor tecnología incorporada producen, fundamentalmente, peras. 
Esto queda reflejado en la productividad media del país en relación al resto del mundo: Argentina produce 27 tn. de pera por hectárea, contra un promedio mundial de 26, pero contra una producción mundial promedio de manzanas de 33 tn./ha., nuestro país solo alcanza las 24 tn./ha.

Explotaciones reducidas, de baja productividad, con plantaciones excedidas en años, centradas en varietales que han perdido lugar ante la demanda internacional, con un volumen productivo reducido y elevados costos de producción y comercialización, han llevado a que los fruticultores de menor dimensión (predominantemente centrados en manzanas) se desenvuelvan en permanente crisis.

EL QUID

Opacidad en el sistema de precios, poder dominante de los compradores (tanto para comercializar en fresco como para la transformación industrial), pujas intrasectoriales entre productores primarios y trabajadores de cosecha, y entre productores primarios y empresas de empaque, entre otras muchas causas, se alegan como motivo de la crisis de la cadena de frutas de pepita. 
Sin embargo, la observación particularizada de los procesos al interior de la misma permite señalar que dicha crisis es, básicamente, en la producción de manzana, y dentro de ella, en el segmento de las pequeñas explotaciones (que son la gran mayoría de los establecimientos frutícolas). Se trata, en esencia, de una crisis de estructura antes que una crisis de dinámica.

La reducida productividad de esas plantaciones conlleva a menores volúmenes producidos y, con ello, a menores ingresos por ventas. A su vez, los costos crecientes dan lugar a que se minimicen las tareas de manejo de las plantaciones, como así también el mantenimiento de los sistemas de riego (tanto al interior de las fincas como, indirectamente, en la red pública manejada por los consorcios locales). 

Los productores titulares de estas explotaciones, ante los ingresos menguantes, deben diversificar sus actividades, contribuyendo con esto a disminuir la atención de sus plantaciones.

A la vez, esos productores tienen una edad promedio elevada, lo que constituye otro factor que baja la productividad (y encarece los costos de producción, pues deben contratar asalariados para tareas que, años atrás, llevaban adelante los propietarios).

En esas condiciones de funcionamiento, la rentabilidad de tales explotaciones frutícolas es reducida, y no puede ser subsanada ni mediante acuerdos de integración productiva (con galpones de empaque) ni a través de las constantes ayudas que reciben de parte del Estado.
 
PAN PARA HOY...

Desde hace décadas, el Estado nacional, a través del hoy Ministerio de Agroindustria, y también sus pares de Río Negro y Neuquén, vienen desarrollando acciones de asistencia a este conjunto de productores.

Desde el financiamiento de programas sanitarios para luchar contra las plagas de esas plantaciones, hasta la entrega de subsidios directos para financiar cosechas o tareas culturales.

Sin distinción de partidos políticos en ejercicio del poder, el Estado ha intervenido en la crisis intentando solucionarla. Sin embargo, la solución que se propone e implementa es, simplemente, una prolongación de la agonía sectorial, puesto que no va al meollo de la cuestión: la viabilidad real de las pequeñas explotaciones productoras de manzanas.

El Estado, interviniendo de esa manera prolonga la crisis en el tiempo, puesto que un subsidio dado hoy, cubre un bache financiero de la explotación, pero prepara el panorama para la próxima crisis con la próxima cosecha. 

Como pasa con el tabaco o con la yerba mate, el Estado se niega a contemplar la realidad de la inviabilidad técnica y económica de determinadas producciones o de determinados segmentos productivos, y en vez de aportar recursos para la reconversión del sector o de los productores, solo los aporta para un asistencialismo puntual, derivando hacia el futuro inmediato el inicio de una nueva crisis.

La Argentina es un actor importante en la producción y comercialización de peras a nivel mundial y ocupó un lugar destacado en manzanas, pero el presente es distinto, con nuevos competidores, nuevas tecnologías, nuevos esquemas de comercialización, y por ende, no se puede pretender mantener una estructura productiva que fue competitiva hace cuatro o cinco décadas.

El minifundio frutícola es inviable en las actuales condiciones. Existen dos opciones de reconversión: la modernización (inevitablemente) concentradora o nuevas producciones factibles en la zona.