En vísperas de la hecatombe

El orden del día

Por Eric Vuillard

Tusquets. 144 páginas

El tema del ascenso al poder del nazismo y la gestación de la Segunda Guerra Mundial es uno de los más estudiados de la historia moderna. Abundan los libros, las películas y los documentales que, con la excusa de buscar un ángulo diferente, cuentan lo mismo una y otra vez. Por lo tanto, no debería sorprender que también la literatura abreve en ese manantial. Es una apuesta segura.

Lo prueba el caso de ƒric Vuillard (Lyon, 1968). Su novela El orden del día, una obra exigua en más de un aspecto, indaga justamente en ese período. Una jugada que rindió sus frutos porque el año pasado obtuvo el Premio Goncourt, el máximo de las letras francesas.

Vuillard sigue un procedimiento narrativo que parece haberse puesto de moda en su patria en los últimos lustros. Con suerte diversa lo ensayaron Emmanuel Carrre, Patrick Deville y hasta Jean Echenoz.

Consiste en tomar un hecho, período o personaje histórico y reprocesarlo con una dosis variable de imaginación literaria. La ficción debe llenar los huecos del relato conocido, dar voz a los silencios, explicar los misterios. Pequeñas invenciones que apuntalen lo real.

En la novela de Vuillard el aporte ficcional es mínimo. Sus capítulos son como viñetas de momentos centrales en el proceso de consolidación del nazismo. El primero es la reunión del 20 de febrero de 1933 en Berlín entre Hitler, Göring y los capitanes de la industria alemana (Krupp, Bayer, Opel, Siemens, etc.) en vísperas de las elecciones que dieron el poder a los nazis. Vuillard quiere contar el encuentro desde la subjetividad de los protagonistas. El tono es burlón, irónico con la solemnidad de los capitostes y la desfachatez de los futuros dictadores, que pronto tendrán vía libre para conquistar todo el poder en Alemania y expandirse al resto de Europa, empezando por la anexión de Austria en 1938 (el Anschluss).

Ese último episodio, una sucesión de bravatas, ultimátums, presiones y exhibiciones de fuerza, ocupa el resto del libro. En la página 125 puede leerse: "Se abruma a la Historia, se pretende que ésta obliga a adoptar poses a los protagonistas de nuestros tormentos. No veremos nunca el dobladillo mugriento, el hule amarillento, la matriz del talonario, la mancha de café. Tan sólo nos mostrarán el perfil amable de los acontecimientos". Debemos entender que con El orden del día se propuso dar esa otra versión de la historia. Una modesta ambición artística, y no del todo lograda.