Hazard merecía mucho más porque en este Mundial nadie juega como él

El capitán de Bélgica es la gran figura de Rusia 2018. La derrota de su selección a manos de Francia hace que la mirada se pose en los galos Kylian Mbappé, Antoine Griezmann o Paul Pogba. Pero a la hora de cosechar aplausos, nadie se llevó tantos como el líder de los Diablos Rojos.

Eden Hazard merecía mucho más. Quizás no subyugue por su velocidad inalcanzable como el francés Kylian Mbappé, ni tenga esa poderosa mezcla de carisma y calidad como la que reúne el también galo Antoine Griezmann, pero el talentoso capitán de Bélgica no necesita comparaciones con las otras grandes figuras del Mundial. Porque tal vez les gane a todos a la hora de medir cualidades positivas. Juega como cualquier hincha desearía que lo haga el número 10 de su equipo. Habilidoso, creativo sin límites, encarador, valiente para ponerse su selección al hombro en los momentos complicados del partido… Hazard no tendrá la recompensa de un título del mundo. De hecho, es posible que ni siquiera pueda alcanzar el premio consuelo de subirse al último escalón del podio. Pero, salvo una injusticia inaudita o una actuación sublime de los protagonistas de la finalísima, no caben dudas de que es el mejor futbolista de Rusia 2018.

 Antes de que algún lector se entregue a la ensoñada evocación de los viejos enganches que sacaban la varita mágica en las canchas argentinas, es preciso aclarar que Hazard no pertenece a esa raza en extinción. El hombre del Chelsea es, en realidad, un delantero con tendencia a retroceder unos metros para tener un mayor panorama y hacer pesar su excelso dominio de la pelota como herramienta para abrir las defensas contrarias. No brotan de su pie derecho pases milimétricos ni cambios de frente dignos del aplauso, aunque su pegada es magnífica.  Su fuerte es la capacidad para el desequilibrio en el mano a mano, desbordar -por cualquiera de los dos costados de la cancha- y avanzar hacia el arco o habilitar al compañero mejor ubicado. Otra cuestión que amerita hacer una pausa: es diestro, pero maneja la pierna izquierda con idéntica soltura, por lo que a veces se corre la tentación de asociar su estilo con el que caracteriza al de los zurdos habituados a sorprender por hacer todo al revés de lo que la lógica invitaría a suponer.

En la semifinal contra Francia, Hazard intentó una y otra vez derribar el vallado que el equipo de Didier Deschamps había erigido en las cercanías del arco de Hugo Lloris. Ganó más de lo que perdió en el mano a mano con Benjamin Pavard -el custodio del flanco derecho de la defensa gala- y también debió lidiar con varios adversarios que se acercaron para intentar detenerlo. Con el marcador todavía igualado, fue el principal argumento ofensivo de una Bélgica que no contó con demasiadas variantes en ataque, en especial porque el goleador Romelu Lukaku fue absorbido por los centrales Raphael Varane y Samuel Umtiti. También le costó a Kevin De Bruyne alzar la mano y mostrarse dispuesto a ayudarlo en la creación.

Las mejores incursiones de las huestes comandadas por el español Roberto Martínez llegaron a través de Hazard. Probó con un remate cruzado que se fue muy cerca del poste izquierdo de Lloris y más tarde otro disparo suyo con destino de gol fue desviado por Varane. El 10 mantenía bien en alto la bandera de Bélgica. El hacía y deshacía a su antojo. Mostraba el camino, tratando de contagiar a sus compañeros.

Pero llegó el gol de cabeza de Umtiti que puso a Francia en ventaja y a los belgas se les complicó todavía más el trámite del duelo. Los galos apuntalaron todavía más la cerrada valla con que protegían a Lloris. El plan de Deschamps era simple y conocido: defenderse bien y, apenas se recuperara el balón, salir hacia adelante con la velocidad de Mbappé y la conducción de Griezmann. En esta ocasión, la fórmula del éxito resultó la adecuada.  

En la difusa tarea de medir quién hace más o menos para quedarse con la victoria, la semifinal de ayer dejó en claro que los belgas -siempre por intermedio del 10- trataban de asumir el protagonismo y su rival, inteligente, bien plantado, aguardaba su oportunidad para dar el golpe fatal. En esa solvencia y madurez para encarar el partido, Francia justificó su triunfo. Porque los de Deschamps casi no necesitan la pelota para jugar. Cubren los espacios con inteligencia y, de pronto, salen lanzados hacia el arco rival con una voracidad salvaje. Esa voracidad que personifican Mbappé -el verdugo de la Selección argentina- y Griezmann y que se ampara en N'Golo Kanté (un excelente volante de marca), Paul Pogba (jugadorazo que enriquece cualquier mediocampo), dos zagueros firmes como Varane y Umtiti y un arquero seguro como Lloris, alimenta las esperanzas de ganar el segundo título de su historia.

Bélgica y Hazard entienden el fútbol de otra manera.  Por eso el capitán, una vez consumada la derrota, no tuvo empacho en lanzar una declaración muy filosa. “Creo que merecíamos algo mejor. Esperábamos este partido, con un equipo francés que defiende bien y acecha con el contraataque. Prefiero perder con esta Bélgica que ganar con esa Francia", dijo, en una declaración de principios que explica a la perfección por qué se trata de un jugador distinto.

Autor de un golazo contra Túnez y de otro de penal en ese mismo encuentro, a los 27 años, El Duque -tal su apodo- es el líder de una generación de jóvenes jugadores que en su país es señalada como la que puede emular a la famosa camada que llevó a los Diablos Rojos a las semifinales de México 1986, instancia en la que cayó a manos de la Argentina de Diego Maradona. En esos días fueron Jan Ceulemans, el exquisito Vincenzo Scifo y arqueros soberbios como Jean-Marie Pfaff o Michel Preud´homme y más tarde volantes como Marc Wilmots. Mucho antes, en los ´70, la historia la escribían el goleador Paul van Himst y el incasable mediocampista Wilfred van Moer. Hoy, pese que la gloria le haya sido esquiva, el atacante del Chelsea toma la pelota, encara hacia el arco y se lleva todos los aplausos.

Porque en Rusia el título será para otros, pero nadie jugó como Hazard.