Crítica: "Hombres de honor", sobre el submundo del juego

Justicia en tiempos violentos

"Hombres de honor". De Armando Discépolo. Dirección: Matías Leites. Escenografía y vestuario: Marta Albertinazzi. Diseño de iluminación: Gastón Ares. Música original: Santiago Barceló. Actores: Mariano Ulanovsky, Greta Guthauser, Fabián Caero, Marcos Horrisberger y otros. En el teatro del Pueblo.

La parábola del juez atrapado por el póker vuelve a los escenarios porteños con similar vigencia que la de su estreno, en 1923. Quizás porque las estructuras y el statu quo que la obra desmenuza con singular economía siguen tan vigentes como el Código Penal que el magistrado busca aplicar hasta las últimas consecuencias.

El doctor Rafael Varela, en un atildado trabajo de composición de Mariano Ulanovsky, muestra desde el comienzo una pesadumbre que se va acentuando con el correr de la obra. El accionar frívolo de su hija Marta (Greta Guthauser) o el distante de su hijo Leandro parecen impactarlo con singular agudeza. Sólo el acompañamiento de su amigo Mario (Marcos Horrisberg) es un bálsamo para ese triste presente. Está en la ruina producto de las deudas por sus partidas de póker con jugadores ávidos como Ardanaz (Juan Pablo Kexel) y el colega que lo induce, Macías (Martín Navarro), mientras el prestamista Diersi (Roberto Cappella) es parte de la trampa que se le tiende.
Mientras atiende los reclamos de un caso que involucra a otro ludópata, cuya esposa pide clemencia, se desencadena el drama. La partida final llega con más pérdidas para Varela, que ya había elegido su destino. Ni las explicaciones del arrepentido Macías, ni las implicancias sobre sus hijos harán que Varela cambie de opinión.
Sobre el final, el cinismo de financistas y jugadores prevalece sobre el decadente honor de los Varela. Queda la esperanza para la señora Herrera, cuyo esposo parece elegir otro camino.

TRAGEDIA LATENTE
Cuarta obra en el repertorio de Armando Discépolo, la pieza muestra fidedignamente las grietas que, desde entonces, atraviesan el submundo que rodea el juego, junto a los peligros que conlleva. La puesta es prolija y con un ritmo adecuado, que presagia la tragedia como inevitable para quienes no comprenden que el honor forma parte de un juego donde las pasiones sólo sucumben ante la realidad de los afectos cotidianos.

Calificación: Buena