Ultima oportunidad

Pasar la noche anterior al comienzo de clases bebiendo es una condenable tendencia que se extiende peligrosamente. Autoridades del Gobierno nacional y bonaerense deben extremar los cuidados para erradicar esta práctica que se asocia con la última oportunidad de incurrir en excesos.

En la noche previa del inicio de clases en las ciudades de La Plata, Mar del Plata y la CABA, grupos de alumnos de escuelas medias oficiales y privadas celebraron el final de las vacaciones en vela, disfrazándose, arrojando bombas de estruendo e ingiriendo bebidas alcohólicas, especialmente cerveza y vodka. Esto ocurrió en pleno centro de las ciudades, en arterias urbanas tradicionales. Esta extraña forma de celebrar es conocida entre los alumnos como "último primer día". El final de fiesta previsible fue la llegada a la hora de las clases de la mañana en condiciones impresentables e irrespetuosas para los establecimientos de enseañanza. Este hecho lamentable, que no es nuevo ni es privativo sólo de la capital bonaerense, constituye desde luego una inquietante realidad que reclama una honda consideración, que principalmente compromete a las familias, docentes y autoridades escolares. Pero el problema va más allá, ya que expresa aspectos críticos de nuestro tiempo y de nuestra sociedad.

Así, puede señalarse en este y otros hechos semejantes que se percibe una tendencia autodestructiva en sectores juveniles, tendencia que se va convirtiendo en costumbre, ya que se reitera en distintos medios y circunstancias sin importar que afecte la salud de sus protagonistas o que avergüence a los mayores. Hay en estas conductas una entrega al alcohol y otras toxicomanías destructoras que se disimula como el ejercicio de una presunta diversión. El consumo de bebidas alcohólicas es cada vez más precoz (13 años para el 74 por ciento de los varones y el 54 por ciento de las mujeres) y en los chicos lleva prontamente a una pérdida del control.

Sin duda, la primera responsabilidad recae sobre los padres y su incapacidad para poner límites a comportamientos tan peligrosos. Se ha dicho con acierto al respecto que mucho de lo que pasa tiene que ver con "figuras adultas ausentes y desautorizadas". Se percibe con frecuencia una generación de padres que fracasan en la conducción de sus hijos, sea porque interpretan que su misión es sólo complacerlos, por negligencia o por conflictos internos del grupo doméstico. Lo cierto es que no hay límites ni se ofrecen las alternativas adecuadas para orientar las conductas filiales. No es esto solamente. Vivimos en el contexto de una sociedad que es, a la vez, permisiva y transgresora, lo que ha debilitado los recursos eficaces para enfrentar y sancionar la violencia y los actos que atentan contra las normas.

De esto son responsables funcionarios y organismos que claudican en sus deberes y alientan la ejecución de lo ilegal o no reaccionan cuando se produce. También es menester apreciar la influencia de los grupos a los cuales se vuelcan los jóvenes de ambos sexos como vía natural para encontrar otras formas de seguridad, reconocimiento, respuesta afectiva y promesa de nuevas experiencias. Esos grupos y sus líderes pueden movilizar comportamientos contestatarios a través de los cuales se liberan protestas o conflictos con la sociedad establecida. Estos aspectos son parte de una agenda fundamental en la que tendrían que trabajar juntos familia y escuela, desde antes de la pubertad contribuyendo a descalificar las transgresiones y a exaltar, en cambio, el mérito del cumplimiento de los deberes que a cada uno le atañen.