El retorno a Chile

Umbrales del tiempo- San Martín continuaba con la idea de traer un monarca europeo y le encomendó la tarea de hallar uno a Paroissien y García del Río.

Seis meses era mucho tiempo para naciones tan conflictivas como las ex colonias españolas. El Protectorado impuesto por San Martín había abolido la censura y la tortura, existía libertad de prensa y el habeas corpus, se había abolido la Inquisición y la esclavitud, pero el Libertador, fiel a sus convicciones estaba constituyendo un estado aristocrático: creó la Orden del Sol (basada en la Legión de Honor creada por Napoleón) y respetando los títulos nobiliarios españoles. San Martín continuaba con la idea de traer un monarca europeo y le encomendó la tarea de hallar uno a Paroissien y García del Río.

Estos gestos, más las envidias suscitadas por los argentinos que asesoraban a San Martín, más los conflictos entre los peruanos, como José Riva Agüero y el marqués de Torre Tagle enrarecieron el ambiente.

Además San Martín había tomado una actitud muy pasiva y casi no hostigó a los españoles en la Sierra; Canterac entusiasmado había avanzado hacia Pisco y amenazaba el litoral sur.
Cuando Cochrane llegó al Callao la situación era muy complicada; hasta había rumores de un atentado contra San Martín, que incluía el accionar de oficiales argentinos.
También los miembros de la flota habían cambiado de parecer. Muchos de los oficiales que habían desertado del mando de Cochrane, ahora se acercaban en forma amistosa para pedirle que se convirtiese en el nuevo comandante de la flota peruana. Pero allí estaba Blanco Encalada, leal a San Martín y dispuesto a impedir todo ataque de Cochrane.

ARMAS CARGADAS
La situación era tensa, las armas estaban cargadas, los cañones listos. Entre los comandantes peruanos se encontraba Hipólito Bouchard, quien después de circunvalar el planeta luciendo la enseña de las Provincias Unidas del Río de la Plata (que fue copiada en sus colores por varias naciones centroamericanas) y había tomado la ciudad de los Angeles estaba dispuesto a vengar la afrenta de la que había sido objeto por ordenes de Cochrane, quien lo había privado del fruto de su actividad corsaria y lo había puesto preso en su nave (su amigo Necochea fue en su rescate).

La tensión se prolongó por dos semanas, hasta que el escocés se dio cuenta que poco podía ganar en este conflicto y puso rumbo a Valparaíso,adonde llegó en junio de 1822.
Todo el mundo estaba contento de tener de vuelta la flota que a pesar de tantos contratiempos, había asistido a liberar a Chile y el Perú, limpiando el mar de naves españolas.
Hasta el nuevo ministro de Marina, don Joaquín Echeverría le escribió una carta en los términos más aduladores, hablando de gratitud, gloria y servicios heroicos. También el Director Supremo propuso acuñar una medalla para premiar a los oficiales de la flota.

Lo primero que hizo Cochrane al llegar a Valparaíso fue visitar su Rising Star, la nave a vapor que había construido en Inglaterra a lo largo de esos años. Allí se encontró con su hermano, con William Jackson -su secretario de toda la vida- y el capitán Scott a cargo de la nave. Para el escocés esta fue una enorme gratificación; el vapor vencía al viento y las corrientes traicioneras. Un futuro venturoso se abría para la navegación. El 10 de junio permitió que oficiales y autoridades chilenas visitasen esa nave, que era su logro más preciado.

La próxima tarea que debió encarar fue analizar el estado de sus finanzas y propiedades que había dejado en manos de William Hoseason. Las cuentas fueron lastimosas, mientras que los ingresos sumaban $ 63.000 los egresos rondaban los $ 100.000 gastados en la puesta a punto de su estancia de Quinteno. Afortunadamente tenía dinero para cobrar por sus presas, incluida la Esmeralda.
El gobierno chileno había acordado duplicar los beneficios de aquellos que habían sido heridos en el combate, y como Cochrane efectivamente había sido herido, no tardó en duplicar su parte, que ascendía a $ 22.500 y reducía la de sus oficiales a $ 45.000.
Fue entonces que se enteró que la orden de pago por el Esmeralda del gobierno de Chile había sido rechazada por el Perú. De todas maneras, Cochrane siempre cuidadoso de sus ingresos después de la venta de las presas y saldadas las deudas de la hacienda, pudo enviar £ 3.400 a su cuenta en Londres.
Arreglados sus asuntos fiduciarios, viajó a Santiago de Chile a entrevistarse con Bernardo O"Higgins.
Antes que nada presentó las cuentas de la campaña al Ministro de Marina para que fuesen analizadas por el Tribunal administrativo. Según sus cálculos, la campaña había dejado un saldo a favor del gobierno de Chile de $ 67.000.
Lógicamente, el gobierno se tomó su tiempo para auditar los recibos y gastos, cosa que puso de mal humor al escocés, que ya esperaba su retribución porque nuevas aventuras le esperaban y las auditorías no eran su fuerte ni las esperas administrativas su mejor expectativa.