Un futuro más saludable para los niños de hoy: ¿misión imposible?

Dos sociedades científicas instan a poner en práctica medidas que permitan combatir la epidemia de obesidad y las consecuencias de ésta sobre la salud en la adultez. Brindan las pautas para encarar un cambio de paradigma en lo que respecta al estilo de vida actual.

El 30 por ciento de los casos de obesidad en la adultez comienza en la infancia, particularmente en los primeros cinco años de vida. En tanto que el 70 por ciento de los adolescentes obesos padecerá la enfermedad en la adultez. Así lo advirtió la doctora Stella Maris Gil, presidenta de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), quien destacó que "esos primeros años de vida constituyen un período especialmente vulnerable, en el que acciones eficaces de prevención, detección y tratamiento de la obesidad en el primer nivel de atención adquieren especial significado incluso para la vida adulta de nuestros pacientes".

En concreto, desde la SAP hicieron hincapié en que el exceso de peso en los niños incrementa el riesgo de padecer en la adultez afecciones coronarias, ataque cerebrovascular (ACV), aterosclerosis e hipertensión arterial. "Contribuye al desarrollo de trastornos en los lípidos, como aumento del colesterol 'malo' (LDL), disminución del 'bueno' (HDL) e incremento de los triglicéridos; acrecienta la posibilidad de desarrollar diabetes tipo 2, desequilibrios hormonales que en la mujer pueden afectar la fertilidad, trastornos como osteoartritis, y el riesgo de padecer algunos tipos de cáncer, como el de endometrio, mama, colon, hígado y riñones, entre otros. Pero además, aumenta la mortalidad por todas las causas y disminuye la calidad de vida", precisaron.

"La obesidad infantil contribuye a desencadenar problemas psicológicos, psiquiátricos y sociales. Los niños con obesidad tienen mayores tasas de depresión, disminución de la autoestima y más posibilidades de padecer bullying. A su vez, algunas investigaciones mostraron que en la vida adulta enfrentan menores oportunidades de conseguir trabajo, independientemente de la naturaleza del mismo, y con salarios más bajos", añadió la doctora Débora Setton, médica pediatra especialista en Nutrición, miembro del Comité de Nutrición de la SAP.

"La única forma de disminuir los factores de riesgo cardiovascular es lograr que los chicos lleguen a la vida adulta con buenos hábitos arraigados: no fumar, tener una buena alimentación y realizar ejercicio físico", coincidió por su parte el doctor Adrián D"Ovidio, médico cardiólogo y presidente de la Federación Argentina de Cardiología (FAC).

"Si logramos modificar esos hábitos, mediante el diálogo, buscando maneras eficaces de intervenir, indagando en sus costumbres para poder hacer que se comprometan con un cambio hoy, vamos a tener menos factores de riesgo en la población a futuro", manifestó la doctora Sandra Romero, médica cardióloga, cirujana infantil y especialista en Hemodinamia, presidente del Comité de Cardiopatías Congénitas de FAC.

¿QUE HACER?

Sin embargo, revertir las cifras actuales de obesidad y sobrepeso no es tarea sencilla. Según opinó la doctora Norma Piazza, médica pediatra especialista en Nutrición y secretaria del Comité de Nutrición de la SAP, "cuando la obesidad era encarada sólo como un problema médico, se fracasaba -en términos estadísticos-, por lo que debe ser abordada en forma integral desde la familia, con un Estado presente y regulador y una industria que acompañe".

En ese sentido, los profesionales de la SAP instaron a combatir estas enfermedades desde el momento de la concepción, mediante la promoción de un control adecuado de peso en la embarazada y, luego, a través de la generación de hábitos saludables desde la primera infancia.

"Los patrones de nutrición y ejercicio de una madre durante el embarazo influyen en la salud a largo plazo del bebé al darle forma a su metabolismo. Está demostrado que la malnutrición materna, por déficit o exceso, produce cambios en los órganos y metabolismo del bebé, que pueden predisponerlo a padecer obesidad, diabetes e hipertensión en la vida adulta", subrayaron.

Al igual que en otros aspectos de la educación de los niños, los buenos ejemplos también son clave a la hora de aprender a llevar una vida sana. "El modelo saludable de la familia imprime una impronta que se lleva durante toda la vida. La lactancia exclusiva hasta los seis meses, complementada con alimentos variados a partir de esa edad, es el primer paso trascendental para lograr los mejores hábitos. Además, el modelo de alimentación a demanda permite al lactante aprender en sus primeros meses de vida a asociar el hambre con el comienzo de la toma y la saciedad con su fin. Así, los lactantes y niños pequeños aprenden a ajustar el aporte alimentario a sus necesidades", explicó la doctora Angela Nakab, especialista en Pediatría y Adolescencia, miembro de la SAP.

Las experiencias tempranas del niño con la comida, y en especial las prácticas alimentarias de los padres tienen fundamental importancia en los hábitos de nutrición. De hecho, a partir de los nueve meses se comienza con la imitación, tanteo y repetición.

"Los niños miran a sus cuidadores, figuras de apego, y van incorporando y tomando hábitos de ellos y los van enriqueciendo con lo propio. Por eso el buen comer implica ofrecer lo mejor que se tenga al alcance, raciones adecuadas, variedad de sabores y colores y un encuentro afectivo", consignaron desde la SAP.

EL MOVIMIENTO

La actividad física asociada a un plan alimentario adecuado es considerada otro de los pilares en la batalla contra la obesidad. "Ambos deben considerarse complementarios y deben tener como meta generar cambios permanentes en el estilo de vida del niño y su familia para lograr beneficios a lo largo del tiempo", enfatizaron las doctoras Patricia Jáuregui Leyes y Juliana Pochetti, prosecretaria y vocal, respectivamente, del Comité de Medicina del Deporte Infanto Juvenil de la SAP.

"El movimiento es algo innato y los niños "entrenan" de manera natural a través del juego, pero los chicos de hoy están mucho más limitados en sus movimientos que los de las generaciones anteriores", señaló la doctora Paula Quiroga, cardióloga especialista en Rehabilitación Cardiovascular y presidenta del Comité de Cardiología del Ejercicio de la FAC.

La consecuencia es un creciente sedentarismo que se ve reflejado en el aumento de las tasas de sobrepeso a edad temprana y detección precoz de diabetes adquirida: "El problema es qué hacemos los adultos frente a esto. Iniciativas como los quioscos saludables y el aumento de las horas de Educación Física en algunas escuelas, son interesantes, pero lo cierto es que también los adultos estamos inmersos en el problema de la falta de tiempo y de lugar", agregó Quiroga, quien remarcó que "es importante que los adultos prediquemos con el ejemplo y busquemos espacios donde podamos compartir con nuestros hijos actividades en las que se propicie el movimiento".

Asimismo, Quiroga sostuvo que los aptos físicos que hoy se exigen antes de realizar actividad física pueden ser en algunos casos contraproducentes.

"A veces las evaluaciones predeportivas también funcionan como limitantes de la actividad física, porque se piden demasiados estudios para certificar que el niño está en condiciones de realizar actividad física, cuando en realidad, lo que está demostrado a nivel internacional, es que si el niño no tiene soplo ni ningún tipo de síntomas ni antecedentes de muerte súbita en la familia, es muy raro que tenga algún problema y basta con un buen examen físico", resaltó.

Para saltar la soga, jugar a la mancha, o andar en bicicleta no es necesario tomar tantas precauciones como si el niño fuera a correr una maratón: "Estamos limitando demasiado la posibilidad de que un niño juegue", sintetizó la experta.

"Los médicos no solamente tenemos que indicarles actividad física a los chicos que llegan con sobrepeso, sino que siempre se debe indagar en los hábitos del niño cuando sale del jardín o de la escuela, y buscar a partir de ello estrategias para incorporar el movimiento como hábito. Tiene que ser una prioridad incluso en el control del niño sano", indicó por su parte la doctora Celeste López, cardióloga infantil y miembro de la FAC, quien ha desarrollado un mapa de los lugares más propicios para practicar deportes y realizar actividad física en la capital correntina.

PARA CADA EDAD

Las estrategias de planificación de la actividad física varían con la edad. Según apuntaron desde la FAC, los niños en edad escolar por lo general se aburren con las actividades prolongadas y basta con breves períodos variados de juego intenso (correr, andar en bicicleta), pero a partir de la entrada en la adolescencia, el movimiento intenso ya no forma parte de la actividad natural del juego.

Para el caso de los más chicos, llevarlos a la plaza o al parque siempre representa una saludable alternativa al sedentarismo: "Hoy desde chicos dicen que 'entrenan con los dedos' -señala López, en referencia a los equipamientos (celulares, tv, tablets, etc.) y juegos electrónicos- y es muy difícil sacarlos al aire libre, porque existe una especie de "analfabetismo de actividad física": no hay quién les enseñe a incorporar el movimiento como hábito y, cuando uno los indaga, al principio pareciera que no hubiera ninguna actividad que les interese, empezando por lo básico, como acompañarnos a pasear al perro o no acostumbrarse a comer en la cama".

El sedentarismo y la inactividad física parecen haberse convertido en signos distintivos de la vida moderna y, según esta especialista, ese es el punto en el que los adultos no deben darse por vencidos sino ayudarlos a buscar una alternativa acorde a sus preferencias y sus posibilidades:

"Ellos tienen las herramientas: somos nosotros los que debemos darles el espacio", resumió.
Incluso en las escuelas de doble escolaridad donde sólo hay una hora semanal de actividad física se está ofreciendo una pauta distorsionada sobre la importancia de revertir los factores que hacen al sedentarismo, apuntó López.

En ese sentido, los especialistas de la FAC manifestaron la necesidad de impulsar políticas públicas efectivas en torno de este tema y de colaborar en ellas. Además, insistieron en tener presente la responsabilidad de los adultos de brindarles a los chicos un ámbito de contención y afecto para su sano desarrollo, escucharlos en sus necesidades, y preservarlos -en la medida de lo posible- del estrés y las presiones propias del mundo adulto que, cuando les son transmitidas a los más chicos "sin filtro", también representan un riesgo para su salud presente y futura.