El dólar puso al Gobierno entre la espada y la pared

Cambiemos debe calmar las expectativas devaluatorias. Todas las fichas están puestas en lo que haga Federico Sturzenegger al frente del BCRA. El mercado puede precipitar el ajuste fiscal que no hizo Cambiemos.

 POR IVAN CARRINO * 

­La semana pasada asistimos a una verdadera corrida cambiaria como hacía tiempo no se veía en el país. En un lapso de solo 5 días, el Banco Central vendió el 7% de sus reservas internacionales, perdiendo nada menos que u$s 4.400 millones.

El objetivo: evitar que suba el dólar y eso continúe realimentando unas expectativas de inflación que parecen cada vez más descontroladas. Al finalizar la semana, el Banco Central tomó una nueva decisión. Esta vez fue todavía más agresivo. Decidió subir su tasa de política monetaria 300 puntos básicos, a 30,25% anual -y el jueves las subió a 33,25%-. Sin embargo, al reanudarse la rueda de los mercados, el miércoles, las cosas todavía no parecían calmarse del todo.

LAS RESERVAS

Algunos analistas, al atestiguar la fuerte venta de reservas por parte de la autoridad monetaria, pusieron el grito en el cielo porque los dólares se estaban ``rifando''. Curiosamente, muchas de estas protestas venían de quienes, en el pasado, impusieron el cepo cambiario para evitar ``la rifa'' y, sin embargo, liquidaron nada menos que la mitad del stock total de reservas internacionales.

Es cierto que en un sistema de tipo de cambio flexible, el dólar debe fluctuar libremente sin intervenciones. Ahora bien, si ese fuera el caso, el Banco Central tampoco debería haber comprado u$s 40.000 millones en dos años. Dado que lo ha hecho, digamos que tiene derecho a venderlos cuando quiera. Para eso se compran. No para tenerlos guardados en un cajón, sino para salir a traer calma cuando los mercados se inquietan.

Ahora bien, si analizamos los momentos en que el BCRA comenzó a utilizar esta herramienta, encontramos que no fue sólo la semana pasada. Ya desde marzo que Federico Sturzenegger decidió salir a vender dólares, porque juzgaba que la suba del tipo de cambio comenzaba a ser "disruptiva".

COLETAZOS

Para entender por qué un Banco Central que supuestamente tiene un tipo de cambio libre se obsesiona por controlarlo, tenemos que remontarnos al 28 de diciembre pasado.

Hasta esa fecha del año 2017, el Banco Central venía implementando un sistema de Metas de Inflación donde el principal instrumento para influir en las expectativas y en el mercado monetario era la tasa de interés.

La tasa, en su momento, estaba en los alrededores del 28%, mientras que la inflación anualizada andaba por el 20%. No obstante, las metas no venían cumpliéndose y a la tasa le llovían críticas.

Desde la heterodoxia, se argumentaba que semejante nivel de tasa frenaba la actividad. Desde la ortodoxia, que la herramienta no servía y que generaría una bomba de Lebacs que estallaría en el futuro con más inflación y devaluación.

Ambos argumentos allanaron el camino para que el 28D, el Poder Ejecutivo no sólo impusiera una modificación de las metas de inflación, sino una baja de la tasa de interés. Así, el principal instrumento que el Banco Central tenía para domar la inflación, fue secuestrado por la Jefatura de Gabinete.

Poco tiempo después, las expectativas de inflación comenzaron a subir y, con ellas, el dólar. El Banco Central estaba en una encerrona. Se le descontrolaban las variables y no tenía herramientas ni credibilidad para encaminarlas. Lo único que le quedó a la mano fue salir a vender dólares.

TORMENTA PERFECTA

A los factores anteriormente mencionados, que podemos denominar domésticos, se sumó la cuestión internacional: el dólar en el mundo viene fortaleciéndose día tras día, y en las últimas diez jornadas acumuló un avance de 3,8% contra todas las monedas del globo.

Lo que refleja esto es que los fondos internacionales están desarmando posiciones en los países emergentes y "volando hacia la calidad", para lo cual necesariamente deben comprar dólares.
Ahora bien, si Argentina fuera un país totalmente ordenado en sus números fiscales, dinámico en su mercado de trabajo, y estable en sus reglas de juego, el cimbronazo tal vez no sería tan marcado. Sin embargo, se da el caso de que somos uno de los países más vulnerables a la turbulencia internacional, lo que nos lleva al último punto.

Si la suba de tasas de Sturzenegger no alcanza, y los inversores siguen queriéndose ir, vendiendo moneda y bonos argentinos, entonces el problema acá no estará siendo el 28D o la política fiscal de los Estados Unidos, sino algo más profundo: un reclamo para que el gobierno dé mayores señales de ajuste fiscal.

Es que dado el agujero que tiene el gobierno, el modelo no cierra si no hay financiamiento, y como el mercado local es muy chico, ese financiamiento tiene que venir de afuera. Pero si afuera se complica, la única que queda es ajustar más.

Un mayor ajuste fiscal, que podría pasar por recortar partidas de gasto que excedan a la de los subsidios energéticos, tendría el efecto positivo de generar mayor confianza de los acreedores, generando mayor estabilidad.

No obstante, un mayor ajuste fiscal desataría una ola de protestas de sindicatos, piqueteros y partidos opositores, quienes no dejan pasar la más mínima oportunidad para atacar al gobierno por ``neoliberal ajustador''.

Todas las fichas están puestas en Sturzenegger. Si su revitalizada política monetaria logra calmar las expectativas, el hipergradualismo de Macri tendrá una vida más en este juego. De lo contrario, estará obligado a elegir entre la espada y la pared.