Una celebración con altibajos

Música: Irregular desempeño de las voces en la puesta de "Aida" en el Colón

"Aida", ópera en cuatro actos, con libro de Antonio Ghislanzoni y música de Giuseppe Verdi. Escenografía y régie: Roberto Oswald. Coreografía: Alejandro Cervera. Iluminación: Rubén Conde. Vestuario: Aníbal Lápiz. Con Latonia Moore, Riccardo Massi, Nadia Krasteva, Mark Rucker, Roberto Scandiuzzi y Marisú Pavón. Ballet (dir.: Paloma Herrera), Coro (dir.: Miguel Martínez) y Orquesta Estables del teatro Colón (dir.: Carlos Vieu). El martes 29, en el Teatro Colón.

El Colón abrió sus puertas con "Aida" el 25 de Mayo de 1908. Ciento diez años después de aquel magno acontecimiento, las autoridades del teatro ofrecieron ahora, en su conmemoración, nuevas funciones del título verdiano. La premiere, curiosamente con carácter extraordinario y reparto local, tuvo lugar el domingo, antes que las representaciones de abono, mientras que la siguiente, a la que asistimos, se realizó el martes e incluyó un elenco internacional.

Lo primero que debe decirse de esta versión, que por variadas razones careció del nervio pasional que hace a la esencia de la ópera italiana, es que salvo en lo que hace a su régie, exhibió altibajos artísticos decididamente contrastantes.

En el aspecto visual, en efecto, la conocida producción de Roberto Oswald (es de 1996) fue repuesta con amplia solvencia por Aníbal Lápiz, autor asimismo de un vestuario luminoso, de exquisita creatividad. Christian Prego supervisó con acertado criterio la escenografía, y como corolario de todo ello, el cuadro lució lujoso (fue muy bello el imaginativo diseño de la escena del juicio), con movimientos de masas muy bien ensamblados, estilizadas imágenes y apropiados pasos actorales.

Al frente de la Orquesta Estable, que se oyó en general ajustada, el maestro Carlos Vieu condujo con seguridad y apego a la mejor tradición, aunque se pudo echar de menos la búsqueda de tensiones y búsquedas expresivas en más de un momento, al tiempo que en el Coro de la casa, preparado por Miguel Martínez, siempre de hermosa sonoridad, no todo fue oro de ley; ello, sin perjuicio de alguna participación estelar, como la de los armoniosos pianos y pianíssimos de la escena del templo. La coreografía, a cargo de Alejandro Cervera, se vio finalmente simple pero eficaz.

En el catálogo de cantantes, el desempeño fue muy irregular. Riccardo Massi (Radamés) es un joven tenor italiano que aborda repertorio spinto sin tener demasiada corpulencia para ello; pero su problema principal se encuentra en el mecanismo de impostación, centrado en un punto ubicado muy atrás en los resonadores, lo que lo despoja de esmalte y de timbre y le plantea problemas técnicos. La mezzo búlgara Nadia Krasteva (Amneris), elemento sin duda de categoría, acreditó clase y carácter, pero mostró un registro deteriorado, especialmente en el sector superior. En cuanto al barítono estadounidense Mark Rucker (Amonasro), se trata de un elemento inhábil para actuar en la sala de la calle Libertad.

En otros papeles, tanto Marisú Pavón (Sacerdotisa) como Lucas Debevec Mayer (Rey) se desenvolvieron con esmerada corrección. Roberto Scandiuzzi (Ramfis), que nos había visitado en 2012, lució, por su lado, un metal pastoso, bien timbrado y armado. Pero la artista más importante de la noche fue, sin duda, Latonia Moore (Aida). Dueña de una voz de notable color y tersura, emitida con entera naturalidad y administrada con flexibilidad, la soprano de Houston expuso igualmente notable potencia (en los trozos concertados de la marcha triunfal se la oyó por encima de todo el resto).

Es cierto que su fraseo, más bien epidérmico, careció de mayor comunicatividad emocional (costado que podrá ir puliendo en lo sucesivo), pero también es verdad que la absoluta homogeneidad de su tesitura y el redondo modelado de sus notas permiten ubicarla en un sitio de alto rango en el panorama global del teatro lírico.

Calificación: Buena