La novela policial en tiempos de Netflix

Silencios inconfesables

Por Hjorth & Rosenfeldt
Planeta. 558 páginas

En los viejos buenos tiempos de Hammet, Chandler o Ross Macdonald las novelas policiales podían ser inventariadas dentro de la literatura. Hoy la mayor parte de las que llenan los estantes de las librerías son guiones de cine o TV inflados con palabras para alcanzar el objetivo de las 500 páginas.

Silencios inconfesables constituye un ejemplo perfecto de esta metamorfosis. Sus autores son dos guionistas cincuentones de la televisión sueca que venden millones de ejemplares de textos con el mismo ADN de los folletines de Ponson Du Terrail. Los personajes tienen un milímetro de profundidad psicológica, verosimilitud cero, previsibilidad absoluta y ningún interés. Las tramas carecen de complejidad, la idea de crear continuamente situaciones de tensión y vértigo termina por provocar hastío y el lector se queda con la impresión de que los autores estiran la historia para cumplir con un compromiso editorial. Hubiera cabido en la mitad de las páginas o se podría haber prolongado en el triple.

Su mayor déficit, sin embargo no reside en los personajes, la peripecia o la dosificación del "suspense", sino en la atmósfera, esa cualidad esencial de los policiales memorables de, por ejemplo, un Jim Thompson o un James Cain; algo que, como el diablo, suele estar en los detalles. 

El ángulo de una toma o la destreza del ambientador pueden disimular cualquier endeblez del guión, pero enfrentados con el papel y la tinta, los guionistas carecen de esa facilidad. Por eso trasladar de la pantalla a la novela ficciones policiales endebles por lo precarias podrá producir utilidades, pero no literatura.

Porque la literatura es una actividad de límites difusos, pero tiene una exigencia de calidad mínima que no siempre está al alcance de los exitosos en la industria del espectáculo. Porque un escritor puede escribir buenos guiones (Chandler lo hizo), pero el camino inverso es mucho más complicado.